lunes, 13 de mayo de 2024

EL CURIOSO "EFECTO FLÁNAGAN" (Por llamarlo de alguna manera)

 

De extraños arbotantes y contrafuertes argumentales.

Últimamente me ha dado por fijarme en un curioso comportamiento en los debates, tertulias, discusiones y conversaciones. Igual siempre había estado ahí y era yo el que no me había fijado hasta ahora, pero creo que no. Me habría llamado la atención, por su retorcida esencia.

Y lo cierto es que si lo ha hecho recientemente ha sido porque me ha sorprendido por sí mismo pero sobre todo por haberlo notado repetido en diversos foros.

El intercambio se produce de la siguiente manera.

1º.- a) emite una opinión en un sentido (habitualmente vigorosa y expresiva en forma y fondo)

2º.- b) le contradice de manera sutil sin oponerse frontalmente. Lo más frecuente suele ser una ironía ligera. ..Pero la idea de fondo es contraria a la emitida por a) o al menos claramente diferente. Suele ser una forma de expresar la propia opinión evitando el conflicto y la confrontación directa para evitar una discusión (Yo suelo ser b) en estos intercambios pero lo he visto en otras personas en tertulias, podcast, etc.)

3º.- .. y aquí viene el giro sorprendente.. a) responde haciendo suyo el argumento de b) usándolo como refuerzo de su tesis ¡Cuando en realidad pretendía lo contrario!.. y lo suele hacer con una expresión que desarma el debate como "Exacto", "¿Ves? Eso quería decir.", "Eso mismo decía yo" e incluso "Tú lo has explicado mejor que yo pero era esa la idea".

Cuando esto sucede (y en los últimos tiempos han sido ya varias veces) el diálogo acaba en un extraño punto de confusión, pues a) cree que el otro piensa como él cuando en realidad no es así en absoluto (E incluso que ha ganado el debate). De manera sorprendente a) considera haberse visto reforzado en su exposición con la respuesta de b).

Esta forma de intercambio dialéctico siempre me deja la sensación de no haberme explicado bien, haber usado la ironía de manera demasiado sutil o directamente no haber sido escuchado en mis argumentos. Pero en realidad he llegado a la conclusión de que lo que suele pasar es que mi interlocutor tiene decidido de antemano ya desde el dogmatismo de saberse en posesión de la verdad que es tal su grado de razón que yo solo puedo limitarme a reforzarle, y que diga lo que diga tras él lo que venga solo va a ser un apoyo a su tesis ¡Cuando no es así!

"- Juan Gómez Jurado: `Me gusta mucho esa escena de Tarantino´

 - Rodrigo Cortés: `Pues a mi no tanto. Me parece un poco forzada´

Juan Gómez Jurado: `Exacto. Eso quiero decir. Es un momento muy potente´

......Todopoderosos TARANTINO 3"

Cosas veredes.

Y ya.

martes, 9 de abril de 2024

LOS PRESCRIPTORES

 

Nadamos en datos hasta ahogarnos y a menudo no valen de nada. Se han convertido en objeto de deseo y son un engaño. Se nos repite el mantra de que una decisión no basada en datos no es objetiva ¿Y qué si no lo es mientras sea correcta y justa? Me fío mil veces más de la impresión de un alma tranquila y en paz con su conciencia, del sentido común de un sabio, de la temperancia de un colegio de hombres buenos, del parecer de un honrado.. que de mil encuestas.

Nos seguimos chocando contra el muro de nuestro error. Los datos han demostrado mil veces ser equivocados, interesados y manipuladores. Excusas de quienes quieren manejarnos. Respaldo únicamente de tesis decididas de antemano, buscados en las minas de los suyos evitando las vetas que llevaran en otra dirección. Los datos son fríos y solo sirven a hipótesis tan anteriormente formuladas como previamente decididas como verdaderas.

No todo es ciencia exacta y menos en lo social, en lo público, en lo político.. Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía. Y para formarnos opiniones no es necesario recopilar pruebas como en un experimento de laboratorio, ni recoger muestras, ni hacer repeticiones. Perdemos el tiempo y el dinero en estudios que arrojan conclusiones a las que habría llegado antes una persona de inteligencia media y las damos más valor por el hecho de que así las consideramos respaldadas por la verdad y la estadística como si el sentido común de una buena persona no fuera respaldo suficiente. Las máquinas que manejan datos a velocidades que nunca podrá el hombre se enseñorean. La cultura del Big Data nos envuelve. Hemos caído en nuestra propia trampa. Lo que construimos para servirnos se ha terminado convirtiendo en nuestro amo. Vivimos para dar de comer a consultoras que nos mienten reforzándose en datos y cifras con que aparentar mayor volumen de trabajo y justificar así sus honorarios.

Oigamos lo que tenga que decir el sabio, el experimentado, el cabal, el experto. Dejémonos guiar en aquellos campos en los que no sabemos. Busquemos la opinión de los honestos para formar la nuestra. Siempre será mejor la idea que nos exponga alguien desde la calidad humana y la bondad, desde la templanza, la moderación, la piedad, la empatía y el desinterés, que las olas de datos para respaldar una teoría.

Si encuentras a estos hombres no dejes que escapen de tu lado. Cuida al honrado, mantenlo cerca para que te guíe y te sirva de ejemplo. Ese debe ser tu prescriptor y tu modelo. Ellos deberían gobernarnos.. 

Y ya.

lunes, 25 de marzo de 2024

A VECES ME ECHO A UN LADO DEL CAMINO

 

Descubrí hace tiempo el placer que me produce conducir sin prisas mi moto sin un destino demasiado cerrado, sin planes rígidos. Parar cuando estoy cansado, comer cuando tengo hambre, seguir si me apetece,.. Abrir mi casco para dejar entrar el aire, y los perfumes del bosque que atravieso, rodar despacio, disfrutar del frío. Me gusta oír los pensamientos en los que ocupo mi cabeza y me abstraigo del sonido del motor. A veces son sensaciones intensas, íntimas. Surgen ideas que no quiero perder y me echo a la vera del camino para que no se me olviden.

Ayer me descubrí despidiéndome de cosas y paisajes conocidos como si fuera a ser la última vez que los viera. Y no era un pensamiento triste sino agradecido. Satisfecho de haberlos hecho míos aun por un momento mientras pasaron por mi existencia. Sin lamento si ya no volviera nunca más a ellos. Tampoco era presagio fúnebre de nada, era solo plenitud, alegría y gratitud por haberlos visto alguna vez.

Lamento, eso si, no haber podido tomar cada uno de los millones de caminos laterales que llevaban a mil lugares que no he conocido y nunca conoceré. No haber subido aquella carretera que veo irse a mi izquierda ladera arriba y no se donde lleva, no haber abrazado cada árbol ni haber superado cada río pasando por los miles de puentes de piedra que nunca he visto ni veré. Quedan mil lugares que visitar y cimas a las que ya no subiré nunca y veo en el horizonte ofrecidas a un cuerpo más joven que ya no tengo. Lamento ser limitado y finito pero no lamento no ser eterno. 

Me pregunto por las vidas que se viven en cada casa de los pueblos por los que paso, por los animales del bosque a los que no oigo pero sé que están ahí, por quién arregla el camino para que yo pueda pasar por él, por cómo pasa el invierno la gente que me es lejana. Y pienso en las tragedias cotidianas que suceden a mi paso y en las heroicidades y en las felicidades. Y pienso que si eso pienso de los caminos que recorro en mi país, qué será de otros mundos distantes, otras culturas, otras naciones.

Me agrada esta sensación de cosa hecha. No es triste aunque sea una despedida. Agradezco cada segundo de conciencia que me fue dado hasta ahora. Esos años de vida, y los que me queden, que me fueron regalados para ver el mundo y que morirán conmigo, son un don infinito para el que no tendré gratitud suficiente nunca. Las rocas existirán cuando yo no esté pero ellas nunca sabrán que estuvieron.

Saber que existo es el milagro. Que la luz entre por mis ojos y llegue a mi comprensión la forma y dimensiones de las cosas, que mis oídos conviertan las ondas de sonido en voces de personas que me hablan y cuyas vidas reconozco, que algo archive hasta mi muerte en alguna forma que no comprendo el recuerdo de los olores.

Y ya.

viernes, 15 de marzo de 2024

PLANOS (ENCUADRES DE CÁMARA)

 

PLANO ENTERO

PLANO MEDIO

PRIMER PLANO

PRIMERÍSMO PRIMER PLANO

PLANO AMERICANO

PLANO GENERAL

GRAN PLANO GENERAL


PLANO FRAME (O ENMARCADO)

PLANO PICADO


PLANO CONTRAPICADO

PLANO FRONTAL

PLANO DORSAL

PLANO LATERAL

PLANO INDIRECTO

PLANO-CONTRAPLANO

PLANO ESCORZADO

martes, 20 de febrero de 2024

SE LLAMABA RAÚL Y NO LLEGUÉ A CONOCERLO

 

Hoy se cumplen 30 años.

30 años de una noche en que llegué de madrugada a casa de mis padres, donde vivía todavía. La noche se había torcido y lo que iban a ser unas copas con los colegas acabó en tragedia.
Estaba un poco en shock. Tanto que no era consciente de que lo estaba.
Aún recuerdo la cara de mi madre mirándome horrorizada. Yo no sabía por qué.
- ¿Qué ha pasado?- dijo asustada.
- ¿Cómo sabes que ha pasado algo?
Ella me señaló a los pantalones y en ese momento los miré y entendí todo. Estaban encharcados de sangre.
- No es mía -. solo acerté a decir antes de derrumbarme en una de las sillas del salón.
Esa noche habían matado a un desconocido a pocos metros de donde yo estaba. Se llamaba Raúl. Luego lo supe.

Recuerdo como si fuera ayer el horrible sonido de fuelle del aire saliendo por la cuchillada en sus pulmones. Y lo recuerdo porque yo estuve allí, de rodillas, a su lado, intentando inútilmente tapar la gran herida por la que se le iba la vida. Junto a otros desconocidos tratábamos de mantenerlo vivo hasta que llegara la ambulancia. Pero se nos fue mientras lo intentábamos.

Por desgracia no era la primera vez que alguien moría en mis brazos.

También recuerdo, como un detalle fuera de lugar, que pensé en su dignidad. Pensé en que aquel chaval desconocido seguro que no pensaba que fuera a morir aquella noche. Ni así -Ni de ningún modo. Con veinte años todos somos inmortales-, rodeado de un corro de curiosos. Y recuerdo que le tapé una de sus heridas más graves con una prenda que llevaba. No sabía quien era, pero no se merecía que lo viéramos de aquella manera en aquel instante.

Al día siguiente lo escribí todo para recordarlo siempre. No quería dejar que aquellas sensaciones tan intensas se fueran. Leí la noticia en los periódicos como si se tratara de algo ajeno que no hubiera vivido en directo. Había muerto intentando evitar un robo. Una semana después, en el programa de radio en el que tenía un espacio lo relaté. Como un exorcismo. Obligándome en espera de algún efecto catártico. Buscando algún tipo de desbloqueo o una espita que al abrirse me aliviara el pecho lleno de tristeza. Aquel año escribí mi primer libro. Uno de los capítulos rememora aquella noche.

Por ahora tendría mi edad o algo menos, y podría haber sido feliz, tenido una familia, hijos, alegrías, una vida. Pero se apagó ante mi en aquella acera mientras yo lo miraba impotente. Una noche como esta hoy hace 30 años. Se llamaba Raúl. Luego lo supe.

Y ya.

domingo, 28 de enero de 2024

ASOCIACION DE NO ASOCIABLES

"Comfortable chairs, the latest periodicals,
 & the most unsociable and unclubbable men in town."

El intérprete griego
Arthur Conan Doyle.

En el "Reform club" estaba prohibido dirigir la palabra a los demás socios así que, como veis, la idea original no es mía. Cuando el protagonista de la vuelta al mundo más famosa de la literatura iba a leer el periódico a su lugar favorito de Londres esperaba estar rodeado de iguales; Caballeros que no le molestaran con sus cuitas y sus conversaciones. Lo mismo buscaba Mycroft Holmes, el hermano de Sherlock, que eligió como rincón favorito de la metrópolis el "Club Diógenes" precisamente porque contaba con una sala a la que llamaban "del silencio", en la que estaba seguro de no ser importunado. Las reglas eran muy estrictas al respecto. La escena final de "Memorias de Africa" subraya, para acentuar el reconocimiento de los hombres del lugar a Karen Blixen, cómo estos rompen su silencio en el bar del Club, e interrumpen por unos segundos sus asociales interrelaciones silenciosas y lecturas aisladas, para levantar su copa por ella antes de volver a sus ensimismamientos de nuevo. Estos británicos tendrán lo que quieras pero al menos se visten para cenar y en este sentido nos dan cien vueltas. Nada consideran mayor pecado que interrumpir los pensamientos de otra persona.

Porque vengo a proponer ante sus señorías la creación de una "Asociación de sociópatas de libro" o "Sociedad de asociales". Sugiero llamarlo "Club de los lectores muertos" en homenaje a la película. O "Cartujos laicos". ¿Puede haber acaso algo más bonito que una fila de motoristas que llegan a un sitio, desmontan, entran en el bar de carretera sin hablarse, se piden cada uno su cerveza y siguen ruta sin haber cruzado una palabra en todo el proceso? ¿Algo más hermoso que el silencio cómplice del grupo de pescadores que no tiene nada que decirse salvo lo que se dicen con el hecho mismo de sentarse uno junto al otro sin palabras? ¿Visión más perfecta que la de tres amigos sentados mirando a la plaza con su vino de la mano viendo pasar la vida y la belleza y compartiendo el momento? ¿Imagen más cívica que la de dos lectores que se ignoran entre ellos como si estuvieran solos cada uno en su isla? Si señores, en mi opinión a veces la compañía callada es la mejor compañía.

Seguramente desde fuera se pueda ver como algo contrario a lo que llamaríamos un grupo de amigos y sin embargo lo son. Ya se que es algo que mucha gente no entiende, y que cree que la comunicación es indispensable elemento de las relaciones sociales, yo también lo pienso. La cuestión es la cantidad de comunicación. Muchas veces es más completo un simple asentimiento con la cabeza como gesto de aceptación de una invitación a otra ronda, que mil líneas de diálogo vacío y meramente formal que sólo tienen como finalidad cubrir el trámite de la cortesía aceptada por regla de convivencia sin desearla realmente. Hay quien le tiene ese horror al vacío. La comunicación está sobrevalorada y algunos echamos de menos los espacios de camaradería callada que esta idea viene a cubrir.

Lo primero que haremos será insonorizar nuestra sede para que ningún ruido del exterior entre en nuestros dominios alterando la quietud y paz de las almas de los socios. Contrataremos a camareros que firmen una clausula de silencio absoluto, mimos o intérpretes de lenguaje de signos, mudos o amputados de lengua. Luego pondremos a la entrada un gran cartel con las normas del club enmarcadas en roble tallado, estará junto al poste al que se atará a los infractores para las flagelaciones (Habrá pena de 20 azotes -que se doblarán si grita al recibirlos- para quien deje que le suene el móvil por olvidar haberlo puesto en silencio. Y muerte horrenda para quien mantenga conversaciones telefónicas audibles por terceros). El tono del aviso será claramente admonitorio y amenazante para que las cosas queden bien claritas desde el principio. No queremos confusiones. Estarán prohibidas las palabras habladas, incluso todo saludo por gutural que sea que supere los 5 decibelios y no consista en simplemente levantar las cejas. El diálogo estará proscrito y se perseguirá con saña por la policía del mutismo. Se considerará prohibida cualquier clase de interacción que exija sonido. En la sala de fumar solo se oirá el crepitar de la chimenea y el frufrú de nuestros smokings. Adquiriremos por mucho que cueste el único billar del mundo cuyas bolas choquen sin ruido. Este no será lugar para negocios ni tertulias, para conspiraciones ni debates. Que para eso hay otros. Este será nuestro refugio y nos cruzaremos por sus pasillos sin dirigirnos jamás la palabra.

No es esta una oda al silencio en general, ni un elegía a los callados como seres superiores situados por encima a los habladores (que lo son, pero ese es otro tema). No se trata de una lucha entre extrovertidos e introvertidos, sino un gueto buscado conscientemente, una reivindicación para un espacio para los momentos en que apetece estar solo sin estarlo. La comunicación es necesaria pero igual que tiene sus foros y templos hace falta uno que nos reservemos los que lo amamos para adorar al dios callado.

Y ya.


martes, 24 de octubre de 2023

LA BALADA DE LUISIN

 

Por la noche la estación de tren de aquella gran ciudad cerraba. Quién lo iba a suponer. Pues por lo que se ve lo sabía todo el mundo menos yo, provinciano de mi, que imaginaba que una estación no cerraría nunca igual que no lo hacía la ciudad. O que en último caso siempre habría una cafetería de esas en las que solo estáis el camarero y tú y donde se esconde de la policía la crema y nata y se refugia quien no tiene donde dormir cuando hace frio. Pero no, esta estación cerraba de noche. Y estaba, como toda estación de gran ciudad que se precie, lejos del centro. No solo eso, estaba lejos de cualquier cosa. Ni taxis había. Ni un miserable garito cerca. Nada.

El provinciano llegó de noche. Acababa de aterrizar a aquella ciudad y se dirigió a la estación desde el aeropuerto. Esperaba, hasta que saliera su tren a primera hora de la mañana, poder hacer tiempo en la cafetería que había siempre en todos esos sitios y que suponía abierta. O en uno de sus bancos al menos. Pero no. Por la noche la estación de tren de aquella gran ciudad cerraba. 

Todavía se estaba alejando calle abajo en la soledad de la noche el taxi que le había traído cuando se le vino un pensamiento a la cabeza al encontrarse la puerta cerrada y al guardia de seguridad dentro: `menudo hijolagranputa el puto taxista´, que seguro lo sabía y aún así le había recogido en el aeropuerto y llevado hasta la mismísima puerta cerrada de la estación sin comentarle ese pequeño detalle. 

Fatalista miró el cartel de la puerta que indicaba que permanecería cerrada hasta las 4:30 y luego su reloj. La 1 de la mañana. ¿Qué iba a hacer durante tres horas y media en medio de la calle ante una estación de tren enorme y cerrada, y a tomar por el culo del mundo? Le pasó por la cabeza volver a llamar a otro taxi y bajar al centro a hacer tiempo pero los bultos le iban a estar molestando todo el rato así que decidió hacer de tripas corazón y prepararse para ver pasar las horas en plan homeless sentado en la acera hasta que abrieran.

Al rato se dio cuenta de que no era el único. Una familia de sudamericanos, padre madre y dos niñas, estaba en las mismas. Habían tenido el mismo error de cálculo y la misma presunción. Lo suyo era peor. Estaban las niñas. A pesar de la complicidad dada la coincidencia no estaba la noche para confianzas. El recelo reflejado en la cara de la mujer al mirar al provinciano le dijo que ella al menos no se fiaba de ese tipo sentado en el suelo de la entrada de la estación solo en la madrugada de la gran ciudad. No llegaron a cruzar palabra que pudiera desmentir esa sensación. La indefensión de la situación justificaba la precaución y más en un país extraño pensó el provinciano.

Fue entonces cuando se le acercó Luisín. Evidentemente todavía no sabía que se llamaba así, pero no tardaría mucho en hacerlo pues el individuo se presentó educadamente. Era a las claras alguien que vivía en la calle por su forma de vestir y el gran bulto que acarreaba sobre ruedas con sus cosas. Tenía un cierto retraso mental. Rondaría los 35 y hablaba en frases apenas comprensibles por su falta de contexto. No parecía no obstante peligroso sino antes respetuoso. Estaba aseado e intentaba simplemente acercarse a hablar con quien fuera para aminorar su soledad, todo lo cual no reducía la prevención del provinciano.

Estaba claro que su agarradero, su elemento al que aferrarse, era aquello en lo que Luisín se sentía seguro y dominaba. De la "conversación" a retazos se deducía que el que se sentía más extraño en aquella situación era el provinciano y no Luisín. Resultaba sencillo entender que para él aquella noche no era la única que dormía en la calle a la puerta de la estación. Se movía con soltura en aquella realidad confusa para cualquier otro. De sus gestos se colegía cierta confianza y relativa seguridad en sí mismo en aquella situación aunque solo fuera por comparación con nosotros. A diferencia de los demás que estábamos por allí se alejaba lo suficiente de sus bultos para saber que no temía que nadie se los robara. Conocía las reglas, los horarios y las dimensiones de la noche a la puerta de aquella estación cerrada hasta las 4:30. Adoptó el papel de guía para los que no nos sentíamos cómodos en ese sitio y momento intentando que nos sintiéramos menos tensos. Sin embargo nada podía evitar la inquietud de la situación en medio de la soledad de la madrugada en una ciudad extraña. Ni Luisín con sus maneras sueltas. En realidad el mismo hecho de que hubiera quien se manejara en ella con soltura era en sí mismo inquietante. 

Pronto empecé a pensar en Luisín. Lo miraba ir despacio de aquí para allá por la oscuridad solitaria de la fachada de la estación iluminada desde fuera por las luces insuficientes de la ciudad desierta. Iba murmurando para su adentros organizando en su cabeza las cosas que pasan en la noche como quien repasa una lista mentalmente o coloca un armario ficticio. ¿Cómo acababa alguien con su discapacidad pasando sus noches solo en una estación de una gran ciudad desde hacía tanto tiempo como para sentirse cómodo en aquel mundo?¿Quien lo había abandonado así?¿Qué padres descargaban su cansancio por cuidarle hasta el punto de dejarle vivir de ese modo su día a día creyendo que estaría seguro y era lo mejor para él?¿Qué institución había decidido que con la mayoría de edad Luisín ya no podía seguir siendo cosa suya y le había soltado a la ciudad para que durmiera cada noche en la estación desde hacía años?¿De qué tipo de familia desestructurada provenía?¿Qué cosas había visto?

Más tarde un vagabundo que hasta ese momento no se había movido y había pasado desapercibido, emergió de unas cajas y le gritó un par de frases inconexas amenazantes a Luisín desde las brumas del sueño, del alcohol o de la enfermedad mental. Luisín retrocedió sin herramientas ni habilidades con las que hacerle frente, a medias entre atemorizado y acostumbrado a los desplantes de superioridad de quien no tiene con quien vengarse de la vida y usa para ello a los que cree sus inferiores. No hubo más. Y Luisín volvió pronto a adoptar su rol de cicerone de la noche extraña para mi.

Pasaron así las horas lentas, sucias, grises, como el suelo de la acera en la que las había pasado sentado. A las cuatro y media en punto se abrieron las puertas de la estación dejando entrar al curioso grupo que formábamos los vagabundos, la familia y yo. Pronto empezó a llegar la gente que iba a tomar sus trenes hacia sus trabajos o desembarcaba de los vagones extendiéndose por la sala de espera volviendo a dar vida a la sala vacía hasta entonces. Luisín, tras poner a cargar su móvil en el enchufe de una columna con gesto acostumbrado de quien lo hace a diario, se arrogó la función de repartir los bancos libres entre los que habíamos estado esperando. Me resultó curioso su educado criterio para asegurarse de que las niñas estuvieran cómodas y nadie las molestara sentándose él mismo alejado conscientemente del grupo, sabedor de que generaba desconfianza en la madre.

Me despedí con una palabra y un gesto de Luisín cuando se abrió la entrada para mi tren y pasé a otra zona de la sala de espera. Desde allí seguí viéndole a lo lejos manejarse con soltura dirigiendo el especial tráfico de personas que se movían a aquella hora por la estación. Luego llamaron a mi tren y no miré atrás.

Desde ese día pienso a menudo en Luisín, durmiendo cada día sin alejarse demasiado de su maleta enorme a la entrada de la estación de Chamartín de Madrid esperando que abran las puertas cada madrugada a las 4:30 para poder enchufar su móvil y cargar su batería. Tratando de crear una atmósfera de comodidad y confianza en quien no sabía que la estación estaría cerrada y ha de quedarse allí tirado en plena calle hasta que amanece. Sin conseguirlo. Condenado a infundir un miedo que no pretende. 

Era verano ese día. Hoy ya hace frío en la calle.

Y ya.