sábado, 23 de enero de 2016

EL PURISTA


La doctora Holstein acababa de publicar recientemente su revolucionario artículo y la psiquiatría se había visto conmocionada con el descubrimiento. Ese día exponía sus conclusiones clínicas en el Simposium Internacional de Patologías Mentales que se celebraba en Salzburgo. Su ponencia había sido largamente esperada. 

La novedad residía en la descripción médica de una nueva manía hasta ahora jamás documentada. Se trataba de una forma desconocida de obsesión compulsiva sobre la que no había hasta la fecha registro médico alguno ni existía literatura científica. Todo el mundo sabía que siempre había estado allí pero nunca se habían encontrado pruebas constatables ni ningún sujeto al que someter a estudio y análisis clínico. Ahora sí lo había. Ella había encontrado a varios pacientes que respondían a esos síntomas.

Eran pues algo parecido a un Yeti de la medicina psiquiatrica, un eslabón perdido en términos geológicos, biológicos y antropológicos, un dorado, una tierra del preste Juan que debía estar en los mapas pero nadie había hallado. Hasta ahora. Su descubrimiento había sido como encontrar la prueba de la teoría de la relatividad, tropezarse con la demostración que Einstein predijo que con el tiempo aparecería demostrando sus cálculos.

La doctora Holstein, haciendo uso de su prerrogativa como descubridora, había bautizado a la enfermedad como "Superpurismo de Holstein". El "Superpurismo" se describía como el comportamiento compulsivo consistente en renegar de la evolución de las creaciones ajenas. Quien lo padecía no soportaba que el autor hiciera cambios en el personaje o la historia inicial una vez creada y alcanzada la maestría con ella. No le bastaba meramente con que fuera "fiel al original", era un paso más allá. Consideraba que así estaba bien y no había que tocar la obra ni una coma. Negaba al creador su derecho a modificar su propiedad en base a los intereses, conveniencias o gustos que estimara oportunos. Y lo hacía acusando de mercantilizar el arte y la perfección, cosa a la que el enfermo de esta patología no consideraba con derecho a los autores y personajes. Ni siquiera en su propio beneficio. 
Lo resumía con la vieja idea de "Segundas partes nunca fueron buenas" y el aforismo auto interrogativo "Pero ¿Qué necesidad había?".

La doctora achacaba que la patología no se hubiese descubierto hasta ahora al hecho de que el "Superpurismo" había quedado durante años oculto bajo lo que simplemente se consideraba "pedantería insoportable", pero no era así. Los enfermos con esta sintomatología no eran libres para elegir. No se trataba de simples listillos. Eran personas con su libre albedrío limitado gravemente. Eran como el maniático que no soporta que la tapa de la alcantarilla sobre la que está pintada la linea continua del medio de la calzada no se haya vuelto a colocar en su lugar correctamente.

En sus notas se podía leer:

"El paciente número uno (N) es un fan acérrimo de Elvis Presley, pero sólo de su primera época, cuando joven. Sostiene que la fase del cine y mucho más la posterior de "Las Vegas" cuando los grandes cuellos, las chorreras y los pantalones de pata de elefante, son una traición al verdadero espíritu del Rock´n Roll. Con frecuencia repite en las entrevistas -¿Pero que falta hacía?-". 

"El paciente número dos (V) ha llegado a renegar, dentro de su fanatismo por el personaje de Sherlock Holmes, del propio autor, acusándole en su fantasía paranoide de no ser él el autor de los relatos a partir de la primera época, que es aquella en la que aun no aparecía Moriarty. Y ya no te digo nada de la sarta de exabruptos que suelta cada vez que ve la configuración prototípica que se ha hecho a lo largo del último siglo de su personaje favorito al vestirle ridículamente (sic) con esa gorra, esa capa y esa pipa tan absurdas."

"El paciente tres (L) repite machaconamente "¿Por qué os empeñáis en hacerme esto?". Se trata del caso de un gran admirador de películas como EL PADRINO o LOS INMORTALES que se muestra extrañamente selectivo en su amnesia al negar la existencia misma de la tercera y la segunda parte de estas sagas respectivamente."

Pero el caso más agudo y grave a la vez (Paradógicamente) fue el del paciente cuatro (R) que siempre sostuvo que George Lucas sólo tenía en mente hacer una película cuando hizo la guerra de las galaxias, y que las dos siguientes fueron continuaciones innecesarias creadas únicamente para sacar dinero y sin una buena continuidad con el guión original encima. 
Gracias al aviso de la doctora la policía pudo detenerle antes de que consiguiera materializar sus asesinas intenciones tras ver a Jar Jar Bings en la cuarta película (primera de la saga). 

Y ya.







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