miércoles, 3 de abril de 2019

EL RIO DE LAVA

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Concibo la realidad como un imparable río de lava. De un rojo intenso e infernal. Perfecto deslizamiento casi imperceptible de glaciar destructivo. Ancho y abrasador. Lento en su avance pero imposible de detener. Así pienso en la evolución de la humanidad en lo sociológico, lo económico, lo político. Se trata de una cierta visión determinista según la cual nos dirigimos sin remedio hacia un solo y posible destino. Uno que me es desconocido y que me asusta cuando creo adivinarlo a lo lejos entreviéndolo a través de las nubes de gases. Uno que está decidido de antemano en cuanto a que el que será lo va a ser por más que queramos otra cosa. Pero uno que no sabemos cual va a ser pues en cualquier momento la lava puede torcer su curso por la inclinación del terreno y los obstáculos que se vaya encontrando a su paso. Lo único que tengo claro es que no volverá a ascender la lava por la ladera. No hay vuelta atrás. La historia es unidireccional y lineal.

Hay mucho de pesimista en esta visión pues creo que el motor de su avance es la comodidad y el interés, que son quienes mueven los mercados y las grandes decisiones en política y economía o las pequeñas que componen la intrahistoria doméstica y cotidiana de quienes van sobre la lava. Aplastante masa ígnea que pasa por encima de las vidas de los inocentes que tratan de mantenerse a flote. Sin  piedad. Inexorable como una voluntad divina aterradora al estilo de las venganzas de los dioses griegos o judíos. Y sobre todo porque la fuerza de la colada de lava es tal que no podemos frenarla y nos arrastra hacia un mundo egoísta y tensionado en que solo importe el beneficio y prime sobre los valores lo material del que el actual es solo ensayo menor.

Veo tres posturas que podemos adoptar ante ese río. 

Hay en esa metáfora en primer lugar héroes a los que admiro por su lucha. Son los idealistas de todo pelaje. Gente con causas en las que creen y se implican activamente tratando de cambiar el curso del río de lava en su miserable ínfima medida poniendo parapetos que arden arrasados o canalizando inútilmente la lava que se desborda a pesar de sus esfuerzos; ecologistas, educadores vocacionales, personas espirituales, luchadores por los derechos humanos, creyentes misioneros, políticos sinceros (pocos), activistas y voluntarios solidarios, defensores de los derechos laborales, de la vida en todas sus concepciones, convencidos de la defensa de los más débiles.. Pero solo logran retrasar casi imperceptiblemente la velocidad del imparable río. Ralentizar su avance. Ni todos juntos suman la milésima parte de la fuerza que tiene el río de lava en su descenso. No podrán pararlo.

Agradezco su empeño pues gracias a ellos vivimos mejor y puede que me muera sin ver desembocar el río de lava en el desastre final e incluso puede que mis hijos lo hagan gracias a su esfuerzo diario, titánico e infructuoso salvo en lo micro. Gracias a su fuerza el río avanza más despacio o no tan deprisa como algunos querrían. Sois mejores que yo. Gracias. De corazón. Os admiro no solo por vuestra valentía sino por mi derrotismo. 
Son gente que sigue luchando a pesar de saber que han perdido ya la batalla y que solo les queda la esperanza de retrasar el desastre. Y aún así, sabiéndolo en su fuero interno, siguen plantando el árbol que saben que no crecerá tras la hecatombe nuclear de mañana. Aportan el necesitado optimismo existencialista de quien sabe la verdad y lucha contra ella o la esquizofrenia sana de quien se la niega a sí mismo intencionadamente.
Tal vez no tengan otra opción y no puedan elegir ser de otro modo. En cualquier caso gracias. Hacéis mejor el mundo y nos hacéis mejores a nosotros. No diré que nos dais esperanza pues sería mentira. 

Están por contra los interesados en acelerar el ritmo del rojo fuego viscoso en su descenso o cuando menos en beneficiarse de algún modo de todo lo que conlleva. O siquiera en aprovecharse de sus consecuencias mientras sigan vivos aunque ello lleve al desastre a la humanidad y a sus propios descendientes. No son meros conservadores que quieren que todo siga igual que hasta ahora. Esa diferencia entre quienes abogan por el progreso o quienes quieren mantener el statu quo se queda en ridícula a la vista de las dimensiones del río de lava. Ya no tiene sentido la dicotomía entre quienes defienden el sistema y quienes quieren destruirlo. No hay revolución posible. Me rindo. 
Son las fuerzas del ultraliberalismo más descarnado. Ese que se sabe ganador pues está seguro de que la meta del río de lava es el horizonte que saben cierto (No se si deseado pero al menos aceptado y en tanto llega, utilizado en su favor). Ese que ante el desastre mira a ver la forma en que puede beneficiarse. Pero a lo grande.
Estos son los más simiescos, los menos humanos y en ese sentido los más animales. Son los que más se dejan llevar por la víscera y el instinto primario: el de mi comodidad primero y a lo demás que lo jodan. Los que más han dejado de reconocerse en rasgos de personas, los que más han renunciado a lo que aporta el concepto de humanidad y civilización, y nos separa de la selva: El egoísmo y el mero interés aunque cueste vidas.

Y por último estamos los indiferentes, de los que a su vez hay tres categorías; Los que deciden serlo a pesar de saber la verdad y vivir refugiándose en sus pequeñas cotidianidades. Huyen. En el fondo los más sabios de entre nosotros.
También están los ignorantes, que ni siquiera se saben flotando sobre los fluidos mortales del volcán hacia la muerte...
Mi postura hoy, tras pasar por otras, es mirar el río en su belleza terminal. La belleza y el heroísmo se han convertido en mis últimos refugios. Sé que es cómodo y perezoso, y que delego en otros seguir esa lucha, pero es la mirada que más cuadra con mi actual estado de ánimo. Uno que se ha terminado asentando en mi personalidad desilusionada tras mirar deslizarse la masa candente mucho tiempo. Comprobando lo ímprobo de un esfuerzo que agradezco en quien sigue haciéndolo por mí y por mis hijos, pero que me siento incapaz de hacer a estas alturas.  

Y ya.