lunes, 21 de diciembre de 2020

ABUELITO DIME TÚ...


Espera, ojo.. que hay quien sigue sosteniéndolo de verdad, no creas. Que igual soy yo que no lo veo claro, pero es que no le pillo el punto al argumento oye. Que a mi es que me parece que a alguno le ha cegado la visión idealizada de lo rústico y sigue, sostenella pero no enmendalla, defendiendo una supuesta vuelta a lo rural. Y no se refiere de visita, no. Ni siquiera se refiere a vivir allí ahora con los medios y comodidades actuales. No, no.. Dice de volver de verdad a vivir como antes. Y lo dice en serio, no te vayas a creer. 

Que no se yo qué le ve nadie de atractivo a volver a tener una esperanza de vida de 60 años. Seis décadas de las que te has pasado 5 eslomándote 360 días del año a trabajar de sol a sol arrancando terrones al suelo esperando que llegue el día de la fiesta del pueblo para que haya baile y las mozas de otros pueblos vengan y poder conocer así a una mujer del mismo valle con la que tener siete hijos sabiendo que van a sobrevivir como mucho cuatro más allá de los veinte. A vivir en un lugar frío y apartado de un hospital al que ir si lo necesitas. A curarse los sabañones con remedios caseros. A solo conocer dos días; el domingo y los demás. Y muchas veces ni eso. 

Porque el olor de la leña es agradable para el urbanita, pero al que tuvo que cortarla cada otoño para tenerla lista para el invierno porque era la única forma de tener calor se la pela el aroma. Y los prados verdes molan desde una ventana de madera, pero es que hay que segarlos y arreglar la ventana para que ajuste y no se vaya por ahí el calor. Y levantarse a las cuatro para ordeñar o sacar al ganado. Porque a mi es que la endogamia me da un poco de yuyu y porque los pueblos de España han sido durante siglos el terreno del juego favorito de nuestra raza: la envida y el cotilleo, la maledicencia, el cainismo negro y la maldad retorcida de quien es capaz de matarse a tiros de posta por una linde supuestamente movida veinte centímetros o de denunciarte para que te fusilen (si no matarte él mismo) por unos celos catetos.

Así que me vas a perdonar amigo pero ahí no me vas a tener contigo.

Y ya.

lunes, 14 de diciembre de 2020

LA MEDIDA DEL TIEMPO

Hubo un tiempo en que el tiempo no existía. Eras enteras cuyos días no tenían divisiones. Hoy precisamos ser precisos. Damos por hecho saber la hora con exactitud sin que, valga la redundancia, la valoremos en su medida. Hubo un tiempo en que cuantificar el tiempo no era imprescindible, ni necesario siquiera. Nuestros tatarabuelos solo necesitaban saber si era de día o de noche y en qué punto del cielo estaba el sol para hacerse una idea de lo cerca que estaba de acabar una jornada que moría con la luz. Luego necesitamos una dimensión e inventamos las horas y las pusimos nombres. Y tuvimos tercias, y sextas, y nonas, y vísperas.. y seguimos su sombra en los muros y tocamos las campanas para hacer saber a los hombres en qué momento del día estaban y cuándo debían dejar unas obligaciones para cumplir otras. Y los navegantes necesitaron el segundo para sus mediciones pues ya no les bastaban las ampolletas para ser exactos y conocer el punto concreto en que se hundían en el mar con sus sextantes y horizontes. Y alguien colgó dos piedras y las hizo péndulo generando un movimiento que tardaba en morir y permitía a la máquina decirnos el instante. Pero era enorme y no podía llevarse en los barcos ni cabía en los bolsillos de nuestros chalecos ni menos portarse en las muñecas así que encerramos al tiempo en cárceles de cronómetros y torres como antes habíamos hecho con la extraña aguja china que flotaba en el agua mirando siempre al mismo lugar desconocido y lejano, y a la luz que trataba de escapar y sólo podía girar asomada a los acantilados.
Y empezamos a oír algo que hasta ese instante nunca había tenido sonido propio, y el tic-tac acompasó nuestros momentos, y a esclavizarnos con mantener su latido dándole cuerda, y un día vestimos el tiempo y lo amarramos a pequeñas cadenas y lo llevamos encima en nuestros trajes encerrado en cajas mágicas para las que había magos llamados relojeros. Eran capaces de hablar el lenguaje de lo minúsculo y de entender los mecanismos y engranajes misteriosos. Y decían palabras maravillosas como minutero.
Y entonces necesitamos saber qué hora era. Y requerimos de la precisión. Y la exactitud fue obligatoria. Y mirábamos nuestras muñecas para saber cuándo existíamos. Y lo hacíamos a menudo. Muchas veces cada día.
Y dejamos atrás la infancia en la que nunca importaba el tiempo. Y nos dirigimos sin mirar atrás hacia ese punto donde ya nunca más lo hay. Porque olvidamos que hubo un tiempo en que no era necesario que hubiera tiempo.

Y ya.

DEMANDA CULTURAL


Tengo desde hace algún tiempo la agradable sensación de que crecen los espacios reservados a la difusión cultural en las emisoras de radio. No digo que haya desaparecido la basura de la radio, es evidente que no. Digo que tengo la impresión de que los principales programas cuentan ahora con una sección reservada a hablar de libros, de ciencia, de historia, de cine, de ciudades, museos, lo que ver, filosofía, teatro, tendencias, etc. Y que las principales cadenas tienen sus programas enteros (en horarios infames eso sí, pero el podcast ha venido a salvar a este fenómeno) dedicados a hablar de cuestiones un poco más elevadas que la morralla que llena las parrillas durante la mayor parte del tiempo. 

Julia Otero tiene sus clases magistrales con invitados de auténtico lujo, EsRadio tiene sus "Cowboys de medianoche", Onda Cero su "Cultureta", hay podcasts como "Aquí hay Dragones" o "Todopoderosos".. Incluso hay un cierto renacer en televisión y una recuperación de espacios de calidad como el magnífico programa de Iñaki Gabilondo "Cuando yo no esté" y "Orbita Laika" amén de otros gestos esperanzadores como los de recuperación de música en directo (La hora Musa) o el de Cristina Rosenvinge "Canciones desde la azotea". Parece que vuelven las entrevistas de calidad y a personas interesantes que tienen algo que decir y aportan más allá del griterío o del mero intercambio de simples opiniones (Mi umbral de soporte de opinadores había alcanzado su máximo soportable). Incluso fuera del circuito el éxito de podcasts como el de "Memorias de un tambor" ha demostrado que existe gente con hambre de cultura. Y en la prensa escrita se apunta en esa dirección con iniciativas tan interesantes como la de los rastreadores del "Norte de Castilla".

Y no soy tan ingenuo para  creer que es casualidad y menos que es por una repentina vocación de servicio público con la que todo el mundo ha decidido convertirse en la 2, pero he de decir que me agrada este descubrimiento de un nuevo nicho de mercado para las empresas de comunicación. La fórmula elegida ha sido muy inteligente: Buenos conversadores improvisando. Curiosos comunicadores, lectores ávidos, cinéfilos compulsivos. Freaks. Algunos de los nuestros.

Nacen así sitios para la charla fluida moviéndose por un sutil guion basado en un tema eje sobre el que divagar acerca de la creación, del arte y la cultura. Espacios con contertulios pedantes pero aguantables que no solo van a hablar de su libro o a dar su punto de vista sobre cada cosa del ordinario día a día, sino a hablar un rato entre amigos para hacerme a mi el rato más agradable. Gente a la que admirar por sus conocimientos enciclopédicos pero con la que sentirse identificado al comprender sus guiños y referencias, sabiéndote con ellos especial por pertenecer a una cierta tribu de elegidos.

Bien es cierto que es una cultura un poco como de Trivial, de intercambio de citas y frases, de escenas, bandas sonoras, imágenes en blanco y negro o entradas de Larousse y referentes conocidos (al menos por ellos y sus oyentes), de conocimientos y recuerdos ligeramente elitistas. De "Muy Interesante". Pero creo que en eso precisamente consiste su éxito; en haberse dado cuenta de que ahí había algo: gente que lo esperaba, que quería sentirse especial, como si de lo que en ellos se habla estuviera reservado a unos pocos. Unos pocos que son muchos, más de los que pensaban los mismos productores al dar permiso para iniciar estas aventuras, pero que sin embargo son suficientemente pocos para seguir sintiéndose una minoría selecta de lectores, cinéfilos, aficionados a la historia, al arte, curiosos ante los avances científicos, etc. Un público que siempre ha soñado encontrar a sus iguales para mantener ese mismo tipo de tertulias y que ve con disfrute como otros, mas sabios, las personifican. 

Y ya.

domingo, 6 de diciembre de 2020

BISBEE (ARIZONA)

Al funeral del sheriff White no fue mucha gente. Ya por la mañana habían pasado por la capilla a mostrarle sus respetos algunos vecinos al cerrar sus comercios y oficinas antes de ir a casa a comer. Al atardecer en la ceremonia y luego al entierro solo asistieron los representantes de la cámara local y dos o tres parejas con las que los White habían compartido amistades y crianzas. Al fin y al cabo no quedaba a quien mostrar condolencias desde que el sheriff enviudara tres años atrás, uno más tarde de recibir la carta del ejército comunicándoles la muerte de "Bud" Jr. en Vietnam. De regreso a sus casas los pocos presentes cuchicheaban preguntándose quien sería el elegante caballero sentado al fondo venido en el tren de la mañana desde California. Este había estado en silencio en su soledad detrás de todos. Solo pensaba en lo injusto de que no sonara una gaita y una salva de honor de policías de uniforme de gala homenajeando a su antiguo compañero. Ahora dirigía el departamento y en su mano hubiera estado, pero sabía que aquello no habría sido lo que Bud hubiera querido.

Ya casi nadie recordaba cuando más de veinte años atrás llegó al pueblo la pareja. Hubo quien reconoció a la joven Lynn, la hija de los Bracken, que regresaba a su pueblecito de la infancia. Ahora era la señora White y se había convertido en una hermosa mujer. Parecía haber hecho algo de dinero desde que siete años antes partiera de la pequeña localidad. Ninguno de ellos se fijó en que ese día ella era rubia. Nunca más. Desde la mañana siguiente, recién lavado el pelo, recuperó su color castaño y ya no lo abandonaría hasta que llegaron las canas con la vejez. Menos todavía recordaban en aquellos días a Bud, pues se pasó su primer mes encerrado en la casita que alquiló Lynn al llegar, convaleciente de unas recientes heridas que le dejaron aquellas extrañas cicatrices en ambos pómulos. 

Ella abrió una pequeña tienda en la calle principal, Tombstone Canyon, a la que pronto hicieron los honores todas las mujeres de Bisbee procurando una situación si no acomodada si al menos suficiente a los nuevos vecinos. La inicial envidia provinciana hacia la fascinante belleza de la recién llegada fue pronto sustituida por amabilidad y buena vecindad que se ganaron con sus personalidades modestas. Se notaban en la propietaria los modales desenvueltos de la gran ciudad pero sin darse aires, y el estilo de los vestidos de la tienda era elegante aunque adecuado para un pueblecito de Arizona cercano a la frontera. Las señoras visitaban el comercio de Lynn como quien viaja por un rato a Tucson; hablando de las rutilantes estrellas de Hollywood y sus amoríos mientras ojeaban revistas y se probaban lo nuevo recién llegado de San Francisco o Los Ángeles. Por su parte Bud se presentó a las elecciones a sheriff cuando el viejo Danvers se jubiló y ocupó el puesto hasta un año antes de su muerte. Se ganó el respeto de todos aunque nunca se puso el Stetson que era parte de su uniforme. Tampoco nunca en veinte años hubo de desenfundar su arma. Ni aun con los atracos del 61 que resolvió con habilidad de detective metropolitano. Ni con las patrullas que perseguían espaldas mojadas a las que nunca dejó campar a sus anchas. Tuvo fama de callado y justo, de buen amigo en la taberna aunque poco bebedor, de no prodigar su sonrisa pero ser franca esta cuando la usaba. Durante su mandato fue particularmente duro con los pocos hombres que se atrevían a pegar a una mujer en su jurisdicción.