domingo, 6 de diciembre de 2020

BISBEE (ARIZONA)

Al funeral del sheriff White no fue mucha gente. Ya por la mañana habían pasado por la capilla a mostrarle sus respetos algunos vecinos al cerrar sus comercios y oficinas antes de ir a casa a comer. Al atardecer en la ceremonia y luego al entierro solo asistieron los representantes de la cámara local y dos o tres parejas con las que los White habían compartido amistades y crianzas. Al fin y al cabo no quedaba a quien mostrar condolencias desde que el sheriff enviudara tres años atrás, uno más tarde de recibir la carta del ejército comunicándoles la muerte de "Bud" Jr. en Vietnam. De regreso a sus casas los pocos presentes cuchicheaban preguntándose quien sería el elegante caballero sentado al fondo venido en el tren de la mañana desde California. Este había estado en silencio en su soledad detrás de todos. Solo pensaba en lo injusto de que no sonara una gaita y una salva de honor de policías de uniforme de gala homenajeando a su antiguo compañero. Ahora dirigía el departamento y en su mano hubiera estado, pero sabía que aquello no habría sido lo que Bud hubiera querido.

Ya casi nadie recordaba cuando más de veinte años atrás llegó al pueblo la pareja. Hubo quien reconoció a la joven Lynn, la hija de los Bracken, que regresaba a su pueblecito de la infancia. Ahora era la señora White y se había convertido en una hermosa mujer. Parecía haber hecho algo de dinero desde que siete años antes partiera de la pequeña localidad. Ninguno de ellos se fijó en que ese día ella era rubia. Nunca más. Desde la mañana siguiente, recién lavado el pelo, recuperó su color castaño y ya no lo abandonaría hasta que llegaron las canas con la vejez. Menos todavía recordaban en aquellos días a Bud, pues se pasó su primer mes encerrado en la casita que alquiló Lynn al llegar, convaleciente de unas recientes heridas que le dejaron aquellas extrañas cicatrices en ambos pómulos. 

Ella abrió una pequeña tienda en la calle principal, Tombstone Canyon, a la que pronto hicieron los honores todas las mujeres de Bisbee procurando una situación si no acomodada si al menos suficiente a los nuevos vecinos. La inicial envidia provinciana hacia la fascinante belleza de la recién llegada fue pronto sustituida por amabilidad y buena vecindad que se ganaron con sus personalidades modestas. Se notaban en la propietaria los modales desenvueltos de la gran ciudad pero sin darse aires, y el estilo de los vestidos de la tienda era elegante aunque adecuado para un pueblecito de Arizona cercano a la frontera. Las señoras visitaban el comercio de Lynn como quien viaja por un rato a Tucson; hablando de las rutilantes estrellas de Hollywood y sus amoríos mientras ojeaban revistas y se probaban lo nuevo recién llegado de San Francisco o Los Ángeles. Por su parte Bud se presentó a las elecciones a sheriff cuando el viejo Danvers se jubiló y ocupó el puesto hasta un año antes de su muerte. Se ganó el respeto de todos aunque nunca se puso el Stetson que era parte de su uniforme. Tampoco nunca en veinte años hubo de desenfundar su arma. Ni aun con los atracos del 61 que resolvió con habilidad de detective metropolitano. Ni con las patrullas que perseguían espaldas mojadas a las que nunca dejó campar a sus anchas. Tuvo fama de callado y justo, de buen amigo en la taberna aunque poco bebedor, de no prodigar su sonrisa pero ser franca esta cuando la usaba. Durante su mandato fue particularmente duro con los pocos hombres que se atrevían a pegar a una mujer en su jurisdicción. 



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