viernes, 21 de octubre de 2016

NUESTRA PROPIA SEGUNDA ENMIENDA
























Escuchando estos días a los líderes de este país te puedes dar cuenta de que la cuestión no es fácil. Hay demasiado en juego. No solo la cuestión de fondo, que parece quedar en algo meramente anecdótico frente al debate sobre la libertad individual versus la ética implícita que conlleva. Ningún candidato a presidente ni partido nacional se atreve del todo a proponer su desaparición. Saben que pierden simpatizantes si lo hacen. Aunque se tiende a identificar su defensa con posturas conservadoras e incluso ultraconservadoras hasta los menos reaccionarios se resisten a enemistarse con sus defensores. Ni con los poderes económicos que hay tras ello (Porque es innegable que tras la actividad hay mucho dinero y grupos económicos de presión interesados). Todos son potenciales votantes. 

Para unos se trata de una cuestión de ética, para otros un derecho. Las posturas se polarizan y son muy viscerales. Nadie entiende los argumentos de la otra parte. Son, según cada cual, tan claros los argumentos en defensa de su postura que no conciben los de la otra. Y sus detractores son tachados de enemigos de la libertad individual al grito de "Si no quieres no lo hagas pero déjame a mí hacerlo". Para aquellos por su parte sus defensores son poco menos que consentidores de asesinato o peor. Sus bandos están enfrentados. Hay figuras y celebridades en cada uno de ellos defendiendo vehementemente sus respectivas posiciones. Son miles en cada lado. Y ambos se creen en posesión de la verdad. Se producen manifestaciones públicas en su defensa o contra ella. 

Sus aficionados lo identifican incluso con una cuestión de esencia nacional. Un símbolo de un país, una cultura, una forma de ver la vida. Hay partes del país en que lo consideran tan propio que se ha convertido en todo un símbolo de esa zona. Hay otras en que se  han dictado leyes para limitarlo o incluso eliminarlo. La cuestión se ha convertido en centro de la controversia política. Hasta geográficamente dentro del país dividiendo territorios aunque dentro de cada uno de ellos haya a su vez gente a favor y en contra. Sus bandos se han posicionado ante el público como defensores de la modernidad y el progreso unos y de la tradición otros. Y nadie admite que lo otro pueda ser cierto.

No cabe duda de que conlleva una enorme carga estética que hasta supone cierta erótica.
Tiene mucho que ver con el éros y el tánatos. Mucho que ver con la muerte.

De lo que no cabe duda es de que mueren personas cada año.

(Para hacérselo mirar. Volver al principio del texto)


















domingo, 9 de octubre de 2016

LA CULPA DE TODO LA TIENE JOSÉ MARÍA GARCÍA



Pues si niños. Asín es. Aunque muchos de vosotros no llegarais a conocerle en él radica el origen de todos nuestros males.

Hoy lo he visto claro. He tenido una epifanía, una iluminación. José María García es el p*** demoño colorao. Y si no a las pruebas me atengo o me remito (ad líbitum) como pasaré a demostrar.

Me valdré para ello de la aristotélica herramienta de la cadena de silogismos. De este modo a la par que demuestro mi tesis demuestro lo leído y pedante que soy. Dos pájaros de un tiro. Con ello el lector podrá apreciar partiendo de cada una de las siguientes afirmaciones dogmáticas e indiscutibles que están causados por la anterior. Y así hasta la inicial y causante de todas las siguientes.

1.- Afirmación innegable: La situación política española es un caos y una vergüenza

2.- Verdad incontestable: De ello son culpables los políticos

3.- Hecho irrefutable: Los políticos dicen muchas bobadas

4.- Realidad absoluta: Eso es así porque deben decir cosas continuamente para estar en el candelero.

5 .- Circunstancia probada: La razón de esta necesidad es que los medios de comunicación los atosigan a preguntas continuamente.

6.- Condición sine qua non: Eso tiene su origen en que a los periodistas los tienen en un alambre en el que se juegan el pan de sus hijos si no dan noticias, scoops, titulares, exclusivas.. a diario.

7.- Factum ciertum: Los medios tienen que llenar cada día muchas páginas, informativos.. Y eso ha derivado en que aceptemos ese horror vacui como normal.

8.- Certeza completa: Ese nuevo estilo de hacer periodismo sobre temas "serios" es herencia del periodismo deportivo que en un momento dado se vio obligado a llenar 90 minutos de comentarios sin sustancia dado que decir simplemente el nombre del que daba el pase era muy aburrido. Además alguien vio el filón y creyó que se podía hablar de fútbol no solo el lunes tras la jornada sino que había temas de los que hablar todos los días. Por ello periódicos como AS, Marca .. o programas como Hora cero eran diarios y terminaban comentando detalles nimios sucedidos en el entrenamiento, aspectos sentimentales de la vida de los futbolistas y sus novias, comentarios en tuiter de los jugadores, suposiciones o directamente noticias inventadas para tener tenso al personal..

9.- Elemento veraz: El primero que inició aquel estilo de periodismo fue José María García.

ergo..

Conclusión: José María García tiene la culpa de que a día de hoy estemos sin gobierno.

..quod erat demostrandum (traducción: "Eso es  así")

.Y es que una mariposa mueve sus alas en china y se desata un huracán en Nueva York. Y que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. O algo así.
....

Otro día analizaremos la curiosa figura del corrector ortográfico que solo interviene para lanzar maldiciones faraónicas contra quien usa mal el imperativo sustituyéndolo por el infinitivo. Os habréis fijado como yo en que abona desde hace poco las redes sociales. Sospechoso.
Adelanto al ávido lector (para que no se coma las uñas esperando mi siguiente y sabrosa entrada fruto de una profunda investigación) que mi tesis girará en torno a algún tipo de conspiración. Esta gente está organizada. Y si no .. al tiempo.

Y ya.

jueves, 6 de octubre de 2016

LA AVENTURA DEL OTRO

Es evidente que las vidas de unas personas se cruzan con las de otras. Que los destinos de algunos están decididos por pequeños gestos que otros llevan a cabo. Y esto es mas claro entre padres e hijos. Cuando Samuel compraba aquellos libros, sin saberlo estaba tejiendo los hilos mas importantes de la vida de Lucas. 
Samuel era un frustrado viajero, un aventurero que nunca fue. Leía las páginas de los relatos de viajes que otros habían hecho como sintiendo que se lo debía a sí mismo. Si no podía vivir aquellas aventuras en su piel al menos lo haría en los recuerdos de quienes las vivieron por él. Sin embargo para Lucas siempre estuvieron ahí. Desde su infancia. En los estantes de la biblioteca de su padre. Le acompañaron mientras crecía. Como paisajes ordinarios que nunca le fueron extraños. Como retos accesibles que nunca dudó se pudieran alcanzar si se los proponía. Al fin y al cabo otros lo habían hecho antes que él. La vida de Lucas pagó de algún modo la deuda que Samuel había contraído con sus sueños. En cierto sentido el éxito del hijo lo fue del padre. Siempre se había conformado con vivir a través de la vida de otros sus utopías por lo que el hecho de que su hijo fuera el medio para alcanzar todos aquellos puertos y todas aquellas cimas era mejor que nada. Desde que Samuel compró aquel primer libro y lo dejó al alcance del adolescente que no conocía límites y del inmortal joven que Lucas se sabía, de alguna manera estaba decidiendo, sin proponerselo, cómo iba a ser la vida de su hijo

Lucas nunca se casó. Aquella vida sin posibilidad de previsión, antelaciones ni compromisos que había elegido, creyendo que libremente, se lo impedía. Ninguno de los héroes de los libros de su padre tenía vínculos demasiado estables ni duraderos. Nadie puede alcanzar el grado de compromiso que exigía la aventura y el matrimonio al mismo tiempo. Siempre creyó que había sido libre al hacer aquella elección pero desde que su padre dejó el primero de aquellos libros en un estante accesible para él estaba predestinado.
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El agua mecía suavemente la quilla del velero. El sol se ocultaba perezoso tras la línea del recto horizonte de un azul oscuro inmenso. Lo que sentía por la gata de ojos grises con la que compartía sus viajes era lo mas parecido al afecto hacia alguien que conocía. Aquella vida exigía una gran dosis de egoísmo y desapego. Esa egolatría que solo se perdona a los genios y a los seres a los que envidiamos y que resulta insoportable en nadie más. Lucas podía hacer amigos hasta en el infierno. El truco era no involucrarse sentimentalmente demasiado con nadie. Como aquella vez en Kenia en un viaje en moto cuando hizo el amor apasionadamente con una compatriota cuyo camino se cruzó con el suyo y al día siguiente se fue sin despedirse. No solo no hubo reproche alguno. Mantuvieron comunicación por carta durante años.
Aquel atardecer se decidió por un swing de Duke Ellington para dar banda sonora al momento. Maridaba bien con la lectura de cartas de navegación y la biografía que esos días estaba leyendo.

La promesa que un día le hizo a Samuel se había convertido en un modo de vida. El día en que, un mes después de la muerte de su madre tras una leucemia, tomó su resolución de no desperdiciar ni un solo segundo de su existencia. Escribió una nota de despedida a su padre. Aquella noche antes de partir por la mañana la dejó sobre la mesa para no tener otra cosa que hacer al levantarse salvo coger su mochila y cerrar la puerta sin hacer ruido. Cuando iba a salir encontró otra en su lugar: “Escríbeme cada día. Cuéntame cada vida que vivas. Descríbeme cada atardecer y cada lugar”. Cogió el bolígrafo y garabateó a oscuras “Prometido”.

           Desde entonces solo habían vuelto a verse esporádicamente. Hacía diez años de aquella nota. Y sin embargo Lucas cumplió su palabra. Al principio eran cartas que acumulaba para mandar juntas cuando llegaba a un puerto civilizado. Luego el correo electrónico vino en su auxilio y la comunicación se hizo fluida. 
Sin embargo no era un dialogo entre padre e hijo. Era el diario de un navegante, de un viajero, que era leído con fruición por un soñador envidioso. Samuel solo respondía en ocasiones con frases cortas y directas. “Ten cuidado”. Era consciente de que el hombre que escribía aquellas líneas no necesitaba ya sus consejos y eso le llenaba de orgullo.
Aquel estilo epistolar y constante sirvió a Lucas para abrir un blog que mantenía diariamente estuviera donde estuviera. Tuvo éxito. Aparecieron los primeros patrocinadores que colgaban en él su publicidad. Con el tiempo una revista de aventuras y viajes, de esas que a su padre tanto gustaban y él siempre había criticado, le hizo una oferta interesante para costear algunos de sus gastos en ruta. Aquello, junto a varios mecenazgos directos en forma de equipo y al austero modo de vida que suponía viajar como él lo hacía, se convirtió en profesión. A cambio de mencionar disimuladamente en sus artículos cierto nuevo modelo de linterna o un tejido innovador contra la lluvia, las millas iban quedando a su espalda. Poner en segundo plano en una foto de un camarote atestado de objetos en desorden, una lata de conservas con la etiqueta bien orientada hacia la cámara, era un sacrificio que estaba dispuesto a hacer para poder seguir siendo quien era.

Esta vez el puerto era americano Una pequeña cala en la que fondear en las costas de El Salvador. La excusa, una ruta por las antiguas islas de los piratas, era un encargo para una publicación inglesa. Aún le gustaba su Leika pero había tenido que rendirse a la era digital por lo que usaba aquella para las que llamaba “mis miradas” y la Nikkon para el trabajo. Hizo un par de tomas típicas del atardecer naranja contra las palmeras al contraluz y apretando un par de teclas de su ordenador las mandó junto al texto del día a una redacción que estaba a miles de kilómetros de allí. Le importaba un bledo si era de día o de noche en cualquier otro lugar o si en ese momento un becario mecánico y frío imprimía el texto para dárselo a alguien a corregir o dormía el sueño de los justos en la nube hasta que al día siguiente alguien lo abriera. Ya ni pensaba en esas cosas como hacía años atrás. Su rostro moreno y avejentado por el sol y el aire, como cuero, parecía decir que todo le importaba poco. Solo los ojillos marrones tras el rasgo entornado de quien ha mirado mucho hacia si mismo en la soledad, seguían dando vida a aquel gesto. 
El agua golpeaba rítmicamente la nave manteniendo con su chapoteo el movimiento. Había echado el ancla a dos millas de tierra donde los bajíos no aparecían en distinto color destacados en su carta. Se cocinó una cena frugal y se tumbó a leer. En la duermevela del cansancio del día y con el ronroneo del jazz bajo de los bafles le invadió el sopor. Dos horas después se despertó agitado por un mal sueño y por el vaivén del balandro. Golpeó con la cabeza con el puente. Era alto como su padre y eso nunca fue lo mejor para vivir en lugares tan reducidos. Se había desatado una pequeña tormenta tropical y la lluvia arreciaba contra el cable y la cubierta. Aseguró sin dar mas importancia todos los objetos que pudo y cerró las escotillas sabiendo que la noche sería movida. Hacía dos días que no consultaba la previsión. Imperdonable.
Al día siguiente revisó para comprobar posibles necesidades de reparación y todo parecía en su sitio salvo una pieza de la radio que se había roto. Se dispuso a bajar a tierra para comprar el repuesto y el agua potable que se iba acabando. Soltó para ello los cabos de la zodiac que arrastraba a popa y saltó a bordo arrancando el motor fueraborda mientras dirigía el timón hacia la costa.
Durante el corto recorrido se preguntó qué era. Sabia que los hombres tendían a clasificar a los demás por sus profesiones.  Él nunca había tenido clara cual era la suya. A veces se sentía un vividor, un cuentista, un fraude que engañaba a todos para seguir viviendo su sueño. En ocasiones se había sentido tentado de llamarse escritor, pero sabía que no podía hacerlo por respeto a los que sí lo eran. Tampoco era periodista aunque se ganara la vida con lo que le pagaban por lo que escribía. Reflejaba en soporte digital imágenes y eso de algún modo le convertía en fotógrafo pero no se sentía artista. Para él la cámara era solo un mecanismo de expresión. Una herramienta de trabajo. No se veía como un creador. Hubo un tiempo en que cubrió un par de conflictos bélicos con las notas que mandaba. Le habían encontrado cerca y era el único suficientemente próximo y destacado en la zona como para desaprovecharlo por parte de algunos periódicos para los que a veces hacía una colaboraciones freelance ¿Le convertía eso en reportero de guerra? Había conducido camiones de transporte, tripulado barcos mercantes, talado árboles y cocinado para otros. Era consciente de que había sido manipulado por al menos dos servicios de inteligencia de países distintos, incluido el suyo, en su busca de información local sobre estados en situación conflictiva. Eso no le convertía en espía. En una ciudad de Arabia el conserje del hotel había informado a la prensa local de que en su establecimiento esos días se hospedaba un “aventurero” europeo. ¿Era eso lo que era?  Acababa por caer en el tópico de llamarse a sí mismo viajero. Era un profesional, un vagabundo competente, un trotamundos automóvil, alguien que mercadeaba con su existencia y sus recuerdos, que había decidido buscar su propia Ítaca y necesitaba dinero para seguir en el camino así que iba vendiendo sus puertos, sus montañas, sus valles,.. sus recuerdos. Concluyó que era algún tipo de mercenario de los instantes. Una prostituta de sus propios kilómetros.

 Amarró la lancha con un cabo a tierra en el mismo punto donde tocó. Hizo para ello ese ademán de marino que a los profanos nos parece tan inseguro, rodeando simplemente con la cuerda el primer objeto fijo que halló. Con su saco al hombro se dirigió hacia la zona de cabañas portuarias donde estaba la poca gente que había. Tras negociar el precio del recambio que le faltaba en una lonja del puerto hizo tiempo hasta que se lo trajeron haciendo acopio de tabaco y de agua. Subió a bordo de la zodiac lo comprado y hasta allí llegó un mulato tuerto en bicicleta a traerle la pieza convenida. Le soltó una moneda para que cambiase sus sandalias rotas por otras y viró poniendo proa hacia su barco. Una vez allí consultó la previsión para el día siguiente.

Como no se sentía inspirado para escribir en ese momento se tumbó en su coy abriendo la escotilla para que el humo de su tabaco tuviera tiro. Alargó la mano para tomar su cuaderno de notas. No era un diario. Carecía de estructura ni orden. Se trataba de una sucesión de apuntes sin más criterio que evitar olvidar las ideas que le iban surgiendo en cada instante. En aquellas líneas se recordó a sí mismo un año antes sobre una moto por las carreteras de Escocia. Había viajado sin prisa disfrutando la lluvia y el frío que le hacían sentir vivo. Recordaba las focas frente a Dunvegan y la botella de Talisker con que se había dado un homenaje en Drummnadrohitt sentado en las piedras negras mientas el lago Ness le lamía los pies. Tenía una gran memoria para los olores y los sabores. Casi tanto como mala la que tenía para los nombres de las personas. Sin embargo se acordaba de Adam. Debía a su aparición en su vida estar ahora en un barco en el Caribe. Tras conocerse en la noche de Edimburgo Adam le había robado la moto dejándosela a la puerta de su hotel un día más tarde. “Me gusta” decía la nota que dejó para él en recepción. Dos noches, siete whiskies, un puñetazo y doce tugurios mas tarde ya eran de la misma sangre. Adam le habló de su trabajo. Años atrás había escrito una guía turística de alojamientos curiosos para adinerados británicos. Ahora, tras hacer algunas colaboraciones esporádicas con publicaciones de prestigio en el mundillo, había dado el salto a la auto edición y publicaba su propia revista. Manejaba los fondos de una donación particular que tenían como condición estar dedicados a la investigación en materia de geografía. La albacea testamentaria y administradora de la fundación era una escocesa pecosa y desgarbada llamada Ann. Acostarse con ella no era un precio desagradable para sacar su revista adelante. Ella disimulaba ante el patronato el posible desajuste entre una pequeña revista de viajes y la pomposa investigación a que los fondos debían estar destinados. Su padre era presidente de este órgano y también era consciente de que estaba pagando un precio mirando para otro lado a cambio de la felicidad de su hija.

(Continuará)


HIEROSOLIMA

No se siquiera si estoy vivo mientras escribo esto.
Soy el preferido de Dios. ¿De que otro modo podrían explicarse sino los dones que me han sido regalados?. Estoy en el cielo. Así me lo describieron con detalle quienes sabían interpretar las escrituras reveladas y leer la Su palabra. He de estar muerto por tanto y ser uno de los elegidos.
No es como lo suponía y sin embargo es exactamente como estaba escrito. Ha de serlo. La Jerusalén Celeste, el paraíso, la vida eterna, el Reino de los Cielos ..la resurrección de la muerte y la comunión de los Santos a la diestra de Dios..


Año del señor de 1102. Febrero. En algún lugar de Castilla.

                El frió de las piedras helaba los huesos de los feligreses que salmodiaban la Santa Misa sin entender lo que sus labios pronunciaban en un idioma antiguo que ninguno de ellos entendía. La letanía repetitiva ejercía, como había hecho siempre, un hipnótico influjo tranquilizador de las almas y los cuerpos. Desde la nave izquierda la voz grave de los hombres cerraba respetuosa y breve la oración cantada por las voces del coro. Las mujeres callaban a la derecha.
                Tomás miraba al frente ensimismado. Las reliquias y figuras de retablos y pinturas le fascinaban morbosamente. La mezcla de terror, fervor y fe que le infundían no era casual. Maestros imagineros habían puesto todo su arte al servicio de producir ese efecto en los fieles. Los rostros mudos le hablaban de sumisión y sacrificio desde las paredes y los cuadros oscuros. Le rodeaban escenas de desmembramiento, tortura, sufrimiento, sangre, lágrimas y muerte. Mientras, como un fondo continuo, la voz plana del sacerdote que les daba la espalda en el altar seguía su monótono murmullo ahogado sin importarle si estaban ahí o no. A hurtadillas, como si alguien le estuviera mirando reprobando su falta de atención, miraba de reojo las temblorosas sombras que habitaban las capillas laterales tras las rejas. Los mártires pintados y esculpidos le gritaban su dolor y recriminaban sus dudas. Algunas velas rancias daban vida a sus expresiones torcidas. El techo elevado lejos por las recias columnas hacían aun mas miserable a Tomás en sus pensamientos. Las voces resonaban arriba.
                A su derredor sin embargo las heridas y crueldades eran reales. Su vecino desdentado y piojoso deslizó una sigilosa flatulencia. Fuera, tras las puertas de la Iglesia, se oía la disputa entre los mendigos por el mejor sitio antes de que las hojas se abrieran. Una mano huesuda se clavaba en el hombro de un niño justo ante Tomás en la fila delantera. Desde que la lepra se llevara a su madre todo el pueblo sabía de la espantosa existencia que aquel crío llevaba a rastras de su asqueroso tío. Con suerte moriría pronto de frío como había pasado con su hermana.
                Cuando el oficio finalizó Tomás retomó su existencia. Salió del trance somnoliento al que la celebración litúrgica siempre le arrastraba. El exterior del edificio seguía atrayendo su mirada como lo hacía el interior. Las figuras de músicos en hilera de las jambas, los evangelistas y sus representaciones, las gárgolas.. Desconocía sus nombres, pero sentía como solo sienten los simples. Toda aquella iconografía había sido labrada en piedra por algún maestro cantero que a través de su arte cumplía el mandato divino de atemorizar a los hijos de Dios. De este modo Este podía reinar tranquilo sobre Su redil de mansos. Aquel libro tallado para servir de soporte a enseñanzas sojuzgantes le transmitía intranquilidad y sobrecogimiento. Hacía otro frío fuera. Soplaba aire. Distraído en sus meditaciones fijó su mirada en las llagas purulentas de uno de los mendigos. Aquello no era místico como el dolor de las estatuas. Era cotidiano. Pisó el barro formado en el suelo de las callejas por la tierra, los orines y la nieve.
                La vida era aquello. Nadie había tenido que enseñárselo a ningún Tomás. Aquel conocimiento era fruto de un aprendizaje genético. Nadie enseñaba a las piedras a rodar, gastarse y seguir existiendo siempre. En aquel tiempo no se había inventado aun la felicidad (al menos no para los que eran como él). Ser era vagar por el valle de lágrimas. Sufrir, penar, sacrificarse, obedecer. Esperar a morir con la esperanza de haber ganado el abstracto y confuso concepto de la salvación ¿Qué era el Cielo?¿Cómo se viviría la eternidad?¿Que se sentiría en la muerte a la derecha del Padre?. Habría de preguntarlo. Él nada sabía.
                Tomás se preguntaba cual era la causa de que hubiera tan detalladas descripciones de los niveles del infierno y sus castigos y tan poca concreción sobre el paraíso. Como era que quienes iban a alguno de los dos y luego volvían a contarlo en sus relatos siempre iban al inframundo y nunca les era dado visitar a Dios en sus aposentos divinos y volver de allí para describirlo.
Y él al menos era hombre y no cargaba la pesada losa de tener que servir a su marido además de a su señor ni de soportar las debilidades que Dios había reservado para el padecimiento de las hembras por sus muchos pecados y los de la primera de ellas.
                No eran pensamientos pesimistas ni de aflicción. Aunque hubiera tenido elección Tomás no hubiera sabido ser derrotista, fatalista o simplemente resignado. No tenía otros sentimientos. No había con qué comparar. Había nacido vinculado a la tierra. Propiedad servil de un señor. Bastante era si resultaba útil a alguien con sus brazos y no se cruzaba en el capricho lujoso de un superior que dispusiera de su vida. Un aparcero sencillo que iría apagando su llama durante a lo sumo 40 o 50 años y moriría pobre, gris, sucio y frío. Como había vivido. Y antes que él su padre. Y su abuelo.. Eso si no le mataba antes un salteador o un vecino en una riña.
                El cielo sucio parecía apretar como en la tina la prensa los ollejos. En el cielo las nubes pasaban al igual que a su lado el resto de almas que se gastaban como la suya. Se cubrían con forúnculos, bubas y heridas. La enfermedad y el dolor eran norma. La suciedad. Las bocas rotas y negras. Los impedidos, ciegos y tullidos.. la gente. En una época en la que la mas insignificante caries era la mayor de las torturas y la mas leve herida podía ser causa de la muerte por infección imparable, cobraba su sentido mas literal y nada paradójico la idea de que la diferencia entre la vida y la muerte estaba en la falta de salud. Tomás podía considerarse afortunado. Era fuerte y estaba casi sano. El dolor que le suponía dar cada paso era su carga de sacrificio que ofrecer a Dios. El frió y la artrosis deformaban sus pies gradualmente.
Los detritus y deyecciones alfombraban la senda. Aquel olor acre que se empapaba jugoso en la ropa y que sería insoportable para cualquiera era el aire. La bazofia salpicó a Tomás cuando los cascos de un bruto chapotearon al trote a su lado. Como todos se destocó cabizbajo y humillado al paso del hijo de su amo sin dedicar un segundo a su nueva mancha ni al hedor que la acompañaría durante todo el día.

Aquella noche Tomás seguía pensativo las evoluciones de una polilla alrededor de la llama en su choza hasta que cayó al suelo abrasada por el calor y la luz que la atraía. Las imágenes horribles del día permanecían en su cerebro y le mantenían despierto. Pensó necesario  confesarse cuanto antes en la creencia de que algo malo habría hecho para así sufrir. Aquello le lavaría por dentro. Sin embargo los pobres no se confesaban. El señor del lugar era propietario del tiempo del sacerdote y habría sido impensable cruzar palabra con alguien de otro nivel aunque fuera cura. Para ellos quedaba el eremitorio arriba en el monte donde vivía de la caridad el monje. Mañana tras la faena le visitaría. Él le ayudaría a calmar su alma angustiada.

Cuando despertó encaminó sus doloridos pies a la tarea de sacar terrones del campo. Aun de noche, el invierno se clavaba en su piel arrugada y áspera. No pudo desasosegarse durante toda la jornada ni despegar de sí la aprensión que le atosigaba. Esperaba la llegada de la tarde para subir la ladera del monte a las afueras del pueblo y llamar a la entrada de la caverna que servía al ermitaño de cobijo. Llevaría algo de pan duro robado y escondido entre los pliegues de su ropa y una jarra pequeña de vino rebajado. Aquello podía costarle diez varas sobre la espalda si le descubrían pero con algo habría de pagar al exorcista de sus miedos cuando le abordara. Cuando tras recorrer a oscuras la senda por temor a los bandidos por fin llegó a la entrada de la cueva era de noche.
Contra la fama que se hacían aquel no era huraño ni arisco, sino amable. La larga barba acentuaba la delgadez sarmentosa de lo que se veía de sus brazos y cuello. Tomo suave los alimentos que se le ofrecían acostumbrado al gesto de los pobres. A veces acudían a su vera por consejo o por remedio y se llevaban ambos aun sin que él hiciera nada apenas. Generalmente quien consulta adivinos y exegetas de las escrituras como era su caso traen consigo la solución a sus dudas. Y la llevan en el rostro y la voz para los ojos y oídos entrenados de sus interlocutores. No hubo ceremonia ni liturgia. Tan solo una Biblia abierta por el evangelio de San Juan sobre la que parecía pivotar la cueva.

- ¿Qué nos espera si nos salvamos?¿Cómo es la existencia eterna de los Santos?¿Qué aspecto tienen los cielos? Espetó casi ansioso en cuanto se sentó.

(Continuará)

EL COLECCIONISTA DE EXTERIORES

Con el pie a tierra solo eran montículos extraños repartidos por el prado. A vista de pájaro se hubiera apreciado claramente la distribución uniforme de los círculos concéntricos en una basta extensión. El coleccionista de exteriores se preguntaba como habría sido ese lugar veinte años antes, cuarenta.. Sabía exactamente como había sido durante tres semanas de abril de 1966. Había visto la escena decenas de veces. Lee Van Cleef dudaba si desenfundar primero, Eli Wallach agitaba sus ojos de rata pasándolos nerviosamente de Clint Eastwood al personaje de Sentencia. Estaba en el cementerio de Sad Hill. Pisaba el mismo círculo que una vez fuera de piedras y hoy estaba comido por la maleza. Aquel era el lugar en que se había rodado la mítica escena del duelo final del bueno, el feo y el malo.
¿Por qué hoy solo crecía el brezo sobre lo que en un día fueron falsas tumbas y no en el resto del terreno? Aquel extraño brote era el que hacía el lugar estéticamente impresionante y misterioso para el observador. Según se llegaba por la pista sin asfaltar se remontaba un alto desde donde aun se apreciaban claramente las formaciones artificiales que a cualquier peregrino curioso le hubieran parecido incomprensibles. Decenas de círculos rojos discontinuos pero ordenados unos dentro de otros sobre el verde seco de la finca. Filas de brezo colorado orientadas hipnóticamente hacia la calva del círculo central. Pero nadie se percataba. Hacía muchos años que ninguna persona se acordaba de aquella curiosa formación. Ningún caminante, ni perdido, pasaba por allí adrede. No había motivo para hacerlo sino era visitar a los falsos enterrados.
Para el coleccionista era un momento solemne y mágico. Su propia magdalena de Proust se le deshacía en la boca con el recuerdo de la adolescencia. Estaba milimétricamente en el mismo punto que una vez pisó Blondie y desde el que disparara al malo venciendo en el mas famoso trielo de la historia del cine. Se arrodilló donde un día excavara Tuco en busca del tesoro perdido. Miró desde el altozano en el que se colocara la cámara que dejara constancia de todo para él y su juventud.
Estaba solo. Completamente solo en el valle. Nadie oía como se reía y hablaba para si mismo, febril, ilusionado, niño de nuevo. Nadie le veía evolucionar por entre los montones de tierra yendo de aquí para allá buscando el ángulo exacto de la toma o repitiendo la frase que el personaje había tenido hacía casi 50 años en ese punto. Aquello tenía mucho de comunión consigo mismo, de reconciliación con el tiempo perdido, pero también era un sacramento de unión con la naturaleza y de ruptura social. Un momento íntimo, mágico y personal que nadie hubiera comprendido. Allí el coleccionista no debía nada a nadie, no tenía obligaciones. Estaba solo entre las montañas, con los buitres sobrevolándole la cabeza. Únicamente acompañado de sus recuerdos felices. Solos él y la montaña, los árboles, el viento, las plantas, el suelo.. Se sentía pleno, vivo, sin prisa.

         Pasó así horas y horas. Simplemente tumbado mirando al cielo. Dejando que fluyera la energía que sentía pasar a través suyo y reintegrase a la tierra bajo su espalda. Ni siquiera cuando llegó el momento de marcharse tiempo después quería irse. No estaba aun harto. El peso de sus sueños no le dejaba levantarse. Era aquel el sitio en que todo sucediera. En que su héroe mascara de lado su cigarro toscano cubierto por el poncho que le convirtió en un icono del western para siempre. Aquel prado abandonado, dejado solo al pastar de las vacas, había estado una vez, durante tres semanas, plagado de técnicos de luz, fotografía, maquilladores, directores de cine famosos y estrellas de Hollywood o que lo serían en breve. Mirando a su alrededor ahora aquello parecía imposible. Estaba en un maldito rincón perdido de la sierra en Burgos. Nada más. Solo había silencio. Normal teniendo en cuenta donde estaba. Aquello era el cementerio de Sad Hill, el único del mundo cuyas tumbas, cientos, quizá miles, jamás estuvieron ocupadas.
La genialidad de Leone le había abrumado siempre que veía la escena, pero ahora, in situ, simplemente le parecía brujería. La ocurrencia de un cementerio de tumbas en hileras concéntricas. Lenguaje cinematográfico en estado puro. ¿Cómo podía haber hecho creíble algo tan estrambótico?. Todo al servicio de la escena del duelo que iba a tener lugar allí. Como en un teatro rodeados de público mortal. Doscientos mil dólares era mucho dinero.. y tenían que ganarlo. Se lo debían a todos los soldados caídos en aquella guerra absurda entre americanos desarrollada en Burgos que ahora les miraban exigiéndoselo desde aquellos túmulos funerarios en derredor. Su público. Aquellas miradas muertas convergían en perfecta arquitectura metafórica y visual en el coso central. Tenían que batirse en duelo al mas puro estilo del oeste americano, pero a la italiana y en España. Tres, no dos. En círculo, no uno frente a otro. Rodeados de montañas y no de saloons ni herrerías. Y el coleccionista estaba allí ahora. Exactamente en el mismo lugar en que todo sucedió, respirando el mismo aire en que resonaron una y otra vez los disparos y las frases hasta la toma definitiva y el corten, de Don Sergio.
La genial banda sonora de Morricone le había acompañado toda la mañana en el valle. Allí dentro. En su cerebro. Mientras corría entra las tumbas como un loco en éxtasis de oro.
¿Cómo habrían dejado el lugar tras el rodaje?. ¿Habrían estado durante años las tumbas intactas siendo solo víctima de los saqueadores de recuerdos cinematográficos de la zona o lo habría recogido y reintegrado a su estado anterior?. Prueba de que no había sido así, al menos del todo, eran las pequeñas montañas de tierra que le rodeaban y ahora servían de parterre ordenado a la naturaleza en aquel jardín concéntrico. Al coleccionista de exteriores le hubiese gustado pensar que al acabar se habían ido. Simplemente. Dejando todo igual que en la escena. Y que así hubiese estado durante años. Y que si en lugar de hacerlo ahora, tantos años después, lo hubiera hecho en su infancia, hubiese podido pasear entre las tumbas abandonadas y pisar aquel suelo de piedras.
Las piedras. Recordó.
En un último acto de homenaje se arrodilló en el suelo para coger una de ellas de recuerdo. En el fondo de su alma infantil deseaba que fuera la misma en que el rubio simulara escribir el nombre de la tumba en la que estaba el tesoro. Su conciencia adulta le despertaba de esa ilusión, pero en un último arranque el niño vencía exigiendo que la que se llevara al menos hubiera podido haber sido. Por ello se entretuvo un poco más en elegirla y buscó una de forma parecida y que estuviera enterrada. Aquel gesto postrero le servía de garantía de que ese trozo de roca llevaba allí mucho tiempo y pudo haber sido pisado realmente por Clint Eastwood durante la escena.
Lentamente abandonó el lugar. Mucho más lentamente hubiera querido hacerlo, pero no había nada mas lento. No quería irse. Volvió varias veces sobre sus pasos. Miró atrás por encima del hombro e incluso se giró repetidas veces deteniéndose a mirar de nuevo tranquilamente. No quería irse se decía en voz alta. Deseaba seguir paladeando aquella sensación un rato más. No abandonar aun el territorio de los recuerdos y de la adolescencia al que aquel día había vuelto. Se sentía anclado al sitio. Subió al coche y arrancó despacio, sin prisa, melancólico pero lleno de satisfacción y gozo. Aun en el regreso, en los metros finales de ascenso del camino por la ladera del valle, se detuvo varias veces más y bajó a despedirse con las fotos finales. Se hacía tarde para el regreso. Su mundo real le esperaba. Miraba por la ventana sabedor de que allí seguiría mucho tiempo más el cementerio de Sad Hill. Y mucho más en el cine y en su memoria. Y de que aquellas montañas que lo habían visto todo estarían allí mucho después de que el se hubiera ido del todo.

Por el retrovisor aun vio varias veces aquel paisaje antes de dar la curva que rompiera finalmente la magia.

MEMORIAS DE KABUL

Cuando fue abatido Bin Laden yo estaba allí. A menos de 360 Kilómetros del punto exacto y 6000 más lejos que de mi casa. Al día siguiente del asalto muy pocos occidentales se veían por las calles de Kabul. Yo era uno de ellos. Recuerdo que pensé que había pocas cosas más peligrosas que un hombre podía hacer que aquello en aquel día concreto. También me pasó por la cabeza el pensamiento de que aquello marcaba una cima en cuanto a situaciones de alto riesgo, y que desde entonces todo sería siempre menos arriesgado y por tanto menos intenso. Si un día un chorizo me sacaba una navaja en una calleja oscura de mi ciudad y me entraba la risa floja y nerviosa, este momento sería la causa. Estaba rodeado por cientos de rostros de talibanes. Para quien no ha conocido esa mirada quizás este sea un dato más. Si quieres hacerte una idea aproximada de la situación piensa que de todos los posibles psicópatas que hay en el mundo el talibán es el mas peligroso y cruel pues se alimenta de fanatismo religioso y suicida. Añade a esto que allí estábamos no solo en su territorio, sino en su capital y súmale el efecto de verse arropado por miles de los suyos. Y por último, que los pharsís acabábamos de matar a su líder.
Verte asaltado por los ñetas en las Ramblas era una broma comparado con esto. No es que fueran palabras mayores, no es que fueran las ligas mayores,.. es que era otro puto deporte. Cualquiera de aquellos rostros hubiese dejado que me desangrara sin pestañear tras abrirme la barriga y extendido mis intestinos por el suelo conmigo aun vivo. Y no es una forma de hablar ni una hipérbole. Para alguna de aquellas caras no era la primera vez que cortaba el cuello de oreja a oreja a un occidental ante una cámara. Tenía miedo, es lo que te mantiene vivo. No tengo nada de suicida. Cumplo órdenes. No soy un loco, soy un profesional y mis mandos me consideran competente.

Aquel día saldríamos lo menos posible de los coches. Aun así había trabajo que hacer y no nos podíamos permitir el lujo de quedarnos encerrados en el refugio que nos servía de casa. Había que actuar como un día normal y tocaba patearse de nuevo las polvorientas cañadas a las que allí llamaban calles. Mostrar que no teníamos nada que ocultar, mantener la agenda de reuniones fijadas con líderes tribales, dar imagen de normalidad para que la tapadera no se resintiera.

Hubo quien dijo, y si no lo digo yo, que la intensidad de la vida de un hombre podía cifrarse en relación a la catadura de sus compañeros de viaje. Hay quien elige una vida en la que se rodea de gente normal, algunas buenas personas, algunas menos buenas.. Hay quien hace la opción por la oficina, el despacho, la fábrica, el taller, la milicia.. y quienes le acompañan en su recorrido vital son clientes, colegas, amigos, compañeros...

A mi lado en mi vida ha estado gente variopinta. Mi hermano de sangre es un antiguo legionario miembro en su momento de la élite de las fuerzas especiales. En su brigada tenía fama de inteligente y culto.. pero sobre todo letal con un arma con mira telescópica. Una mirada moruna y atractiva desde la que ve el mundo alguien que tiene libros publicados, y a quien quiero a mi lado si vienen mal dadas. También trabajo con ese tío bajito de quien nadie sabe que hace ahí pero que precisamente por eso rezuma mas peligro que el grandote y musculoso al que se ve venir y cuyo rol es evidente si hay problemas.

(Continuará)