sábado, 30 de abril de 2016

ÉTICA vs ESTÉTICA










(Definición de paradoja "- Ey, mira como mola mi tatuaje de -mejor ser que parecer-")

Reflexiones en torno al eterno conflicto.

El ser humano se define por las decisiones que toma. Es lo que hace. Por tanto es relevante el conjunto de mecanismos que le llevan a adoptarlas. En ese sentido la dialéctica "Ser coherente con los principios y código personal vs Proyectarse exteriormente" se me presenta como un combustible en el motor de la esencia del ser humano (Aparte de la faceta de la estética como elemento consustancial a la humanidad: arte, cultura, lenguaje..). 
La escena en la que en "Alatriste" Iñigo, solo ante la muerte que se le presenta más que posible en un duelo a solas y a oscuras en un rincón apartado, reflexiona sobre el verdadero valor siempre me fascinó acerca de este tema. Allá y en ese momento no había lugar a la estética, nadie les veía, nadie cuya opinión contara sabría nunca si fue valiente o un cobarde. Solo estaba ante sí mismo. No había sitio para poses ni postureo. Nadie criticaría su estilo en la destreza de la esgrima.

A todos nos ha pasado en alguna ocasión debatirnos al tener que tomar una decisión o adoptar un posicionamiento entre lo que mola algo y lo que significa por su antagonismo intrínseco. Hemos vivido aunque haya sido momentaneamente la duda incoherente entre un valor, una idea, un concepto y su contrario en forma de representación simbólica o estética. A mí me pasa muy gráficamente (valga la redundancia conceptual) con el toreo de calidad en el que no puedo dejar de ver su fondo del que reniego pero a la vez me veo atraído por la belleza plástica de su formalidad externa e incluso de algunos rasgos de lo que significa culturalmente y en términos humanos (El reconocimiento de la valentía por ejemplo).

Cierto es que simplificar uno de los temas universales de la historia de la filosofía a una cuestión de ejemplos casi anecdóticos -cuando es cierto que la tensión Ética vs Estética da para sesudos planteamientos y grandes profundidades (Se podría abordar todo eso del quien soy, quienes somos, qué somos, qué nos define como personas y seres conscientes, qué es la realidad ...)- es un poco pobre  pero qué se le va a hacer; no doy para más. A estas reflexiones simplonas alcanzo y además es mi blog y hago lo que quiero con él ¿que pasa? Por otro lado soy consciente de lo atropellado del texto pues brota sin demasiado orden (ni falta que hace cuando me da por estos accesos de pensamiento, estos ataques de vómito intelectual).

Pues al lío filosófico-doméstico de mis elucubraciones (forma fina de decir "idas de pinza")

Concibo el conflicto entre ambos aspectos como un arco en el que me muevo continuamente buscando un justo medio inexistente y relativo. 

En un extremo la radicalidad de la ética irrenunciable, absoluta y dogmática del "Esse quam videri" de los antiguos. La ética sin estética. Los valores desnudos. La importancia total de SER, la ÉTICA con mayúsculas. La renuncia a los aspectos externos a cambio del acento en los principios en los que cada uno cree y fundamenta su existencia. El sacrificio de la belleza (o la fealdad) a cambio de la coherencia (Esa excusa que usan a menudo los "descuidados" para justificar sus pintas y sus actitudes asociales. Lo importante es la idea y no su vestido y todo eso).

En el extremo opuesto la hipnótica atracción de la mera estética sin alma. Carente de universo axiológico de referencia O incluso la estética que lleva aparejada unos valores equivocados. El mundo de la moda por ejemplo, el del consumo exterior por si mismo sin necesidad de estar vinculado al abrigo que le daba origen y razón de ser, o el diseño más frívolo en que solo importa el aspecto sin relevancia para el uso del objeto. Y como actitud lo que se ha dado en llamar el "postureo".

Afortunado el que puede vivir en la coherencia y además hacerlo con estilo. De ser y además parecer.  A cambio de esto lo que hacen muchos es renunciar a lo uno a cambio de lo otro adoptando la estética de su tribu, de lo que la costumbre le exige, la tradición, el grupo social.. claro que esos perezosos también hacen esos ejercicios de adopción con las ideas y principios. Mi opción personal es el péndulo de la alternancia según vengan, unas veces me inclino por lo que me parezca correcto y otras por lo que mole más (rara veces vienen de la mano). El precio, evidentemente, es a veces la coherencia, así que me he montado en mi cabeza toda una excusa conceptual con la cual me siento justificado. Una especie de coartada según la cual la propia incoherencia es en si misma una postura ética (y a veces hasta estética como podéis ver).

Habitualmente no nos posicionamos en uno u otro extremo sino que nadamos entre ambos. A veces actuamos y tomamos decisiones más cerca de uno que de otro. Compramos grandes coches aunque sabemos lo que consumen y contaminan y cuánto va contra la razón nuestra decisión, o exigimos a un adolescente que sea fuerte en sus convicciones a pesar de lo que piensen de él sus iguales aunque sabemos que esa es casi la esencia de la adolescencia.

La mecánica de la toma de decisiones de los humanos es fascinante y muy e menudo se resume en encontrar el punto para esa ocasión concreta entre estos dos extremos. Lo que DEBO hacer (Me lo dice mi moral, mis principios, mi razón, mi lógica..) y lo que ME GUSTARÍA hacer (que a menudo tiene que ver con cuestiones estéticas).

En la sociedad vemos con frecuencia también plasmaciones de esta dialéctica. Lo es por ejemplo la invasión del diseño, la importancia de la marca frente a la calidad (por ejemplo marcas deportivas respecto a sus productos). Empresas que han basado su marketing en lograr que el cliente quiera vestir un icono o un estilo antes que en el orgullo de la calidad del producto, su duración, su utilidad para su función, etc. Y lo hacen porque venden más, eso es el marketing, conocer la naturaleza humana, que en muchas ocasiones se define entre estos dos polos. O la importancia que damos al protocolo social olvidando a veces en su aplicación las razones que le dan origen También en política y en presentación institucional en sociedad lo vemos con el reciente exceso en preocupación de identificar la marca (el logo por ejemplo) con el sujeto (por ejemplo el votante) para que no tenga que pensar en los valores o propuestas del partido. Se aleja así la idea de fondo del icono. Todas las cuestiones sobre simbología y semiótica siempre me han fascinado. De nuevo significante sobre significado. Estética sobre ética. Los esfuerzos por dotar de imagen sobre el fondo (logo e imagen corporativa frente a importancia del programa y las propuestas por ejemplo en partidos políticos). 

Posicionar ética sobre estética siempre ha tenido una connotación positiva y al contrario se ha tomado por frivolidad. Sucede por ejemplo con el curioso efecto de lo que yo llamo la hipocresía del reconocimiento. Por alguna extraña razón se tiene por inmaduro a quien aprecia el reconocimiento externo y por persona más perfeccionada y maduro psicológicamente al que dice no necesitarlo. Socialmente se tiene por mejor al que le vale con el reconocimiento propio sin necesidad del ajeno. Encontramos posturas soberbias en el "No necesito de la aprobación de nadie" o "me importa poco lo que piensen los demás", y es mentira. Creo que es confundir la adolescencia (de adolecer de lo propio) con esto, la autoestima y la autonomía de criterio con la falta de necesidad de valoración ajena pues luego resulta que todos necesitamos el reconocimiento externo por mínima que sea la dosis, es un motor de la vida en sociedad (Y ya no digo nada de la creación artística y literaria). Por eso lo de la hipocresía. Nos hemos vuelto aplicando esta teoría desagradecidos, cicateros con la gratitud, maleducados socialmente. Cierto es que es de agradecer la admiración producida en otros y su expresión siempre que no suponga una dependencia patológica, (eso sí podría ser síntoma de inmadurez) en un sentido o en otro (verbi gratia ser un "pelota"). Es curioso que se llame Ego precisamente a la necesidad de la apreciación externa. Soy un gran defensor de todas las teorías relacionadas con lo que se he venido en llamar la "retribución emocional".

A mí personalmente me pasa a menudo lo de estar en la incoherencia intrínseca del conflicto. Por ejemplo, soy un gran admirador de la estética de la segunda guerra mundial y de la época de los felices 40 en estados Unidos: El Rock and Roll, las Pin Ups, Norman Rokwell, etc. Pero la guerra es la guerra. Horrible. Y las épocas de crisis por más que se maquillen estéticamente esconden situaciones graves. Igual me pasa con la época victoriana como paradigma de momento con valores deleznables (clasismo, elitismo, racismo, colonialismo, imperialismo,..) frente a estética molona y ambientación perfecta (tropas, ropas, Sherlock Holmes, la aventura,..)

Que duda cabe de que hay cierta erótica en algunas estéticas que a veces nos hacen renunciar/olvidar a la ética que llevan intrínseca y suponen: por ejemplo el erotismo de las armas, los uniformes militares, las películas de guerra,.. Llevado a un extremo hay varias parafilias sexuales que son ni más ni menos materialización de este conflicto conceptual: la violación es consustancialmente paradigma de la maldad y sin embargo es una fantasía (por tanto estética) muy extendida, o el dolor, la sumisión, etc.

Así que me da por hacerme preguntas:

¿Cabe aplicación literal del "Esse quam videri"? ¿Se puede en la vida dar solo importancia al ser sin atender al parecer? ¿No es tan humano lo uno como lo otro?

Y por otro lado..

..¿Tenemos derecho al uso de cierta estética y simbolismo a pesar de los valores que lleva aparejados? ¿Es legítimo apostar a veces por el Significante sobre el Significado?

¿Quien opta por prendas o apariencia (skinhead por ejemplo) puede decir que es libre de hacerlo pues es solo una cuestión estética? los uniformes nazis molaban, la svastica es un prodigio de diseño, pero...

Es mi teoría que este rasgo de incongruencia, de nadar entre estos dos extremos, es lo que nos hace precisamente humanos. No las seguridades dogmáticas.

La coherencia..La coherencia..

Continuará. No podré evitarlo. Porque este tema junto al de "SER vs DEBER SER" y la teoría de los modelos (y el mundo de las ideas de Platón y sus conceptos), que en el fondo tienen mucho que ver entre si, es uno de mis favoritos.

Y ya.


jueves, 21 de abril de 2016

LA CORTE DE LAS MARAVILLAS, EL TIEMPO DE LOS MILAGROS



Desde hace años estoy en un constante estado de asombro continuo. No consigo quitarme de la cara una expresión a medias entre la sorpresa y el agradecimiento a no se bien quién. Una mirada de incomprensión de la realidad que me rodea mezclada con cierta propensión a pensar que no me lo merezco pues no he hecho nada para ganármelo. Simplemente he nacido aquí y ahora (Bueno.. ahora, ahora...Quien dice ahora dice hace unos años). Sin más méritos. Soy plenamente consciente de que lo que para mi es mi mundo para otros sería el paraíso soñado. Dicho sea tanto en términos temporales como en dimensión geográfica e incluso social. Y lo peor es que al ser un descreído no tengo a quien agradecérselo con lágrimas en los ojos como el tema merece. Habré de centrar mis preces y gratitud en la ciencia y los científicos. 
No hace tanto mis propios antepasados no podían ni imaginar en sus mejores sueños cosas que hoy tengo por normales y no me paro a valorar. Bueno, yo si, pero veo que otros no. Se han acostumbrado tanto que no se dan cuenta de las maravillas que les rodean a diario.Y no hablo solamente (eso para otro día, o mejor para otro blog) de los avances médicos, sanitarios, higiénicos, en educación, servicios, comprensión del cosmos, ciencia, derechos humanos, política.. Lo que más me maravilla y genera mi asombro en medidas astronómicas son las pequeñas cosas que nos acompañan y que hace pocos años eran tenidas por milagros imposibles. Cositas que si vuelvo atrás en el tiempo y se las cuento por ejemplo a mi abuela, que falleció hace poco más de un cuarto de siglo, sería incapaz de entender y abarcar con su mente.


Llevo en el bolsillo un aparato, un objeto más plano que una cartera y de ese tamaño aproximadamente, con el que hablo instantáneamente con mi amigo en Nueva York mientras voy por la calle. Gratis. Mi voz en forma de datos, unos y ceros e impulsos eléctricos incomprensibles para mi, van por el aire, por cables, llegan a satélites fuera de la atmósfera y vuelven. Instantáneamente. Puedo ver su rostro mientras hablo, y él el mío. Girar el aparato para que vea su ciudad, grabar sus sonidos y enviárselos, o una foto, un vídeo.. Estoy (o puedo estar) constantemente informado del estado y previsión del tiempo en un lugar exacto, algo que hubiesen agradecido generaciones enteras de campesinos anteriores a mi. Enterarme de las noticias en el momento en el que pasan. Ese aparatito que va en mi bolsillo es mucho más potente por sí solo y tiene mayor capacidad de cálculo y almacenamiento de información (libros, música, películas..) que las máquinas que hicieron capaz de llegar al hombre a la luna. En otro similar pero un poco más grande (aunque no ocupa ni el espacio de una carpeta) puedo ver películas, leer libros, prensa, revistas.. allá donde quiera. Puedo hacer consultas médicas, comprar objetos en el otro extremo del mundo y ordenar que me los lleven a mi casa, y llegan, en relativo poco tiempo (a veces asombrósamente poco), hacer trueques, contratar servicios, hacer transferencias, reservar entradas de cine, identificar códigos de barras y de otros tipos que me trasladan a información y servicios de todo tipo, hacer una denuncia, un trámite administrativo, ubicarme en un mapa en una ciudad desconocida, guiarme milimétricamente hasta mi destino, identificar una canción, una obra de arte, ser localizado por la guardia civil en la montaña si me pierdo, estudiar mis constantes vitales, compartir con amigos y conocidos opiniones y lo que sea, hacer cálculos complejos, convertir moneda, invertir en bolsa, jugar al ajedrez con un chino, comprender mejor conceptos que un segundo antes desconocía, elegir al segundo una película porque tenga capricho de verla en ese instante y hacerlo, ver el capítulo de una serie de hace varios días u oír un programa de radio de hace semanas, hacer y enviar al instante documentos, localizar y copiar párrafos enteros de miles de obras, ensayos, novelas, estudios, seguir a una misión espacial en marte casi en tiempo real, ver lo que está sucediendo en este momento en el nido de cría de un águila, imágenes actuales de otros lugares del planeta, puedo preguntar y expertos me responden sobre cualquier tema, escribir, corregirme, volver a escribir, dictar textos con mi voz que son reconocidos de manera sorprendentemente rigurosa e inmediata, preguntar por un restaurante, un óptico, un cine cercano y ser respondido con exactitud, compartir lo que siento, lo que pienso, lo que veo, pedir ayuda, darla, conocer gente que de otro modo jamás conocería, de cualquier sitio del globo, ser corresponsal de un medio de comunicación enviando la noticia que tengo ante mis ojos en ese instante, calcular distancias, preparar viajes y rutas, hacer reservas de vuelos y hoteles, visitar de antemano los lugares a los que quiero ir, ser avisado en caso de emergencia, hacer entrevistas, reuniones de trabajo, ver a mis seres queridos lejanos, elegir el sitio exacto en que me quiero sentar en el cine, en un vuelo en avión, en el tren, entrar en el ordenador del trabajo desde donde esté, programar la tele, la calefacción.. Y todo eso en segundos. Sobre la marcha.

Si fuera mudo podría hablar, si ciego se me describirían los colores y lo que tengo ante mi. Puedo visitar lugares que no existen, crear paisajes que solo están en mi imaginación.

Llevo encima mi agenda, mi colección de pelis y música, mi calendario del año, mis recordatorios, los datos de contacto de todas las personas a las que conozco, mi vida en fotos y las de los míos, todas las bibliotecas, todas las enciclopedias del mundo a mi servicio para resolver mis más pequeñas e insignificantes dudas momentáneas. Mi padre ni podía soñar algo así y lo hubiera agradecido. Porto todos los mapas del mundo entero. Puedo, ahora mismo, si quiero ir mediante una pantalla a la calle de la ciudad que se me antoje. Y ver los detalles de sus comercios y sus portales. Cargo con todos los archivos de imágenes, todas las fotos, las obras de arte pintadas a lo largo de la historia por los grandes autores, cada escultura, edificio, pensamiento, teoría. Puedo visitar cualquier museo, estudiar las estrellas al detalle, verlas en el firmamento nocturno a media mañana..

Si mi bisabuelo quería pagar a un proveedor o comunicarle un pedido tardaba días o meses, hubo regimientos que murieron masacrados por no recibir a tiempo la noticia de que las guerras habían acabado, cosechas que se perdieron por estar al albur del clima imprevisible, personas que fallecieron ilocalizadas. No hace tanto. No tan lejos. Me siento en la obligación de valorar lo que se me ha concedido. Tengo en mi bolsillo la lámpara de Aladino.

No salgo de mi asombro. No lo comprendo. Es un regalo. Solo me limito a disfrutar tal maravilla. Y es que la curiosidad es hermana de la sorpresa y prima de la gratitud aunque no entienda nada. Gracias. A quien haya que dárselas. Somos una raza increíble.

jueves, 14 de abril de 2016

HISTORIAS DEL GORDO BARKER




Se ganaba la vida trabajando desde casa. Al principio se había animado a sí mismo viendo en su movilidad reducida una oportunidad profesional y se había refugiado en el teletrabajo. Por ello apenas salía de la habitación en la que tenía el ordenador, una estancia que a base de residuos provocados por la pereza carecía de suelo. Al menos visible bajo el humus de escombros domésticos. Los envoltorios de pastelillos y bolsas de patatas fritas junto a los millones de kleenex usados rebosaban de la papelera, que un día fue improvisada canasta de baloncesto, en una cascada que recordaba un magma volcánico de plásticos multicolores, bolas de folios arrugados y pañuelos sucios que se derramaban hasta llegar a las paredes y los pies de los muebles. El único mínimo espacio expedito de aquel derrumbe invasor de sobras era el que ocupaban sus pies bajo la silla giratoria. Se posaban sobre la alfombra de restos envueltos en unas gastadas pantuflas que una vez imitaron el rostro y las orejas de un perro simpático. Lo demás que era el Gordo Barker estaba cubierto por una bata vieja de imposible color. Y no era que no lo hubiera tenido alguna vez, sino que las manchas de grasa y de inimaginables o inconfesables orígenes cubrían la prenda por completo escondiendo su inicial cromatismo bajo los churretones sospechosamente acartonados que la dotaban de cierto urbano mimetismo al estilo de las prendas militares pero en guarro.

La morbidez era en él sustantiva y no adjetiva. Su gordura era su esencia. Se medía por arrobas. Lo definía más que dotarlo de un rasgo propio que le caracterizara. No era rollizo ni robusto. Aquellos apelativos venían acompañados de una cierta connotación de simpática comprensión que en su presencia no cuadraban. Barker era asquerosamente gordo. Era el Gordo Barker. Todo era excesivo en él y las prendas que vestía tenían tamaños inconcebibles y desproporcionados para cualquier otra persona. Sus movimientos, cuando se producían, eran más bien deslizamientos, corrimientos de carne. Así era cuando se giraba lento para tomar del estante detrás suyo un libro aprovechando al máximo la posibilidad de su asiento de pivotar sobre si mismo y las torturadas ruedas siempre al límite de su resistencia. Recordaba en esos momentos a una oruga o una serpiente que mueve su cuerpo por segmentos. Hasta que no se detenía el oleaje magro de cada uno de sus círculos de grasa no empezaba el movimiento del siguiente. Y en los pocos casos en que usaba sus piernas para desplazar toda aquella obscena humanidad lentamente aquel metro que separaba la cama de la silla que se había convertido en parte suya como la concha a los caracoles (o iba a hacer sus necesidades en el baño poco más lejos) su paquidérmico arrastre originaba en el aire de la sala, en aplicación del principio de Arquímedes, un desalojo de un volumen de gas equivalente a la masa de la materia que entraba en el recipiente imaginario que era la habitación.


Su rostro venía congestionado de serie. No requería de esfuerzo alguno, por mínimo que fuera, para cubrirse de gesticulantes expresiones de molestia ni ruiditos guturales de disgusto. El sudor resbalaba generoso. Era posible verlo salir de sus poros si te fijabas. Cada gota individual tenía vida propia. Nacía, vivía e iba a morir a algún lugar lejano abajo impulsada por la ley de la gravedad. Caía en gotas gruesas desde su frente descendiendo haciendo riachuelillos a los que se sumaban otras como en una ventana de cristal haría la lluvia. Descendía así por su triple papada en tobogán digno de cualquier parque acuático hacia lugares escondidos bajo la bata. Una piel pálida en exceso, de una blancura de folio, porcina y marmorea, veteada de finas venillas y superficiales capilares azulados, grasienta y brillante, libidinosa e impúdica, sin sombra de vello, cubría aquella bamboleante masa que era su cuerpo grueso dotándole de cierta apariencia de carpa humana como un niveo y sucio circo vivo. Unas tetas grandes se posaban cual Buda risueño sobre una panza esférica, globo mapamundi tenso cuyas proporciones le obligaban a separarse de la mesa medio metro. Cortas y gruesas extremidades superiores (las inferiores eran leyenda oculta bajo toda aquella informidad aunque había quien decía que que acababan en babuchas de perro) nacían de hombros redondos sin límites definidos que permitieran saber donde acababa la espalda y empezaba el brazo, y finalizaban en gordezualas morcillas de leche rosada que aporreaban delicadamente el teclado eligiendo de una en una cada letra presionada en posados espaciados para configurar un texto que salía casi directamente más que de su cerebro de la punta de la lengua que asomaba de la comisura de su boca en gigantesco esfuerzo intelectual.


La luz del sol entraba sin permiso en rayos paralelos inclinados formados por los agujeros mecánicos de la persiana. Se dirigía recta hasta las sábanas deshechas de la cama en siete lineas titilantes del polvo que había en el aire que atravesaban, el aire infecto del cuarto, para estallar al llegar en un punto culminante de luz brillante cada una sobre la cama. Eso daba al dormitorio la poca iluminación que pugnaba con la azul de la pantalla del ordenador haciendo que todo estuviera en penumbra casi. En los escasos ratos que no tenía puestos los cascos que le permitían aislarse de un mundo que no le interesaba le llegaban sonidos que le inquietaban. Fuera, tras la entrada de la casa que daba al pasillo del piso, se oían ruidos ordinarios de rellano de vecindario. Entraban por el fino hilo de la puerta cuya hoja estaba siempre entreabierta en una incongruente previsión ante la hipotética situación de que los servicios de emergencia tuvieran que entrar a rescatarlo. Se oían puertas que se cerraban, pasos, golpes, voces agudas, chillonas recriminaciones o roncos insultos lejanos como ecos de fondo, ascensores que llegaban a su destino o partían y otros ruidos de origen incomprensible que despertaban su curiosidad aunque no tanto como para tratar de averiguar su génesis pues aquello le hubiera obligado a levantarse de su reino, y al fin y al cabo, se decía tratando de convencerse, para averiguar finalmente que tenían una razón cotidiana y aburrida en lugar de misteriosa no merecía la pena. No obstante eran su única espita de escape a la imaginación y recreaba fantasías, masturbatorias las más de las veces, montándose películas en su cabeza tras aquella vida de ruidos que había detrás de la puerta de su piso.


El Gordo Barker era virgen y no tenía clara su opción sexual si es que tenía alguna. Opción digo. Consumía porno por discos duros. De todo tipo. En una ocasión contrató los servicios de una profesional para salir de dudas pero no llegó a consumar ni a despejar por tanto sus inquietudes acerca de su impotencia porque a ella le había resultado imposible abrir la puerta contra las montañas de deshechos que cubrían la entrada de la casa. El mismísimo Diógenes hubiera estado orgulloso ante aquel complejo de libro. Ni los comerciales que trabajaban a puerta fría insistían demasiado ante aquella puerta semiabierta por el intenso olor a rancio que se desprendía por el intersticio. En una ocasión un ladrón que preparaba el terreno para posteriores golpes corrigió la marca con la que había señalado la madera sustituyendo el símbolo de "fácil" por el de "asqueroso" y la propia policía, que una vez había acudido alertada por la llamada de un vecino novato asustado por la puerta entreabierta y aquella peste, se había mostrado aliviada por no tener que entrar al recibir su voz como respuesta a su pregunta desde fuera.


Por lo demás era un tipo normal, de los que hubieran saludado en el rellano si alguna vez hubiera cruzado el umbral de su puerta. De los que los vecinos luego dirían que nadie se lo podía esperar pues era muy simpático y ayudaba a las ancianas con las bolsas de la compra. Era tan normal que hasta tenía padres y una hermana. Y un par de gatos. De hecho los tenía allí mismo, junto a él, a todos (menos a uno de los gatos). A la madre la tenía en el salón, momificada desde hacía dos años y los trozos del padre y de la hermana se confundían en el arcón congelador entre ellos en macabra mezcla familiar de la que iba tirando cada poco tiempo. El gato localizado campaba a sus anchas por la casa como el auténtico propietario que era. El otro estaba desaparecido desde hacía días. O al menos no recordaba habérselo comido.

Y ya.

(Ejercicios de ensayo de presentación de un personaje)