viernes, 20 de diciembre de 2019

MANNERS MAKETH MAN



O DE LA IRRENUNCIABLE IMPORTANCIA DE LAS FORMAS

Sin renunciar al fondo, que indudablemente es lo más importante siempre, reivindico hoy ante todos ustedes la importancia de la forma.

La fobia a las formalidades y el rechazo a esas cuestiones es síntoma de inmadurez igual que el exceso en ellas lo es de obsesión y rigidez. Las formas tienen su sitio siempre que no se conviertan en requisito que supere en importancia al fondo de cada cuestión. Es un error desestimar lo adjetivo o instrumental en favor de la desnudez del sustantivo. Como las palabras indican, lo que sirve de instrumento o acompaña adjetivando es un complemento y como tal tiene su función. He aprendido con el tiempo a valorar el ceremonial y el símbolo como aspecto externo en su justa medida y a dar a estas cuestiones la importancia que tienen como complemento a los aspectos esenciales.

Esto tiene su excepción en el derecho, en muchos de cuyos elementos la faceta formal tiene si no tanta al menos sí muchísima importancia.

Una frontera, por ejemplo, es algo formal. Igual que un ritual. Lo primero es físico (si podemos llamar así a algo tan intangible como una línea sobre un mapa). Lo segundo es sólo un protocolo obligado, una ceremonia a veces, una sucesión de pasos únicamente. Y sin embargo en ambos casos la potencia de su significado viene dada por la fuerza de su significante. Aquella nace y tiene efectos por su elemento formal incluso a veces por encima de su contenido de fondo. El elemento formal es casi tan importante y sustancial como el elemento esencial.

Una frontera simboliza y limita un espacio geográfico dentro del cual es de aplicación un ordenamiento jurídico. La separación artificial entre estados en USA puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte para un reo por la jurisdicción que entrañan. Pasar esa línea supone reconocimiento de derechos y establecimiento de obligaciones que un metro más allá no existían.
Una cierta sucesión de pasos, una determinada forma de hacer un gesto, atravesar por unos trámites en cierto orden.. tienen reconocimiento jurídico como en el caso de una compraventa, un contrato de cualquier tipo o un matrimonio.
Existen hasta "sitios" formales. Espacios que bañan de significado a un acto. Lugares en los que si se hace algo adquiere legitimación y fuerza. Como el Congreso; si un texto se apruebe en este lugar (y no en otro) de determinada forma se convierte en ley, o la iglesia como terreno sagrado, o los edificios de la Universidad en los que se cambiaba de jurisdicción y se buscaba refugio de la justicia ordinaria. O algunos lugares (e incluso muebles -tronos- o joyas -coronas-) a los que se reserva la legitimación para coronar reyes (tiene que ser en ese y no en otro para que el acto se válido).

Las culturas jurídicas herederas del derecho romano como la nuestra dan gran importancia (hasta el punto de convertirlo en elemento fundamental en muchos negocios jurídicos y actos con trascendencia en el ordenamiento) al aspecto formal y externo incluso por encima del esencial que da razón de ser al acto. Nuestra herencia jurídica latina sacraliza la exigencia de ciertos pasos (incluso ceremonias) para entender que una decisión tiene consecuencias jurídicas. En derecho romano la falta de cumplimiento de un detalle externo de una ceremonia podía servir para invalidar con nulidad plena un acto jurídico. Incluso con un toque religioso como en los establecimientos de las lindes de las fincas.

En nuestra realidad jurídica actual somos deudores de aquella visión. La forma en que un tribunal se organiza, incluso físicamente, por ejemplo. O el hecho de que nadie es rey hasta ser coronado por mucha claridad en la sucesión dinástica que exista o mucho amor que le tenga su pueblo y le aclame como tal (A Alfonso VI no lo tuvieron los nobles como tal hasta el acto público de Jura en Santa Gadea) Ante el sistema legal de nada vale odiarse entre dos pueblos. Si no hay una declaración formal no se aplica el derecho de guerra. O quererse mucho dos personas si no se atraviesa la formalidad ceremonial y documental del matrimonio en cuanto al acceso a cierto status de derechos y obligaciones. Una compraventa no se perfecciona hasta superados ciertos requisitos formales (en algunos casos incluso documentales) por mucho que las partes puedan estar de acuerdo en precio y cosa (al menos a efectos probatorios. Aunque entre ellos consideren el bien transmitido ante la sociedad puede no ser considerado así). Varias personas reunidas para el cumplimiento de un objetivo aunque son de hecho una asociación no lo son jurídicamente hasta que se inscriben como tal en un registro, etc.

Hoy me detengo en uno de esos elementos formales en el que con frecuencia no nos paramos  a pensar: El Momento.

En muchas ocasiones en la vida del derecho la cuestión del momento es esencial. El momento en que se transmite la propiedad como hemos visto (La nuda propiedad no se entiende transmitida hasta el momento cronológico en que ciertos elementos se materializan.), a efectos de responsabilidad civil es de gran importancia el momento en que se transmite la tutela de un menor de manera efectiva de quien la ostenta al maestro que va a ejercer la custodia momentánea en una excursión, el momento en que un licenciado en derecho se colegia (a través de una cierta liturgia obligatoria) y se convierte así desde entonces y no antes en abogado, el momento en que un diputado recoge su acta convirtiéndose así en tal o un funcionario jura su cargo tomando posesión efectiva de su plaza a costa de perderla si no lo hace aun habiéndola ganado en oposición, el momento en que se firma una declaración de guerra o la paz, o un contrato entre particulares, el momento en que se hace algo de determinada manera y en cierto orden ante un notario, el momento en que una solicitud administrativa es registrada (marcando día y hora exactos para tener a qué atenerse en cuanto a plazos o para empezar a tener consecuencias), etc. 

Todos estos momentos son esenciales para que el hecho tenga consecuencias jurídicas y marcan el instante a partir del que estas surgen. Antes de ese momento era la nada para ese negocio o acto. Solo existe desde un segundo concreto para el derecho por mucho que la causa que le da razón de ser le fuera anterior (Por ejemplo el noviazgo apenas tiene efectos jurídicos, ya ni siquiera la llamada promesa de matrimonio, sólo lo tiene el acto de la firma de los cónyuges, por mucho que llamemos al bebé Andy su nombre legal es Andrés pues ese fue el que quedó registrado). El momento es relevante en derecho.

Saber que si se cumplen ciertos requisitos formales (documentales. protocolarios, físicos –como el paso de una frontera-, o temporales como los expuestos) se está actuando de una manera reconocible y aceptada aporta seguridad jurídica y tranquilidad. Permite saber a qué normas atenerme en un territorio, que obligaciones tiene una persona, qué derechos, desde cuándo los disfruto o no, etc. Es la forma (la frontera, el ritual, el momento) en todos estos casos la que da ese rasgo, no el fondo. 

Por todo lo dicho y aunque suene atractivo por ácrata y anárquico y a menudo nos guste oírlo.. cambiar de criterio respecto de la importancia del respeto a la cuestión formal ataca las bases de nuestro sistema pues aporta inseguridad 

¿Y a qué ha venido toda esta perorata truñaca hoy? 
Pues a que me fastidia que me cambien las reglas de juego sin más explicaciones.

¿Para qué existe un acto (Que marca un momento concreto) de toma de posesión de un cargo (Eurodiputado pongamos por ejemplo) si no tiene efectos jurídicos y su status de derechos y obligaciones se adquirió  sin necesidad de este desde que fue elegido? ¿Las juras, acatamientos públicos y expresos, las tomas de posesión, los matrimonios, las coronaciones, los juicios, las inscripciones registrales. son solo liturgias escénicas meramente estéticas, prescindibles y carentes del elemento legitimador de la forma? Porque si es así nos las podemos ahorrar. 

¿Cuando hemos abandonado la hermosa tradición formalista del derecho romano?

Y ya. 

viernes, 6 de diciembre de 2019

AYER VI CÓMO SE LLEVABAN MIS RECUERDOS


Ayer unos hombres profanaron mi alma y se llevaron un trozo. Sé que es su oficio y que no estaban siendo conscientes de la gravedad de sus actos. Por eso los perdono. Mientras los veía desmontar aquel mueble y llevárselo por el pasillo en tablas que irían a parar al reciclaje sentía desgarrarse algo por dentro. Ellos no se daban cuenta pero para mí aquel estaba siendo un potente símbolo del paso del tiempo, de la vertiginosa velocidad de la vida, de los recuerdos, de los sueños cumplidos y de los que no se cumplieron.

Cambiar la habitación de mis hijos es una muda de piel y la serpiente no añora la vieja, pero yo no podía evitar sentir cómo se iba en el aglomerado de aquellas tablas, como absorbida en los poros de la madera, una parte maravillosa de mi vida; centenares de anocheceres y miles de recuerdos. 

Por el pasillo los operarios se llevaban sin saberlo todos aquellos cuentos que me inventaba cada noche mientras se dormían oyéndome. Y sus personajes. Bajo su brazo, en forma de tornillos y baldas, se iba el indio Manoblanca y aquel pirata cuyo nombre no recuerdo. Desfilaban más de una década de nueves de la noche, cada día sin faltar uno solo en todos esos años, cuando, puntuales, mis dos enanos se acostaban obedientes tras la cena y una vez tumbados gritaban suavemente "¡Papá, Yaaaaa!" para avisarme de que estaban listos para el cuento que tocara y dormir luego. En aquellas tablas se iban una a una las mañanas en que durante casi 15 años hice sus camas a diario, y las "peleas" sobre el colchón, y las madrugadas en que me acurrucaba junto a uno ellos para atenuar las pesadillas con mi presencia hasta que por fin se durmiera y yo amanecía al día siguiente aún acostado a su lado, y el gesto miles de veces repetido de arroparles hasta el bozo y ajustar las mantas a los bordes para abrigarlos, y las fiebres, y los sudores, y las toses, y los malos ratos en las pequeñas enfermedades, y sus caritas adormiladas cuando levantaba la persiana para despertarlos todas las mañanas antes de la guardería o el cole,  y los libros leídos sentado a su lado mientras me escuchaban acostados y se les iban cerrando los ojillos, y aquel recuerdo de una noche en que cerré la puerta para hacer la plena oscuridad en el cuarto y quitarme rápido el jersey de lana para hacer chispas al roce con mi pelo, y su asombro inocente al ver el efecto, y la seguridad de que me necesitaban y me querían como quieren los niños a sus padres, e ir viendo cómo cada día aquel mueble se les iba quedando más pequeño. Como si en lugar de crecer ellos fuera el mueble el que encogiera. Y era a mí a quien se le encogía el alma al verlos tan cerca y a la vez alejarse.

A cambio de dejarme el vacío de una habitación que ahora hacía eco aquellos tipos se llevaban 8762 besos de buenas noches.

sábado, 23 de noviembre de 2019

NO, NO TODAS LAS OPINIONES SON IGUALES

Un país de cuento - ver ahora

EN TORNO A LA IDEA DE OCLOCRACIA DE POLIBIO
Oclocracia: del griego ὀχλοκρατία ochlokratía, latín ochlocratia: poder de la turba, tiranía de la mayoría ; término acuñado por Polibio, historiador griego, en su obra Historias. Mientras que, etimológicamente, la democracia es el gobierno del pueblo que con la voluntad general legitima al poder estatal, la oclocracia es el gobierno de la muchedumbre, es decir,"la muchedumbremasa o gentío" es un agente de producción biopolítica que a la hora de abordar asuntos políticos presenta una voluntad viciadaevicciosa, confusa, injuiciosa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y por ende no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como «pueblo»

Oclocracia: degeneración de la democracia consistente en la desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una "voluntad de todos" o "voluntad de la mayoría", pero no de una voluntad general.

Oclocracia: autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo.
James Mackintosh  (1765-1832)
Flósofo escocés 

Ha vuelto a encenderse el piloto rojo de la máquina detectora de cosas que no funcionan en la sociedad española. Hasta ahora no se ha equivocado nunca. En su pantalla puede leerse una nueva clave para la reflexión: "los españoles equiparais una mera impresión con una opinión formada" y es cierto. De un tiempo a esta parte hemos borrado la línea que antes estaba tan clara y diciendo huir de supuestos elitismos antidemocráticos hemos concedido el mismo nivel de influencia a lo que dice alguien sin pensarlo mucho en la barra de un bar que a las conclusiones que saca un experto sobre un tema tras años de estudio. 

Para que nadie pudiera decir que no éramos los suficiente demócratas tras cuarenta años de dictadura nos pasamos al otro extremo y asumimos sin pestañear que merecíamos que nuestras opiniones pesaran tanto como las de cualquiera, que por muy desinformados que estuviéramos teníamos derecho no solo a expresarlas (por supuesto) sino a igualarlas a las de los sabios, que las conclusiones elaboradas y respaldadas de un catedrático que ha dedicado su vida al estudio de una cuestión equivalen en importancia a la opinión que se ha formado alguien para quien el tema surge por primera vez en la conversación (y en su cabeza) hace un minuto. Un hombre, un voto, nos repetimos para justificar nuestro error. Y valoramos a opinadores que improvisan ante el tema que se les propone en ese momento, en lugar de buscar a los mejores en cada aspecto para que nos guíen con sus posturas reflexionadas. Y dejamos que los políticos confundan "asesor" con "amigo" o, lo que es peor, con "pelota". 

Para recuperar nuestro derecho a opinar tras años de elitismo de señoritos que impedían al pueblo hacerlo y se arrogaban la esfera de esa posibilidad, decidimos subirnos al columpio del péndulo españolazo de los extremos y viajar al punto contrario del arco. Y ahora elevamos nuestra charla banal con el taxista de camino al aeropuerto equiparándola con los postulados de una tesis doctoral defendida tras años de trabajo.Y le quitamos importancia a su evidente superioridad en su materia con base en rencores de clase. Nos decimos que si hubiéramos tenido sus oportunidades económicas y sociales estaríamos ahí así que por justicia social nos tomamos la revancha haciendo de menos sus puntos de vista elevando los nuestros a su nivel de importancia e influencia.


Hemos confundido el sentido de un par de principios básicos de la democracia: el del derecho al sufragio activo para elegir a nuestros representantes con el de la igualdad de importancia de las opiniones a la hora de adoptar las más importantes decisiones (y, sí, lo siento por quien no se haya dado cuenta todavía, pero hay voces más autorizadas que otras, gente más preparada que nosotros, con más información y visión global), el de la igualdad de derechos con el de la igualdad sin más, el de la libertad de expresión con el de la equiparación absoluta entre las opiniones y entre quienes opinan, el de la igualdad de voto entre los ciudadanos (que curiosamente no está nada claro con nuestro sistema electoral) con la absurda idea de que los puntos de vista de todos han de ser tenidos en cuenta por igual sin distinción alguna porque todos somos igual de ciudadanos (eso sí que es verdad pero no conlleva lo otro). ¡Hay que recuperar nuestro derecho a opinar! Nos dijimos.Y lo confundimos con otra cosa cuando lo recuperamos.


Nos hemos rendido al monstruo de las audiencias y a la sacralización de las mayorías (a menudo bastante cortas y en muchos casos poco preparadas para decidir sobre temas complejos) que no siempre tienen que ser las que decidan, y si millones de moscas comen mierda estaremos equivocados los demás, y se argumentan barbaridades con el respaldo de los números sin dar importancia a la esencia misma de la barbaridad propuesta. Importan más las personas por metro cuadrado en las manifestaciones que lo que digan sus pancartas, por mucho que vaya contra el sentido común o la visión de los expertos. Si tanta gente lo apoya habrá que estudiarlo, nos decimos. O bajará nuestra popularidad. Y reunimos firmas en change.org haciendo equivaler unas a otras. Y hay firmas y firmas. Sé que es un lugar común, pero los nazis llegaron al parlamento con el apoyo de muchos votantes, por no escuchar las voces autorizadas que avisaban. Los políticos se hacen sus cálculos tácticos y buscan el voto del señor Cayo en la España vacía porque mi voto tiene menos posibilidades de influir que el de un soriano o un gerundense. Solo somos Share en sus escalas de popularidad y encuestas del CIS. Y el sentido de "Sentido Común" ha dejado de ser el de "lo que dicta la lógica" por el de "lo que diga la gente", como si las audiencias ingentes de programas basura no fuera suficiente prueba de que la peña puede estar equivocada.

Pues no, no es lo mismo una opinión formada con tiempo, contrastada, tranquila, informada, con visión global, moderada, respetuosa y constructiva que el exabrupto momentáneo, el twit instintivo, la opinión improvisada y poco meditada en respuesta furibunda a la del oponente que no tiene en cuenta las consecuencias ni implicaciones de lo que propone, o el insulto del hater, o la cizaña sembrada por el agitador o el interesado.. y aunque los votos valgan lo mismo (en teoría) no todos los puntos de vista sobre un tema merecen la misma consideración. Hay gente más preparada que otra. Y no hay que confundir igualdad de derechos y oportunidades con igualdad absoluta. Esa ni existe ni existirá. Hay quien tiene mayor predisposición al interés general, a la reflexión profunda, al estudio comparativo, etc. y quien tiene otras habilidades. No todo el mundo vale para deportista de élite, para administrativo, para maestra o para magistrada.

Lo curioso es que si vamos a un mecánico dejamos en sus manos el arreglo de nuestro vehículo pues le tenemos por más preparado en una cuestión en la que somos legos. Y sin embargo todos
 somos seleccionadores nacionales, profesores correctores de los verdaderos profesores de nuestros hijos, jurados sin conocer las pruebas, consultores de internet por encima de lo que diga el médico, árbitros, jueces.. y expertos en política internacional, emigración, empleo, medioambiente, sanidad, educación.. (Mientras que curiosamente escuchamos como si de gurús se tratara a tertulianos que opinan con voz grave y tono dogmático sobre temas de los que una hora antes no sabían que iban a estar en el guión de la conversación). 

Y es una cuestión que afecta a todo el arco intelectual, social, cultural, artístico y político. Que no es cosa de progres y carcas. No está la razón en un sitio y el error en el contrario. En cada corriente del espectro habitan opinadores irreflexivos sin base y serios pensadores de planteamientos estructurados.


Que no se está poniendo en duda la igualdad del voto sino la igualdad de capacidad para la toma de ciertas decisiones (en base a la información manejada, las distintas capacidades, la mayor o menor implicación con el tema, los conocimientos y experiencia, etc.). O más bien se está tratando de destacar la diferencia entre niveles de preparación, reivindicando esa diferencia no como algo bueno o malo sino simplemente como algo evidente. Por poner un ejemplo ilustrativo; no se quiere decir que el voto de un joven valga menos que el de una persona mayor, lo que es indiscutible es que tiene menos experiencia que aquella y por tanto en algunas cosas conviene escucharla.


Que todo el mundo puede opinar sobre cualquier cosa, faltaría más. Yo lo hago. Me gusta hacerlo. La cuestión es confundir libertad de expresión con igualdad de lo expresado sin tener en cuenta quien lo expresa, su bagaje, formación, experiencia, conocimientos.. Haciendo equivaler la opinión del profano con la del especialista y confundiendo su libertad para decir lo que quiera con la obligación de escucharle y hacerle caso en pie de igualdad como si de un derecho se tratara por el hecho de ser ciudadano. Como si se lo hubiera ganado como el otro. A nadie se le ocurriría (espero) someter a votación las acciones de inteligencia antiterrorista. Pues igual con las políticas medioambientales o cualquier otra. Que lo malo no es opinar sino que quien decida tenga más en cuenta la opinión de los desinformados que la otra porque le reportan votos. Y es lo que está pasando.



No. Aunque suene mal al pensamiento políticamente correcto, no todas las opiniones son iguales ni todas son merecedoras del mismo respeto. Las hay más cualificadas que otras, más reflexionadas, con más base, más racionales.. y las hay menos y más improvisadas y viscerales. Y las primeras deben ser oídas si no antes desde luego más que las segundas y ser más tenidas en cuenta.
No creo en los juicios con jurado, para eso se forma gente especializada. No creo en la democracia asamblearia, creo en la democracia representativa (Ahí reside y es donde debe residir el poder de las mayorías). Creo en buscar a los mejores para que nos gobiernen y tomen las decisiones más importantes desde la información completa y la reflexión, desde la asesoría fría de los expertos y los técnicos. Que se atrevan a tomar decisiones contra las mayorías si son necesarias, y quemarse en términos electorales y no regirse por criterios solo de popularidad, pues a veces son las que convienen al interés general. Y ello no es tener por menores de edad a los electores y ciudadanos, es no caer en la trampa de pensar que todos somos expertos en todo.
A la hora de tomar grandes decisiones políticas hay que ser selectivo con las opiniones que escuchan y tienen en cuenta quienes las toman. No todas son iguales. Y si debe haber un criterio para diferenciarlas y escuchar a unas sobre otras debe ser el interés general y no la popularidad o los criterios electorales. No confundamos soberanía popular con asamblearismo ni con dejación de funciones delegadas en "el pueblo" (y menos aún con ese viciado sentido del despotismo ilustrado que tiene decidida la decisión y necesita vestirla de respaldo posteriormente para diluir la responsabilidad).


Resultado de imagen de La conjura de los necios

Ese tipo de pensamiento es el que nos hace vivir en esta continua conjura de necios, en la que lo que diga Ignatius J. Reilly tiene el mismo valor que lo sostenido por un experto. Y en la que, es más, pesan más en conjunto, las posturas de estos conjurados en las grandes decisiones. En esta realidad surreal en la que a nuestro lado en la fila del colegio electoral hay un terraplanista cuyo voto vale igual (o más si vota en un colegio electoral de una pequeña provincia, o vota a un partido de implantación solo regional en Euskadi, Galicia o Cataluña). En la que se reúnen cientos de científicos avalados por miles de horas de estudio y publicaciones para avisar de las consecuencias de un cambio climático innegable,.. y un idiota (por mucho que gobierne el mundo) simplemente mira por la ventana y sostiene que a él no le parece para tanto. Y punto.

Lo malo es que todos estamos de acuerdo con esto porque todos pensamos estar en el lado correcto del río y ser de esos a los que hay que escuchar (de eso va la entrada de hoy). Y que no hay forma aún eficaz de encontrar a esos mejores que nos gobiernen (y a las pruebas me remito).Y no, no va de que quien opine distinto a mí está equivocado, sino de perderle el miedo a un cierto elitismo de las opiniones que no debe asustarnos. Donde hay que poner el acento es en la elección del criterio para esa selección de esa élite por lo peligroso de volver a que nos gobiernen los interesados, los pudientes, los más fuertes, etc. en lugar de los mejores (los más válidos, los más honrados, los más orientados al bien común). Todos sabemos que los estudios superiores no son vacuna contra la gilipollez ni el egoísmo contrario al interés general, que la riqueza no da la honradez igual que la falta de herencia no es garantía de deshonestidad. Puede que una de las claves esté en recuperar el verdadero sentido de la asesoría, de rodearse de hombres y mujeres buenos, competentes y preparados orientados al verdadero servicio público vocacional, pero esto es más fácil de decir que de hacer.

Así que no, no hay un derecho a que me hagan caso por el hecho de que tenga libertad para opinar o sea fácil hacerlo con las redes sociales. Que no existe un derecho a ser tenida en cuenta mi opinión al mismo nivel que las otras consustancial a ser ciudadano. Aunque nos quieran hacer creer lo contrario con engañosos empoderamientos que solo valen para que se generalice ese error apellidándose de democrático por su respaldo mayoritario. Eso es el populismo. Que las consultas asamblearias con que nos mienten son sólo el respaldo falaz a decisiones que ya tienen tomadas, que con la equivalencia de niveles entre opiniones y quienes las dan tenemos a Juana condenada en lugar de en cada una de las casas que se la ofrecieron en masa acrítica, a la CUP y a Rufián, a Antonio David como referente, a Boris Johnson, a Gran Hermano barriendo las audiencias, a Trump, a Vox, a Siriza, al frente nacional de LePen, a la turba quemando contenedores en las calles de Barcelona, a gente haciendo scratches con niños (en ambos lados) creyéndose legitimados para hacerlo por la supuesta verdad de sus postulados (eso es el fanatismo), a manifestantes furibundos/as enmendando la plana a altos tribunales al no estar de acuerdo con la calificación del delito porque ellos/as saben más que nadie o porque en su opinión el derecho está equivocado y hay que aplicar antes sus posturas que el ordenamiento (Casos Manada, Proces..), a Belén Esteban, Kiko Matamoros o la Patiño (o quien esté ahora en el Candelabro), al Brexit, a Podemos... (Que no digo que todo votante de VOX o Podemos, o a favor del Brexit o de Trump, o nacionalista catalán o activista feminista sea un desinformado, les conozco muy inteligentes y preparados y los respeto, sí digo sin embargo que pienso que en sus filas hay más desinformados y opinadores viscerales que en otras y de esos se alimentan. Eso también es el populismo)

Que a todos nos gusta (Y de eso se valen quienes nos manejan) que se nos diga que nuestra opinión es tenida en cuenta al mismo nivel que la del sabio, el experto, el más preparado.. nos satisface internamente equilibrando un karma que todos pensamos desajustado en nuestro caso, pero sabemos que no es así, y que solo alargamos lo más posible este estado de fantasía en el que la droga, el soma, es esa supuesta libertad de expresión/derecho a que mi opinión pese lo mismo que cualquier otra y a influir por igual.

No sigamos confundiendo el sagrado derecho a poder expresar nuestras opiniones con libertad con el hecho indiscutible (o debería serlo) de que hay que contar con unas opiniones más que con otras en las diferentes cuestiones y que no todas merecen la misma atención ni tienen que tener el mismo peso. Oigamos a todos pero a la hora de tomar las decisiones realmente importantes dame mil veces una persona formada que opine distinto a mí y lo argumente con inteligencia y la mente abierta a la discusión que mil "de los míos" que opinen acríticamente
, pues lo primero lleva a la moderación y al imperio del derecho y la razón, y lo segundo al extremismo fanático y visceral, a la primacía de lo irracional y contraria al interés general (con el engañoso respaldo de salir del corazón, del "sentido común" o el número de apoyos), al absurdo, la injusticia y el alejamiento de la verdad.

Y que hasta que encontremos uno mejor solo podemos mejorar el sistema que tenemos.

Y ya.



Nota: Es posible que dentro de unas décadas no nos parezca tan extraño usar para la ponderación de la validez de los votos en unas elecciones criterios correctores o algoritmos que tengan en cuenta aspectos que ahora nos parecen de ciencia ficción de modo que den más valor a los votos de unas personas que a los de otras (edad?, formación?, inclinación genética u orientación acreditada al bien común?, honradez? antecedentes?..) de modo que relativicemos la igualdad de todos los votos y no nos parezca mal. Suena un poco a Black Mirror pero en realidad ya nos lo está haciendo la ley D´Ont con criterios territoriales y de población y no decimos nada.

jueves, 14 de noviembre de 2019

CANOVELLES -Tragedia en tres actos

Escena primera: GENTE COMPETENTE

- No ordenaré disparar contra españoles - repitió el comandante del puesto-. Por traidores que sean.

En la sala se podía cortar el silencio. Los cuatro oficiales miraban las pantallas en blanco y negro. Las cámaras enfocaban lo que estaba pasando en el exterior del cuartelillo. No había sonido y la multitud gritaba muda sus consignas. Ardían ruedas y maderos a la puerta. No era lo único que el fuego consumía.

- La que ondea en el patio no es de papel como esas - respondió un teniente.

Todos habían leído el informe del Centro Nacional de Inteligencia que acababa de llegar esa misma mañana para prevenir a la comandancia ante la inminente operación de los descontrolados. La consigna era buscar la imagen de la violencia para respaldar el discurso de la represión. Y para ello el objetivo era entrar, aunque fuera por la fuerza, en la instalación militar y hacerse con la bandera. 

- No será en mi guardia- le contestó un compañero.

El comandante sabía que ambas ideas eran ciertas por contradictorias que fueran entre sí. Ningún trozo de tela merecía una respuesta armada de incalculables consecuencias contra compatriotas desarmados, y menos si era precisamente lo que buscaban. Pero aquel no era un retal más. No podía sin más rendir la plaza aunque las directrices dadas desde el ministerio fueran en esa línea si la cosa se desmandaba. No concebía abrir las puertas y dejar hacer a aquella turba. No solo entendía a sus hombres sino que estaba de acuerdo con su punto de vista. Como para ellos la sola idea de aquella chusma bailando sobre las cenizas de la enseña ante los militares inactivos era inaceptable. Pero su función no era dejarse guiar por sus sentimientos, sino cumplir órdenes.

- Empiezan el asalto - dijo el más joven de los tenientes mirando la pantalla.

- No se quitarán los seguros salvo peligro personal grave propio o de un compañero ¿Está claro? - dijo seco el superior.- Que sólo sepamos nosotros que no vamos a cumplir la amenaza. Sostengan el farol. Los refuerzos están en camino. Den las órdenes oportunas. Mantengamos la cabeza fría. Para eso nos han entrenado. Ocupen sus puestos.

Disciplinados aunque disconformes los dos tenientes se retiraron en silencio tras saludar. Nadie tenía claro cómo iban a poder distinguir en medio de la refriega el grado de gravedad del ataque agresivo de aquella masa que empezaba a subir a los muros de las dependencias.

- Me preocupan las armas -dijo el subordinado. Un capitán.

- Lo sé. A mi también. Si grave sería lo de la bandera no digamos si le quitan su arma a alguien.

- O si alcanzan la armería.

- No llegarán a tanto -reflexionó el comandante-. la gente de inteligencia dice que solo quieren la foto.

- Y la bandera.

- No. La bandera es instrumental. Saben que no lo permitiríamos... es la foto lo que quieren.

- Lo mejor sería arriarla cuanto antes y guardarla.

- Si quieren la foto no pararán hasta tenerla. Y en cuanto a lo otro.. nunca se sabe y es mejor prevenir que curar.

Fuera se oía el ir y venir de la tropa a la carrera y los gritos de sus mandos.

- A menudo envidio a los civiles -continuó-.. Para muchos no habría ninguna duda. Una tela no merece la pena -dijo mientras miraba por la ventana-. Encárgate. Aquí tienes la llave de la armería. Guárdala allí y pon a la puerta un retén de guardia a su cuidado tras cerrarla.

- A tus órdenes -se cuadró.

- Vamos allá - se dijo cuando se quedó solo.

Y ya.

jueves, 7 de noviembre de 2019

DECIDIR “EN CALIENTE”


"El progreso se construye de decisiones audaces
 tomadas por grandes hombres con la cabeza fría"

Lyndon B. Johnson

El “Principio de Oportunidad” se define como el criterio según el cual se toman decisiones haciéndolas depender de las circunstancias concretas del momento o los intereses propios (o de partido en política). Se suele presentar dialécticamente en contraposición al “Principio de Seguridad jurídica” o al de “Legalidad” que consisten precisamente en lo contrario: Tomar decisiones (o aplicar las ya decididas) en base a principios fijados con antelación y conocidos por todos en forma de normas sin que influyan las circunstancias específicas, la situación o los intereses concretos del momento más allá de los superiores, ateniéndose no a lo que “conviene” o interesa en ese instante sino a lo justo o lo correcto decidido como tal previamente. 

Una decisión política por ejemplo “puede” (suele) tomarse según este “Principio de Oportunidad” y así lo vemos en decisiones electorales, a la hora de promover una u otra opción ante un hecho, en respuesta a demandas del momento, necesidades detectadas, etc. Aplicar este principio o actuar bajo su premisa es lo que vemos cuando alguien legisla “en caliente”, adopta una u otra postura por conveniencia tras la publicación de los resultados de la encuesta del CIS, hace unas declaraciones para contentar a su posible aliado futuro, un anuncio sólo hecho para aumentar su popularidad o evitar su desplome, etc. De hecho la expresión misma "decisión política" ha pasado a entenderse en el lenguaje coloquial como sinónimo de aquella que se toma como solución o respuesta a una cuestión sobrevenida, o con intención de molestar u ofender al menor número de personas o colectivos.

Desde mi punto de vista en la diferencia entre estos principios (o precisamente en la pérdida del sentido de la importancia de esa diferencia) reside gran parte de la base de los problemas de la vida política española. Y es que la clase política nos ha acostumbrado a que creamos que esa es la regla general y así debemos aceptarlo, cuando no es así. La aplicación del “Principio de Oportunidad” debería ser la excepción, y no la regla, que debería ser el de “Seguridad jurídica” o interés general. Y ello en todos los poderes.

A nadie se le ocurre (bueno, igual sí) pensar que el Poder Judicial debe actuar según el “Principio de Oportunidad”. La independencia judicial y la seguridad jurídica obligan a que sea antes al contrario. El ciudadano espera que un juez decida en base a normas generales, conocidas y previas, y más o menos inamovibles y esperables, no por la conveniencia del momento en lo referente a cómo va a afectar su decisión a una u otra decisión política o situación concreta. Queremos ser iguales ante la ley sin que ello dependa de quienes seamos ni de cómo vaya a afectar la aplicación de la ley por el momento en que vivimos. Queremos que la justicia sea una máquina fría independiente de los intereses. Esperamos que si alguien va a 180 km por hora y se le “capta” en esa infracción se le aplique la sanción sin más, sin tener en cuenta quién es ni si la sanción va a encolerizar a los suyos o no conviene ahora sancionarle dadas las buenas relaciones que se empieza a tener con su colectivo para no enfadarles.

Por la misma razón el legislativo debería tomar sus decisiones (Legislar) en base a un plan objetivo previo, un programa electoral, una ideología, etc. y no en base a las conveniencias del momento. Esa es la esencia de legislar y de la ley: "Decidir en frío", antes de que se produzca el caso para aplicar la norma cuando este suceda. Para no verse influenciados mientras se hace por intereses o conveniencias sino solo por razones de interés general. Nos gustaría que se hicieran buenos análisis de la realidad de los que se derivaran necesidades del país y que sobre ello el legislador fuera tomando decisiones planificadas y buscando obtener resultados a medio y largo plazo. No es adecuado que se legisle “en caliente” sino de manera reposada. Es un gran error que se establezcan leyes o hagan cambios legislativos parciales por el momento o la situación para dar respuesta a una alarma social o para responder a una petición concreta (Por multitudinaria que fuera. Ello en tal caso debe, eso sí, servir para la planificación de la legislación futura, pero no la inmediata). Y menos por intereses de partido momentáneos. Y sin embargo parece que el “Principio de Oportunidad” ha invadido también el espacio legislativo y se está convirtiendo en regla cuando en este ámbito no debería ni ser excepción.

Pero es que también debemos huir de la aplicación del “Principio de Oportunidad” en el ámbito ejecutivo en la medida de lo posible (aunque de admitirse la excepcionalidad de su aplicación en alguno de los tres poderes sea más en este que en los otros). Y sin embargo  actuar "en caliente" en respuesta a conveniencias o intereses del momento se ha convertido en elemento esencial, característico y diferenciador de este poder respecto a los otros dos y lo hemos terminado por aceptar a base de la costumbre de su abuso. Nos ha terminado por parecer normal que el gobierno tome medidas de forma urgente y las ampare en lo extraordinario del momento y las circunstancias (eso y no otra cosa debería ser un decreto legislativo y quedar reservado para esas circunstancias y no ser regla) o que nos meta a todos los españoles en un estado muy preocupante por decisiones que no tenían por base el interés general sino una circunstancia concreta y momentánea (eso cuando no la crea él mismo), un interés espurio personal de su líder o de su partido, etc.

Durante el siglo XX esa "Seguridad jurídica" la proporcionaban las ideologías. Las decisiones eran esperables, pues obedecían a criterios pre establecidos por cada corpus ideológico. Un político sabía lo que otro iba a decir y lo que él mismo tenía que decir sobre cada tema (eran pocos, también es cierto). Guiarse en la toma de una decisión por una circunstancia momentánea apartándose de la linea ideológica era tenido como una traición o como una muestra deleznable de poner por delante el interés personal. Luego vino la "lealtad" al partido como excusa para decidir "lo que mejor conviniera en cada momento a los fines electorales". También se amplió el arco de temas sobre los que había que pronunciarse y sobre los que la ideología no tenía nada pre-establecido, lo cual fue la excusa perfecta para introducir parámetros de interés y de oportunidad según el momento. Pero sobre todo se desdibujaron la ideologías.

El "Principio de Oportunidad" tiene su espacio en ocasiones. Y así por ejemplo en la excepción del indulto merecido en situaciones sumamente extraordinarias, en las medidas de discriminación positiva temporales en lo que se alcanza una situación de plena igualdad en materia de empleo, mujer, etc., en el policía municipal que, sin prevaricar, flexibiliza el rigor de la aplicación de la norma en atención a las circunstancias en uso del margen de flexibilidad que tiene, el juez que elige la gravedad de la sanción en el arco del que dispone al sentenciar, etc. pero todas ellas son la excepción y no la regla. Por ello a los profanos nos rechinan por incomprensibles los tratos de la fiscalía con algunos delincuentes, las medidas penitenciaras reductoras de la pena en ocasiones, las sentencias desproporcionadas entre sí, los acuerdos extrajudiciales, etc., pues son cuestiones de oportunidad aplicadas en los que creíamos reductos a salvo de estas.

Resultado de imagen de Principio de oportunidad

Huye del Principio de Oportunidad el tribunal que adopta una resolución y la publica solo sometiéndose a la ley existente y con arreglo a ella, independientemente de cómo pueda afectar esta a la situación política del momento o si pilla en periodo electoral. Lo pone en práctica de la manera más ladina quien quiere que se decida una u otra cosa por los jueces según cómo le vaya a afectar lo que decida o en qué momento haga pública la decisión. O quien cree que debe presionar para influir en un poder independiente que debe actuar con autonomía. 

¿Y los funcionarios públicos? ¿Y, por ejemplo, los policías o los que nos llevan un expediente administrativo? ¿Deben actuar bajo el criterio de Oportunidad o del Interés general? ¿Hemos de esperar de ellos los ciudadanos una actuación previsible o pueden adecuarla a las circunstancias concretas? ¿Han de estar sujetos a normas fijas sin tener que esperar instrucciones o deben actuar bajo parámetros políticos de sus superiores (cargos políticos que actúan bajo el principio de Oportunidad) y esperar sus instrucciones que dependan de algún interés al que se deban? Todos entendemos que ante la comisión de un delito los agentes de la autoridad han de actuar o los funcionarios tramitar un  expediente siguiendo objetivos criterios pre-establecidos de orden o importancia, pero ¿no sucede a veces que lo hacen o no dependiendo de que se les dé la orden y esta depende de estas cuestiones? ¿Donde está la linde con la prevaricación si no lo hacen por ello? ¿es el principio de obediencia al superior suficiente criterio para justificar no hacerlo? ¿están suficientemente protegidos si actúan con criterio propio sin esperar? ¿Son las instrucciones que se dan a veces contrarias al principio de seguridad jurídica para el ciudadano (o incluso para ellos)? 

Otra expresión de esta cuestión es el planteamiento "Dialogo vs Judicialización". Hay quien presenta estos dos principios (Oportunidad y Seguridad Jurídica) con la engañosa forma de conceptos cargados de connotación. Positiva en el caso de "Dialogo" y negativa con el de "judicialización". Bajo la aparente bondad de dialogar mi traductor me dice que en realidad se quiere decir dejar de aplicar la ley al caso concreto y hacer una excepción. Quien aboga en ciertos debates (el nacionalismo catalán por supuesto es al que me refiero en primer lugar) por "dejar la justicia a un lado, abordar desde la política el conflicto y sentarse a hablar" (lo cual suena extrañamente parecido al antiguo "sentarse a la mesa del debate y olvidar el pasado" o "no insistir en la vía de la represión del estado con detenciones" del terrorismo etarra y sus apoyos), pues bien, quien aboga por este "dialogo", en realidad está pidiendo no aplicar la ley de manera objetiva, mirar para otro lado "en atención a las especiales circunstancias del (supuesto) conflicto" -el paréntesis es mío-. Claro que es bueno hablar en todo caso, pero no entiendo cómo se logra forzar el lenguaje de modo que llevar ante la justicia a quien puede haber cometido un delito para que decida si ha sido así con criterios objetivos y previos y sancionarle en ese caso puede tener connotaciones negativas.. salvo que las tenga todo aquello que no coincida con mi forma de pensar, que es el caso. El manido lema de "Dejar paso a la política" esconde en demasiadas ocasiones el cambalache oportunista y la falta de respeto a la ley a cambio del acuerdo o el intercambio de cromos. La aplicación de la forma más sucia del principio de Oportunidad: olvidarnos por un momento del ordenamiento (pensado por esencia para ser aplicado independientemente de las circunstancias) por lo "especial" de estas, del momento concreto o del "hecho diferencial" del colectivo que lo esgrime. Se dice con falaz argumento que la ley debe estar al servicio del pueblo (Por supuesto dado que es de él de quien emana. Ya es así) y la "Democracia" por encima de la ley (Contradicción en sus propios términos) como si la ley estuviera per se alejada de la realidad que es la que la construye. Lo que no hace es estar en eterna construcción con cada pequeño cambio sino que tiene vocación de estabilidad y duración en el tiempo por su aplicabilidad general. La ley no está alejada de la realidad porque no coincida con tu punto de vista. Esa es la definición de totalitarismo, fanatismo y dogmatismo.

También está en este tema la vertiente populista. Cada vez hay más colectivos, plataformas, movimientos sociales, partidos políticos, líderes como Trump, Salvini, Johnson, Abascal, Iglesias,.., etc. que entienden que el principio de Seguridad Jurídica es un rasgo obsoleto a eliminar (aunque sea por la práctica y los hechos consumados) y que toda decisión en la vida pública ha de tomarse solo a la luz de las circunstancias del momento y además hacerse deprisa y aplicarse de inmediato. Que entienden que algo tan viejo como la ley ha de estar supeditado a cosas mucho más flexibles y adaptadas a los tiempos como son las peticiones momentáneas de la ciudadanía -de parte de la ciudadanía- (De cuya "voluntad" suelen presentarse como representantes últimos -portavoces, no generadores de esta- aunque tengan respaldos minoritarios, amparados en el dogmatismo de que su opinión es correcta y la ley se ha quedado vieja o es poco flexible). Y en eso coinciden todos los partidos en algún momento acuñando expresiones como "la masa social" o "el pueblo catalán" o "los españoles". Y lo vemos en las exigencias de ciertos grupos de presión que hacen honor a su nombre sometiendo al legislador, al poder judicial o al ejecutivo (mucho más permeable a estas "peticiones") para que cambien su criterio en sus decisiones (resoluciones, sentencias, leyes..) para dar satisfacción a sus imposiciones desde lo políticamente correcto: Scratches antideshaucios, descontrolados quemando contenedores, colectivos feministas interfiriendo (que no sólo opinando, cosa que es muy libre) deseando que se incline la balanza de la interpretación de la ley hacia la suya, nacionalismos aceptando las leyes que les convienen y saltándose las que no, o apestando socialmente a los intérpretes de la ley (o a quien simplemente opina de otra manera) que lo hacen en un sentido que no les conviene o con el que no están de acuerdo, partidos que si fuera por ellos se aplicaría su criterio por encima de lo que diga la ley porque entienden que esta está gravemente equivocada y los procedimientos para cambiarla son excesivamente farragosos y no pueden esperar tanto para cambiarla (ante la emergencia climática, el problema migratorio, la violencia de género, la supuesta inseguridad ciudadana, etc.),.. Gentes que no entienden cómo los demás no lo ven tan claro como ellos y que no ven necesario el respeto a la ley a la vista de lo evidente de sus argumentos. Si alguna vez se han preguntado qué es el populismo ahí lo tienen.

La excelencia en la vida política reside en el menor de los usos de este principio respecto al de seguridad jurídica, la planificación en base a la búsqueda del interés general y el respeto a la ley. La calidad democrática de un estado de derecho se mide en la excepcionalidad y la menor aplicación posible del primero en comparación con el respeto a la regla que deben ser los otros.

Y ya.

* Algún día habrá que hablar del rizo del rizo que supone ver a los políticos abogar por el principio de seguridad jurídica para quitarse de encima un muerto cuando descargan en los técnicos la culpa de alguna de sus movidas ("yo me fié del interventor", "Las cargas policiales son una decisión técnica", "imagino que eso se somete a criterios objetivos que desconozco pues no puedo estar en todos los detalles", "Yo solo firmaba lo que me ponían delante", etc.)

lunes, 4 de noviembre de 2019

CALLAR LO QUE SABES

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?



"Existen dos clases de mentiras: la de hecho, que se refiere a una acción pasada, y la de derecho, que es la que tiene relación con lo futuro. Cuando uno niega lo que ha realizado o afirma haber hecho lo que no hizo, y de un modo general habla a sabiendas contra la verdad de las cosas, la mentira pertenece a la primera clase. La segunda está en la promesa que no se tiene intención de cumplir, y en manifestar una intención contraria a la que se tiene. En algunos casos ambas mentiras pueden concretarse en una sola" 

Emilio
(Rousseau)

No es fácil saber cuándo es mejor callarse lo que se sabe. 

Nunca se sabe cuándo seguir adelante sin dar a un tema importancia para que no alcance una importancia que no debe tener, esperando que sus efectos se diluyan, a menudo engañándose en la esperanza de que no sean tan graves como se sospecha, y evitar así males mayores... o hacerlo público descubriendo que se conoce esa verdad.

Quien sabe algo se mueve, a la hora de decidir si contarlo o no, entre la verdad y el interés personal. A veces por el contrario en quien oculta lo que sabe la dicotomía está entre el respeto al otro (y a su inteligencia), y el cinismo de seguir como si nada, sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos o el daño que provoquen.

A veces es saber la verdad lo que hace daño. A veces saberla y no poder contarla. A veces conocerla tarde. Casi nunca no saberla. A veces el daño viene de callarla.


Es el eterno dilema ético del periodismo. El antiguo debate sobre informar o no en algunos casos: Amar la verdad por encima de todo o someterla según las consecuencias que acarree, respetar la inteligencia del ciudadano/lector/televidente/oyente y darle la información para que decida,.. o la lucha interna del buen profesional que sabe que aunque a veces tenga la información no debe darla.

Nunca se sabe si es mejor dar la noticia por novedosa, llamativa y suculenta o archivarla para no dar luz a lo que no lo merece. El periodista sabe que a menudo se produce el círculo vicioso. Ciertas noticias no lo son hasta que él las convierte en ello. Dar relevancia a algo menor lo hace mayor cuando no lo merecía y a veces otorgar esa importancia a algunas cosas no es justo ni correcto.















El periodista sabe que una opción política minoritaria puede aumentar con su presencia en medios por lo que en el fondo está en su mano el crecimiento de esa ideología en términos de representación. O que un tema que ya no interesaba a nadie puede volver a estar de actualidad con el ligero empujón del amarillismo y así distraer de otro tema más importante.

El periodista conoce su poder. Sabe que se produce el efecto de autojustificación entre quienes se creían pocos cuando se ven respaldados por la noticia en la que se ven reflejados y se saben así más de los que pensaban. Las minorías se crecen si tienen el altavoz de la prensa. 
También sabe que a veces facilita, cuando no produce, el efecto de repetición de lo leído. El lector cede a los límites que hasta ese momento se autoimponía cuando se ve reflejado en la noticia y descubre que no está sólo en esas pulsiones o tendencias. 
Conoce el efecto que tiene la magnificación de esos actos a través del reconocimiento que supone la noticia e incluso el efecto de imitación que a veces se produce.

Sabe que el maltratador, que se creía bicho raro o se tenía por poco (o incluso se sentía culpable en algún rincón de su conciencia), normaliza su actitud y sus actos (se autojustifica) cuando ve su reflejo en otros en las noticias. Conoce que el pederasta se siente arropado al saber que hay otros como él. Que el asesino imita las descripciones que recogió en su reportaje. Que el psicópata busca salir en las noticias en lo que cree prueba de la admiración que se le tiene. Que el político sobre actúa en el mitin cuando nota la luz roja parpadeando en la cámara al encenderse para la conexión en directo. 

Y debe estar entre sus principios éticos tomar la decisión adecuada entre informar o no hacerlo en cada caso.

De eso va la defensa o el ataque a Snowden, a Wikileaks, a quienes estos días acusan a Trump en el Impeachment. De eso iban las dudas del caso "Spotlight". Y así nos debe suceder a todos en nuestra relación con la publicidad de la verdad cuando la conocemos.

¿Ha de confesar el niño su falta al padre o callar y esperar que pase el tiempo para probar suerte a ver si no se entera? ¿Ha de decirle el padre al hijo que lo sabe o esperar a que confiese? ¿Contarle a su pariente lo que le ha dicho el médico a su familiar acerca de la gravedad de su enfermedad? ¿Confesar su pecado secreto el pecador? ¿Dejar que todo pase en la esperanza de que el tiempo lo cubra de olvido? ¿Destapar su descubrimiento casual el conocedor del mismo? ¿La prueba de otro caso el investigador que se topa con ella? ¿Obliga la amistad a dañar al amigo desvelándole el secreto que le hará infeliz o a reservárselo para sí precisamente por ello? ¿Ocultar el científico su descubrimiento en la seguridad de que será usado para destruir?

¿Ha de revelar la descendiente de Jesús el gran secreto? 


¿Ha de contar NEO a todos que viven en MÁTRIX o dejar que vivan en su ignorancia?


miércoles, 7 de agosto de 2019

EL SILENCIO DEL VIEJO SOLDADO


También el silencio de Ryan está cargado de siglos de sentidos. Es el silencio no solo de ese momento sino de toda una vida. Es esa reserva que a veces se nos reprocha a los hombres como falta de comunicación o mera comodidad. Ese "comérselo uno mismo" por un egoísta sentido de la resolución de un problema. Ese ancestral y enquistado "es cosa mía" con que nos enfrentamos a veces a las situaciones sin compartirlas como si en los genes lleváramos la obligación de resolverlas calladamente.
El viejo soldado visita 50 años después de los hechos la tumba del hombre que sacrificó su vida para darle la oportunidad de vivir la suya plenamente y allí rendirle tributo por ello... Y ese episodio lleno de épica y heroísmo, que llenaría cientos de historias contadas de padres a hijos durante generaciones familiares, ha estado sin embargo oculto para todos. Escondido. Fértil solo en el campo de los recuerdos del viejo todos estos años. "Todos estos momentos se irán como lágrimas en la lluvia". Reservado a su intimidad más pura.
Esa inmensa deuda llena de poesía ha permanecido callada, noble, honrada cada día sólo en su memoria. Interior. Sin que nadie más la conociera. Como un deber consigo mismo, un pacto secreto allá, en el alma, donde no existen secretos...
..Y sólo sale fuera por fin tras toda una vida, casi explota silenciosa por primera vez, en forma de pregunta, de necesidad de confirmación:
"- Dime que he sido una buena persona."