lunes, 4 de noviembre de 2019

CALLAR LO QUE SABES

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?



"Existen dos clases de mentiras: la de hecho, que se refiere a una acción pasada, y la de derecho, que es la que tiene relación con lo futuro. Cuando uno niega lo que ha realizado o afirma haber hecho lo que no hizo, y de un modo general habla a sabiendas contra la verdad de las cosas, la mentira pertenece a la primera clase. La segunda está en la promesa que no se tiene intención de cumplir, y en manifestar una intención contraria a la que se tiene. En algunos casos ambas mentiras pueden concretarse en una sola" 

Emilio
(Rousseau)

No es fácil saber cuándo es mejor callarse lo que se sabe. 

Nunca se sabe cuándo seguir adelante sin dar a un tema importancia para que no alcance una importancia que no debe tener, esperando que sus efectos se diluyan, a menudo engañándose en la esperanza de que no sean tan graves como se sospecha, y evitar así males mayores... o hacerlo público descubriendo que se conoce esa verdad.

Quien sabe algo se mueve, a la hora de decidir si contarlo o no, entre la verdad y el interés personal. A veces por el contrario en quien oculta lo que sabe la dicotomía está entre el respeto al otro (y a su inteligencia), y el cinismo de seguir como si nada, sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos o el daño que provoquen.

A veces es saber la verdad lo que hace daño. A veces saberla y no poder contarla. A veces conocerla tarde. Casi nunca no saberla. A veces el daño viene de callarla.


Es el eterno dilema ético del periodismo. El antiguo debate sobre informar o no en algunos casos: Amar la verdad por encima de todo o someterla según las consecuencias que acarree, respetar la inteligencia del ciudadano/lector/televidente/oyente y darle la información para que decida,.. o la lucha interna del buen profesional que sabe que aunque a veces tenga la información no debe darla.

Nunca se sabe si es mejor dar la noticia por novedosa, llamativa y suculenta o archivarla para no dar luz a lo que no lo merece. El periodista sabe que a menudo se produce el círculo vicioso. Ciertas noticias no lo son hasta que él las convierte en ello. Dar relevancia a algo menor lo hace mayor cuando no lo merecía y a veces otorgar esa importancia a algunas cosas no es justo ni correcto.















El periodista sabe que una opción política minoritaria puede aumentar con su presencia en medios por lo que en el fondo está en su mano el crecimiento de esa ideología en términos de representación. O que un tema que ya no interesaba a nadie puede volver a estar de actualidad con el ligero empujón del amarillismo y así distraer de otro tema más importante.

El periodista conoce su poder. Sabe que se produce el efecto de autojustificación entre quienes se creían pocos cuando se ven respaldados por la noticia en la que se ven reflejados y se saben así más de los que pensaban. Las minorías se crecen si tienen el altavoz de la prensa. 
También sabe que a veces facilita, cuando no produce, el efecto de repetición de lo leído. El lector cede a los límites que hasta ese momento se autoimponía cuando se ve reflejado en la noticia y descubre que no está sólo en esas pulsiones o tendencias. 
Conoce el efecto que tiene la magnificación de esos actos a través del reconocimiento que supone la noticia e incluso el efecto de imitación que a veces se produce.

Sabe que el maltratador, que se creía bicho raro o se tenía por poco (o incluso se sentía culpable en algún rincón de su conciencia), normaliza su actitud y sus actos (se autojustifica) cuando ve su reflejo en otros en las noticias. Conoce que el pederasta se siente arropado al saber que hay otros como él. Que el asesino imita las descripciones que recogió en su reportaje. Que el psicópata busca salir en las noticias en lo que cree prueba de la admiración que se le tiene. Que el político sobre actúa en el mitin cuando nota la luz roja parpadeando en la cámara al encenderse para la conexión en directo. 

Y debe estar entre sus principios éticos tomar la decisión adecuada entre informar o no hacerlo en cada caso.

De eso va la defensa o el ataque a Snowden, a Wikileaks, a quienes estos días acusan a Trump en el Impeachment. De eso iban las dudas del caso "Spotlight". Y así nos debe suceder a todos en nuestra relación con la publicidad de la verdad cuando la conocemos.

¿Ha de confesar el niño su falta al padre o callar y esperar que pase el tiempo para probar suerte a ver si no se entera? ¿Ha de decirle el padre al hijo que lo sabe o esperar a que confiese? ¿Contarle a su pariente lo que le ha dicho el médico a su familiar acerca de la gravedad de su enfermedad? ¿Confesar su pecado secreto el pecador? ¿Dejar que todo pase en la esperanza de que el tiempo lo cubra de olvido? ¿Destapar su descubrimiento casual el conocedor del mismo? ¿La prueba de otro caso el investigador que se topa con ella? ¿Obliga la amistad a dañar al amigo desvelándole el secreto que le hará infeliz o a reservárselo para sí precisamente por ello? ¿Ocultar el científico su descubrimiento en la seguridad de que será usado para destruir?

¿Ha de revelar la descendiente de Jesús el gran secreto? 


¿Ha de contar NEO a todos que viven en MÁTRIX o dejar que vivan en su ignorancia?


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