EN TORNO A LA IDEA DE OCLOCRACIA DE POLIBIO
Oclocracia: del griego ὀχλοκρατία ochlokratía, latín ochlocratia: poder de la turba, tiranía de la mayoría ; término acuñado por Polibio, historiador griego, en su obra Historias. Mientras que, etimológicamente, la democracia es el gobierno del pueblo que con la voluntad general legitima al poder estatal, la oclocracia es el gobierno de la muchedumbre, es decir,"la muchedumbre, masa o gentío" es un agente de producción biopolítica que a la hora de abordar asuntos políticos presenta una voluntad viciada, evicciosa, confusa, injuiciosa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y por ende no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como «pueblo»
Oclocracia: degeneración de la democracia consistente en la desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una "voluntad de todos" o "voluntad de la mayoría", pero no de una voluntad general.
Oclocracia: autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo.
James Mackintosh (1765-1832)
Flósofo escocés
Ha vuelto a encenderse el piloto rojo de la máquina detectora de cosas que no funcionan en la sociedad española. Hasta ahora no se ha equivocado nunca. En su pantalla puede leerse una nueva clave para la reflexión: "los españoles equiparais una mera impresión con una opinión formada" y es cierto. De un tiempo a esta parte hemos borrado la línea que antes estaba tan clara y diciendo huir de supuestos elitismos antidemocráticos hemos concedido el mismo nivel de influencia a lo que dice alguien sin pensarlo mucho en la barra de un bar que a las conclusiones que saca un experto sobre un tema tras años de estudio.
Para que nadie pudiera decir que no éramos los suficiente demócratas tras cuarenta años de dictadura nos pasamos al otro extremo y asumimos sin pestañear que merecíamos que nuestras opiniones pesaran tanto como las de cualquiera, que por muy desinformados que estuviéramos teníamos derecho no solo a expresarlas (por supuesto) sino a igualarlas a las de los sabios, que las conclusiones elaboradas y respaldadas de un catedrático que ha dedicado su vida al estudio de una cuestión equivalen en importancia a la opinión que se ha formado alguien para quien el tema surge por primera vez en la conversación (y en su cabeza) hace un minuto. Un hombre, un voto, nos repetimos para justificar nuestro error. Y valoramos a opinadores que improvisan ante el tema que se les propone en ese momento, en lugar de buscar a los mejores en cada aspecto para que nos guíen con sus posturas reflexionadas. Y dejamos que los políticos confundan "asesor" con "amigo" o, lo que es peor, con "pelota".
Para recuperar nuestro derecho a opinar tras años de elitismo de señoritos que impedían al pueblo hacerlo y se arrogaban la esfera de esa posibilidad, decidimos subirnos al columpio del péndulo españolazo de los extremos y viajar al punto contrario del arco. Y ahora elevamos nuestra charla banal con el taxista de camino al aeropuerto equiparándola con los postulados de una tesis doctoral defendida tras años de trabajo.Y le quitamos importancia a su evidente superioridad en su materia con base en rencores de clase. Nos decimos que si hubiéramos tenido sus oportunidades económicas y sociales estaríamos ahí así que por justicia social nos tomamos la revancha haciendo de menos sus puntos de vista elevando los nuestros a su nivel de importancia e influencia.
Hemos confundido el sentido de un par de principios básicos de la democracia: el del derecho al sufragio activo para elegir a nuestros representantes con el de la igualdad de importancia de las opiniones a la hora de adoptar las más importantes decisiones (y, sí, lo siento por quien no se haya dado cuenta todavía, pero hay voces más autorizadas que otras, gente más preparada que nosotros, con más información y visión global), el de la igualdad de derechos con el de la igualdad sin más, el de la libertad de expresión con el de la equiparación absoluta entre las opiniones y entre quienes opinan, el de la igualdad de voto entre los ciudadanos (que curiosamente no está nada claro con nuestro sistema electoral) con la absurda idea de que los puntos de vista de todos han de ser tenidos en cuenta por igual sin distinción alguna porque todos somos igual de ciudadanos (eso sí que es verdad pero no conlleva lo otro). ¡Hay que recuperar nuestro derecho a opinar! Nos dijimos.Y lo confundimos con otra cosa cuando lo recuperamos.
Nos hemos rendido al monstruo de las audiencias y a la sacralización de las mayorías (a menudo bastante cortas y en muchos casos poco preparadas para decidir sobre temas complejos) que no siempre tienen que ser las que decidan, y si millones de moscas comen mierda estaremos equivocados los demás, y se argumentan barbaridades con el respaldo de los números sin dar importancia a la esencia misma de la barbaridad propuesta. Importan más las personas por metro cuadrado en las manifestaciones que lo que digan sus pancartas, por mucho que vaya contra el sentido común o la visión de los expertos. Si tanta gente lo apoya habrá que estudiarlo, nos decimos. O bajará nuestra popularidad. Y reunimos firmas en change.org haciendo equivaler unas a otras. Y hay firmas y firmas. Sé que es un lugar común, pero los nazis llegaron al parlamento con el apoyo de muchos votantes, por no escuchar las voces autorizadas que avisaban. Los políticos se hacen sus cálculos tácticos y buscan el voto del señor Cayo en la España vacía porque mi voto tiene menos posibilidades de influir que el de un soriano o un gerundense. Solo somos Share en sus escalas de popularidad y encuestas del CIS. Y el sentido de "Sentido Común" ha dejado de ser el de "lo que dicta la lógica" por el de "lo que diga la gente", como si las audiencias ingentes de programas basura no fuera suficiente prueba de que la peña puede estar equivocada.
Lo curioso es que si vamos a un mecánico dejamos en sus manos el arreglo de nuestro vehículo pues le tenemos por más preparado en una cuestión en la que somos legos. Y sin embargo todos somos seleccionadores nacionales, profesores correctores de los verdaderos profesores de nuestros hijos, jurados sin conocer las pruebas, consultores de internet por encima de lo que diga el médico, árbitros, jueces.. y expertos en política internacional, emigración, empleo, medioambiente, sanidad, educación.. (Mientras que curiosamente escuchamos como si de gurús se tratara a tertulianos que opinan con voz grave y tono dogmático sobre temas de los que una hora antes no sabían que iban a estar en el guión de la conversación).
Y es una cuestión que afecta a todo el arco intelectual, social, cultural, artístico y político. Que no es cosa de progres y carcas. No está la razón en un sitio y el error en el contrario. En cada corriente del espectro habitan opinadores irreflexivos sin base y serios pensadores de planteamientos estructurados.
Que no se está poniendo en duda la igualdad del voto sino la igualdad de capacidad para la toma de ciertas decisiones (en base a la información manejada, las distintas capacidades, la mayor o menor implicación con el tema, los conocimientos y experiencia, etc.). O más bien se está tratando de destacar la diferencia entre niveles de preparación, reivindicando esa diferencia no como algo bueno o malo sino simplemente como algo evidente. Por poner un ejemplo ilustrativo; no se quiere decir que el voto de un joven valga menos que el de una persona mayor, lo que es indiscutible es que tiene menos experiencia que aquella y por tanto en algunas cosas conviene escucharla.
Que todo el mundo puede opinar sobre cualquier cosa, faltaría más. Yo lo hago. Me gusta hacerlo. La cuestión es confundir libertad de expresión con igualdad de lo expresado sin tener en cuenta quien lo expresa, su bagaje, formación, experiencia, conocimientos.. Haciendo equivaler la opinión del profano con la del especialista y confundiendo su libertad para decir lo que quiera con la obligación de escucharle y hacerle caso en pie de igualdad como si de un derecho se tratara por el hecho de ser ciudadano. Como si se lo hubiera ganado como el otro. A nadie se le ocurriría (espero) someter a votación las acciones de inteligencia antiterrorista. Pues igual con las políticas medioambientales o cualquier otra. Que lo malo no es opinar sino que quien decida tenga más en cuenta la opinión de los desinformados que la otra porque le reportan votos. Y es lo que está pasando.
No. Aunque suene mal al pensamiento políticamente correcto, no todas las opiniones son iguales ni todas son merecedoras del mismo respeto. Las hay más cualificadas que otras, más reflexionadas, con más base, más racionales.. y las hay menos y más improvisadas y viscerales. Y las primeras deben ser oídas si no antes desde luego más que las segundas y ser más tenidas en cuenta.
No creo en los juicios con jurado, para eso se forma gente especializada. No creo en la democracia asamblearia, creo en la democracia representativa (Ahí reside y es donde debe residir el poder de las mayorías). Creo en buscar a los mejores para que nos gobiernen y tomen las decisiones más importantes desde la información completa y la reflexión, desde la asesoría fría de los expertos y los técnicos. Que se atrevan a tomar decisiones contra las mayorías si son necesarias, y quemarse en términos electorales y no regirse por criterios solo de popularidad, pues a veces son las que convienen al interés general. Y ello no es tener por menores de edad a los electores y ciudadanos, es no caer en la trampa de pensar que todos somos expertos en todo.
A la hora de tomar grandes decisiones políticas hay que ser selectivo con las opiniones que escuchan y tienen en cuenta quienes las toman. No todas son iguales. Y si debe haber un criterio para diferenciarlas y escuchar a unas sobre otras debe ser el interés general y no la popularidad o los criterios electorales. No confundamos soberanía popular con asamblearismo ni con dejación de funciones delegadas en "el pueblo" (y menos aún con ese viciado sentido del despotismo ilustrado que tiene decidida la decisión y necesita vestirla de respaldo posteriormente para diluir la responsabilidad).
Ese tipo de pensamiento es el que nos hace vivir en esta continua conjura de necios, en la que lo que diga Ignatius J. Reilly tiene el mismo valor que lo sostenido por un experto. Y en la que, es más, pesan más en conjunto, las posturas de estos conjurados en las grandes decisiones. En esta realidad surreal en la que a nuestro lado en la fila del colegio electoral hay un terraplanista cuyo voto vale igual (o más si vota en un colegio electoral de una pequeña provincia, o vota a un partido de implantación solo regional en Euskadi, Galicia o Cataluña). En la que se reúnen cientos de científicos avalados por miles de horas de estudio y publicaciones para avisar de las consecuencias de un cambio climático innegable,.. y un idiota (por mucho que gobierne el mundo) simplemente mira por la ventana y sostiene que a él no le parece para tanto. Y punto.
Lo malo es que todos estamos de acuerdo con esto porque todos pensamos estar en el lado correcto del río y ser de esos a los que hay que escuchar (de eso va la entrada de hoy). Y que no hay forma aún eficaz de encontrar a esos mejores que nos gobiernen (y a las pruebas me remito).Y no, no va de que quien opine distinto a mí está equivocado, sino de perderle el miedo a un cierto elitismo de las opiniones que no debe asustarnos. Donde hay que poner el acento es en la elección del criterio para esa selección de esa élite por lo peligroso de volver a que nos gobiernen los interesados, los pudientes, los más fuertes, etc. en lugar de los mejores (los más válidos, los más honrados, los más orientados al bien común). Todos sabemos que los estudios superiores no son vacuna contra la gilipollez ni el egoísmo contrario al interés general, que la riqueza no da la honradez igual que la falta de herencia no es garantía de deshonestidad. Puede que una de las claves esté en recuperar el verdadero sentido de la asesoría, de rodearse de hombres y mujeres buenos, competentes y preparados orientados al verdadero servicio público vocacional, pero esto es más fácil de decir que de hacer.
Así que no, no hay un derecho a que me hagan caso por el hecho de que tenga libertad para opinar o sea fácil hacerlo con las redes sociales. Que no existe un derecho a ser tenida en cuenta mi opinión al mismo nivel que las otras consustancial a ser ciudadano. Aunque nos quieran hacer creer lo contrario con engañosos empoderamientos que solo valen para que se generalice ese error apellidándose de democrático por su respaldo mayoritario. Eso es el populismo. Que las consultas asamblearias con que nos mienten son sólo el respaldo falaz a decisiones que ya tienen tomadas, que con la equivalencia de niveles entre opiniones y quienes las dan tenemos a Juana condenada en lugar de en cada una de las casas que se la ofrecieron en masa acrítica, a la CUP y a Rufián, a Antonio David como referente, a Boris Johnson, a Gran Hermano barriendo las audiencias, a Trump, a Vox, a Siriza, al frente nacional de LePen, a la turba quemando contenedores en las calles de Barcelona, a gente haciendo scratches con niños (en ambos lados) creyéndose legitimados para hacerlo por la supuesta verdad de sus postulados (eso es el fanatismo), a manifestantes furibundos/as enmendando la plana a altos tribunales al no estar de acuerdo con la calificación del delito porque ellos/as saben más que nadie o porque en su opinión el derecho está equivocado y hay que aplicar antes sus posturas que el ordenamiento (Casos Manada, Proces..), a Belén Esteban, Kiko Matamoros o la Patiño (o quien esté ahora en el Candelabro), al Brexit, a Podemos... (Que no digo que todo votante de VOX o Podemos, o a favor del Brexit o de Trump, o nacionalista catalán o activista feminista sea un desinformado, les conozco muy inteligentes y preparados y los respeto, sí digo sin embargo que pienso que en sus filas hay más desinformados y opinadores viscerales que en otras y de esos se alimentan. Eso también es el populismo)
Que a todos nos gusta (Y de eso se valen quienes nos manejan) que se nos diga que nuestra opinión es tenida en cuenta al mismo nivel que la del sabio, el experto, el más preparado.. nos satisface internamente equilibrando un karma que todos pensamos desajustado en nuestro caso, pero sabemos que no es así, y que solo alargamos lo más posible este estado de fantasía en el que la droga, el soma, es esa supuesta libertad de expresión/derecho a que mi opinión pese lo mismo que cualquier otra y a influir por igual.
No sigamos confundiendo el sagrado derecho a poder expresar nuestras opiniones con libertad con el hecho indiscutible (o debería serlo) de que hay que contar con unas opiniones más que con otras en las diferentes cuestiones y que no todas merecen la misma atención ni tienen que tener el mismo peso. Oigamos a todos pero a la hora de tomar las decisiones realmente importantes dame mil veces una persona formada que opine distinto a mí y lo argumente con inteligencia y la mente abierta a la discusión que mil "de los míos" que opinen acríticamente, pues lo primero lleva a la moderación y al imperio del derecho y la razón, y lo segundo al extremismo fanático y visceral, a la primacía de lo irracional y contraria al interés general (con el engañoso respaldo de salir del corazón, del "sentido común" o el número de apoyos), al absurdo, la injusticia y el alejamiento de la verdad.
Y que hasta que encontremos uno mejor solo podemos mejorar el sistema que tenemos.
Y ya.
Nota: Es posible que dentro de unas décadas no nos parezca tan extraño usar para la ponderación de la validez de los votos en unas elecciones criterios correctores o algoritmos que tengan en cuenta aspectos que ahora nos parecen de ciencia ficción de modo que den más valor a los votos de unas personas que a los de otras (edad?, formación?, inclinación genética u orientación acreditada al bien común?, honradez? antecedentes?..) de modo que relativicemos la igualdad de todos los votos y no nos parezca mal. Suena un poco a Black Mirror pero en realidad ya nos lo está haciendo la ley D´Ont con criterios territoriales y de población y no decimos nada.
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