miércoles, 7 de agosto de 2019

EL SILENCIO DEL VIEJO SOLDADO


También el silencio de Ryan está cargado de siglos de sentidos. Es el silencio no solo de ese momento sino de toda una vida. Es esa reserva que a veces se nos reprocha a los hombres como falta de comunicación o mera comodidad. Ese "comérselo uno mismo" por un egoísta sentido de la resolución de un problema. Ese ancestral y enquistado "es cosa mía" con que nos enfrentamos a veces a las situaciones sin compartirlas como si en los genes lleváramos la obligación de resolverlas calladamente.
El viejo soldado visita 50 años después de los hechos la tumba del hombre que sacrificó su vida para darle la oportunidad de vivir la suya plenamente y allí rendirle tributo por ello... Y ese episodio lleno de épica y heroísmo, que llenaría cientos de historias contadas de padres a hijos durante generaciones familiares, ha estado sin embargo oculto para todos. Escondido. Fértil solo en el campo de los recuerdos del viejo todos estos años. "Todos estos momentos se irán como lágrimas en la lluvia". Reservado a su intimidad más pura.
Esa inmensa deuda llena de poesía ha permanecido callada, noble, honrada cada día sólo en su memoria. Interior. Sin que nadie más la conociera. Como un deber consigo mismo, un pacto secreto allá, en el alma, donde no existen secretos...
..Y sólo sale fuera por fin tras toda una vida, casi explota silenciosa por primera vez, en forma de pregunta, de necesidad de confirmación:
"- Dime que he sido una buena persona."

LA MIRADA DE LA MUJER DE RYAN

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La próxima vez que veas "Salvar al soldado Ryan" fíjate bien, cuando llegue la escena final, en el gesto de la anciana que acompaña al protagonista. Es un inmenso ejercicio actoral. De una sutileza que le hace pasar casi desapercibido. Por eso precisamente lo es. 
Es asombroso cómo se puede decir tanto con tan poco. Esa mirada levemente extrañada dirigida a su esposo, y cómo la cámara se posa, sustituyendo a sus ojos por un momento mientras las lee, en las letras del nombre y el empleo talladas en el mármol blanco de la tumba a la que él mira. Lo dicen todo sin apenas decir nada. 
La actriz sabe imprimir en esa mirada dos sentimientos completamente contrapuestos con una diferencia de unas décimas de segundo. Es la mirada que pasa de la incomprensión a la comprensión. Es la mirada de esa sabiduría sólo femenina, callada y eterna. La que lo entiende todo sin tener que saber nada. La de los silencios sin preguntas sobrantes. La del respeto al mutismo del viejo soldado para el que sabe que aquello es importante aunque nunca le haya hablado de ello en toda su vida en común. La de saber que sus motivos tendría para hacerlo. La del respeto a esa esfera privada. La de comprender al hombre sin llegar nunca a entenderlo. A su falta de comunicación a veces. Y a la forma de relacionarse que durante milenios han tenido ellos con ellas. Compartiendo sus vidas pero no sus más íntimos secretos.
Esa mirada es el amor.