Se hace urgente, ya no sólo necesario, recuperar la figura del esclavo aquel que seguía al general victorioso en su carro sujetándole la corona de laurel, cuando a su entrada en Roma en triunfo le susurraba al oído aquello de "memento mori" mientras la masa le jaleaba. Y es que pisar moqueta hace que a los políticos se les olviden las mínimas pautas de humildad en su navegación en las aguas inmortales de la fama y el poder. O eso o que no tienen vergüenza, una de dos.
Siempre pensé que los romanos eran muy listos. No había más que ver todo lo que los propios líderes del frente de liberación de Judea se veían obligados a reconocer que les habían aportado a pesar de ser unos opresores malvados e incircuncisos.
En cierto modo a todos nos hace falta, al deportista joven o a la actriz prometedora para gestionar el éxito o la riqueza sobrevenida, alguien que nos recuerde en tiempo de bonanza que no siempre vendrán bien dadas, que una cosa es disfrutar el momento y las mieles del éxito y otra es no ser consciente de que no siempre ha sido así ni tiene por qué serlo, que la vida no es lineal en casi ningún aspecto. Y que el triunfo, como el desastre, son igual de impostores como dijo Kipling. Alguien que nos susurre al oído con cariño la verdad cruel para que la tengamos presentes aun mientras estamos flotando en el aire borrachos de éxito, o precisamente más en esos momentos por esta razón. Un ser querido, o al menos al que respetemos, que nos sujete el laurel con su admiración mientras nos sujeta también los pies a la tierra con sus críticas o sus consejos realistas.
Porque es que veo que hay gente muy subidita que se merece una colleja dada siempre desde el espíritu de corrección fraterna, y desvergonzados varios a quienes conviene recordarles, Padrino´s stile, que arrieros somos y que no siempre les va a ir tan bien, y que el arroyo está ahí siempre como posibilidad de retorno. Idiotas crecidos que están pidiendo una cura de humildad por la vía rápida como nada.
Y ya.
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