"De la rosa perfecta queda el nombre. Tenemos su nombre desnudo."; Con estas palabras acaba el magistral relato, lleno de niveles de lecturas y enseñanzas filosóficas, del maestro de semiótica y simbolismo boloñés.
Igual que pasa con las personas y las vivencias, que cuando se van solo dejan el recuerdo, las lágrimas en la lluvia, cuando la rosa se ha marchitado y ya no existe lo que nos queda únicamente es la palabra por la que identificamos la idea de lo que es una rosa. El término que hemos creado para definirla y referirnos a ella.. Su nombre.
De esta hermosa forma, como ha hecho a lo largo de toda su novela, que es todo ella una enorme metáfora sobre el amor a la palabra y al conocimiento y su divulgación y estudio, a la filosofía de las ideas y el lenguaje, nos transmite su mensaje central: la importancia del lenguaje, el carácter sagrado de las palabras. La novela más famosa de Umberto Eco es un gran canto de amor a los libros, al lenguaje y a las palabras, un poema gigante al mimo en el uso de los vocablos, los términos y los sonidos con significado. Y también es un tratado filosófico platónico sobre los conceptos y las ideas que hay dentro de esas palabras que solo son en el fondo el vehículo para su sentido.
Al decir o escribir la palabra "ROSA" no necesitamos ver, oler o tocar una para evocarnos la flor. El uso de esas letras o sonidos en esa combinación concreta tiene el poder de "crear" en nuestro entendimiento un concepto común compartido. Al hacer ese "conjuro", al usar esa fórmula artificial, "invocamos" a la rosa, que se aparece así en nuestro entendimiento. Llegamos al contenido por el continente. Y lo hace simultáneamente en todos los que lo oímos. Se produce así la magia.
Las palabras son el ropaje de los recuerdos, la forma con lo que vestimos los conceptos y las ideas para reconocerlos. Platón sostenía que estos tenían vida propia (y de hecho que el suyo era el mundo verdadero) y que las palabras con las que las identificábamos eran la pobre traducción a términos comprensibles para su uso y manejo diario por los hombres.
Mark Twain en su "Diario de Adán y Eva" nos cuenta como el primer varón no podía entender la necesidad de su mujer de poner nombre a todas las cosas nuevas que veía hasta que entendió la utilidad de referirse a cada una de ellas cuando estas no estaban presentes y no podía simplemente señalarlas. Es una de las maneras más hermosos de explicar Io que es un concepto o una idea.
Para Umberto Eco el lenguaje es el canal que nos permite usar las ideas, transmitir los conocimientos, almacenar los conceptos, la palabra, el término que define cada elemento, el nombre de la rosa, el único acercamiento posible que tenemos los hombres al mundo de las ideas y los libros son los barcos en los que estas viajan.
Con el lenguaje podemos pensar (ordenar nuestros pensamientos en categorías), la palabra nos permite filosofar sobre cada concepto sea el mal o la risa. Inventamos términos para referirnos a cada cosa, usar el lenguaje, hablar, escribir... nos pertenece solo a los humanos. Es un rasgo que nos hace tales. Es nuestra esencia dar nombre a la rosa. Es el don que nos ha sido regalado dar nombre a la risa.
Por todo ello es para Umberto Eco materia sacra el lenguaje. Y sus sacerdotes quienes se encargan de cuidar la palabra y cultivarla: Bibliotecas, libros, lingüistas, estudiosos, buquinistas y libreros de viejo, lectores y escritores, maestros, monjes medievales, investigadores y bibliófilos.. Porque al hacerlo cuidan los conceptos que están vestidos de aquellas y con ello la idea misma de la humanidad.
Nosotros somos cuidadores del verbo como cofre en que se guarda el tesoro de la idea, adoradores de la verdad que buscamos expresar en lenguaje comprensible. Lectores, conversadores, investigadores, usuarios de la lengua. Somos constructores de mundos con las herramientas del lenguaje... Como el Lucas Corso del relato de Pérez-Reverte somos cazadores de libros, buscadores de palabras perdidas. O de la palabra perdida. Perseguimos definir lo inefable. Encontrar el nombre de la rosa.
Y ya.