martes, 13 de septiembre de 2016

ROMA (II)


El Vaticano por el contrario es un p☆☆☆ parque temático, un bosque de antenas con pañuelos atados en el extremo a modo de estrella de Belén a las que siguen aborregados los turistas. Magnífica metáfora del fenómeno religioso. Un negocio millonario. Colas con las que comprendes el concepto de eternidad en toda su dimensión. Y todo para disfrutar un minuto de la genialidad de Miguel Ángel o Rafael mientras te empuja la fila y te vocea el personal del museo pidiendo silencio con malas formas.
Si el Trastévere es un monumento a la autenticidad esto lo es a la falsedad. Estoy en la Disneylandia del catolicismo. A las mujeres se les pide absurdamente que se cubran los hombros. A todos que no hagamos fotos para podérnoslas vender ellos. Coca Cola a 8 euros en la cafetería. Caja para subir a la cúpula a pie..en ascensor..caja para el museo..caja..caja. Y a mi alrededor lujo milenario excesivo y obsceno. Estoy rodeado de cuerpos desnudos cubiertos por mentes reprimidas. 

Menos mal que a cambio ponen a mi disposición algunas de las mejores obras de arte de la historia de la humanidad.

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