jueves, 20 de julio de 2017

PELAYO, PELAYO..

De los prohombres que pasan a la historia sabemos solo lo que cuentan los libros de texto. Por suerte investigadores hay que nos acercan el detalle de la intrahistoria de su cotidianidad haciéndolos así más humanos. Cuenta la leyenda que antes de convertirse en personificación de la expulsión de la morisma Pelayo ya tenía fama ganada, pero no de guerrero audaz, sino de ser un poco pesadito. Prueba de ello es que según Menedez Pidal, su madre, harta de su cháchara incesante, le largase en su mocedad a ponerse al servicio de un señor feudal al que hizo de escudero, y que este don Nuño, agotado por lo cansino de la personalidad de pelayito, que no paraba de hablar ni bajo el agua, lo expulsara de su lado enviándole a las montañas con sus huestes en la esperanza de que algún bandido le aplastase la cabeza de una pedrada. Y es que Pelayo ya se creía el rey antes de serlo, y era incapaz de estarse quietecito. Ganó fama entre la soldadesca antes que de valiente de cansador de vacas con su impostada simpatía. Un día, y esto no lo recogen los anales, Pelayo se ganó una hostia bien dada. Por pesado. De aquello no tuvo culpa la inclinación del primer monarca hispano al cotorreo, sino, dicen las malas lenguas, de que se metiera en aguas ajenas a nadar y apareciera por allí con la mosca tras la oreja, desconocedor de la alta alcurnia del hostiado, el pastor que allí abrevaba su rebaño, quien, molesto por la suciedad de las aguas tras las abluciones, ni corto ni perezoso hincóle una colleja al necio al grito de ¡No te vengas a meter ande no te han llamado para nada! Cuentase también que la batalla de Covadonga, y aquí sabrán perdonarme los amigos astures, no fue tal sino pequeña refriega en la que a punto estuvo de ser abandonado Pelayo a su suerte dado el aborrecimiento que generaba entre quien lo trataba. Por pesado, agotador y cansino relatador de dislates y aburridas anécdotas de modo constante. A la nobleza de sus mesnadas debe que no fuera así. Hicieronle en una ocasión chanza al ir a velar sus armas la noche antes de ser armado caballero de un espaldarazo que más de uno bien le hubiera dado en el cogote. Nervioso como estaba a la espera de que para él eligieran sus superiores un lema con que adornar la cenefa de su escudo algún gracioso escribió sobre la misma en grandes letras mayúsculas el motto que sigue: "¡QUE PESADO ERES PELAYO, HIJO!
Yacen hoy sus restos bajo una piedra. Sostienen algunos que a veces, si apoyas en su fría piel la testa, se puede oír al finado aún hablando, tal es su fama. Otras voces, no libres sin embargo de mala leche, señalan que en lugar de losa plana como era costumbre se puso piedra de gran tamaño para evitar que saliera el occiso al que en vida se nombraba, cuando no estaba presente, como Pelayo I “El brasa”, que por probar suerte a ver si mojaba se llevó una hostia pá casa.
Y ya ( O no).

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