miércoles, 6 de mayo de 2020

SEMBLANZA DE PERSONAJE PARA UN RELATO EN BLANCO Y NEGRO

El simbolismo de 'El matrimonio Arnolfini' de Van Eyck va mucho ...

Estaba construida, como lo estamos todos, de grandes contradicciones. Una de las suyas era en apariencia la necesidad de reconocimiento, pero ella sin embargo no la tenía por tal sino antes veía en quien presumía de carecer de ese rasgo o lo consideraba una debilidad, una cierta forma de psicopatía..

Tras aquellos ojos cansados había muchas horas de vuelo y sin embargo también vivía en ellos la capacidad de sorprenderse y quedaba un rescoldo de la curiosidad que en otros tiempos fue la gasolina que los dio vida. La madurez había conquistado su cuerpo y estaba en esa edad en que miras atrás recordando.
Dios le había dotado con una reconocida dosis de sentido común. Era, de lejos, una de las personas con la visión más clara sobre la realidad que yo hubiera conocido nunca. A pesar de ello no era dogmática. Daba gusto oírle explicar algo. Lo que para los demás era difícil de entender, y más de explicar a otros, para ella era sencillo. Tenía un don para aclarar lo nebuloso. Te hacía ver claro con facilidad algo que hasta el minuto anterior era arcano y oscuro. Era sumamente didáctica y hacía fácil de comprender lo complejo. Creo que su truco residía en que ella era capaz de ver sólo la esencia de cada cosa despojada de lo accesorio, de la etiqueta presunta y del prejuicio que a los demás nos cuesta tanto. 
Era tranquila hasta poner nerviosos por ello a cuantos la rodeaban. Era moderada en sus opiniones y en la manera de exponerlas. Hasta el punto de que su serenidad pasaba por actitud pusilánime. Había quien no entendía cómo podía no enfadarse ante lo que a ellos enfadaba. Elevó a arte el chiste del que no discute nunca y acaba diciendo "Vale.. pues no será eso". Flexible ante el viento sin renunciar a estar firmemente plantada.
También sus esfuerzos por atenerse a sus principios personales de empatía, verdad, justicia y honradez la hacían quedar a menudo como excesivamente tibia en sus opiniones al no desmarcarse con las radicalidades que solemos los humanos a veces. No había forma de clasificarla como de los tuyos o de los otros y eso generaba incomodidades. Era justa y ecuánime. Y a menudo queremos vernos en el espejo de los otros y no sentirnos mal, por lo que esa forma de ser no ayudaba y era tenida por incoherente a veces y de distante y arrogante en otras ocasiones.
Aunque carecía de la más mínima ambición tenía un fuerte sentido del deber y la obligación, y un código moral estricto que se auto exigía. Aquello había conformado una ética del trabajo rayana en la obsesión por la profesionalidad y la excelencia, de las que no admitía la más mínima duda so pena de verte retado en duelo. Odiaba por encima de todas las cosas la incompetencia.
Se recreaba en la belleza que admiraba. Paladeaba la hermosura extraída hasta de la tristeza y era consciente del instante y de la fortuna que en ella se había dado cita. Tenía una pena atea por no tener a quién agradecérselo. Carecía de egoísmo e interés personal. Los abominaba. Era como el daltónico enfadado. Como si le hubieran extirpado ese gen y lo odiara en los demás al no entender lo que se siente. Por encima de ellos estaba su sentido de lo correcto, lo verdadero, lo honesto.. aunque ello le supusiera perjudicarse o dañar a los suyos (lo que a veces había pasado). No podía evitarlo. Se veía atraído por la justicia como la polilla a la luz. No sabía callar sus opiniones cuando se veía ante la arbitrariedad o la falsedad. Era sin embargo práctica en extremo y orientada a los resultados. Arrumbaba a un lado lo que no le ayudara a conseguir sus metas teniéndolo por prescindible y accesorio. No estaba dispuesta a llevar en su mochila nada que no fuera importante a sus ojos. Atravesaba, no obstante, por un momento de desilusión personal que le impedía tener nuevos objetivos ni plantearse proyectos. 
Era inteligente, que duda había de aquello, pero carecía de algunas habilidades emocionales que lindaban con suaves formas de sociopatía. Ella lo llamaba introversión y reducía a círculos minúsculos los de sus amistades. Estaba orgullosa de aquella selectividad aunque se sentía desgraciada por la carencia de afecto que había que pagar a cambio.

Se esforzaba en una forma compleja de humildad en el trato mientras que no renunciaba a un elitismo intelectual altivo, por lo que no podía evitar que resultara impostada. Se notaba demasiado. Como si tratara de disimular una superioridad asumida mezclándose entre los simples, pobres de nosotros, regalándonos su preclara visión el mundo con pequeñas sentencias dichas en voz queda. Y no podía evitar, aunque dijera que lo intentaba, esa vena de sutil correctora ética de quien se cree en el fondo mejor que los demás y anda a cinco centímetros sobre el suelo predicando moralejas desde el púlpito de su ejemplo de vida o sus opiniones. 
Disponía además de una asombrosa memoria que la permitía pasar por culta a base de citas y referencias ajenas. Aquello no ayudaba a caer simpática, pues era petulante y pedante hasta extremos insoportables para algunos. Decir lo contrario sería mentir. También era poco coherente a veces. Como lo somos todos. Pero no se le perdonan sus incongruencias a quien con sus andares pregona su ascendente ético sobre el vulgo. Como es lógico. LLevaba años intentando aprender a sobrellevar esas opiniones ajenas. Aún no lo había conseguido del todo.
Tenía una curiosa mezcla de seria e irónica. Sin maldad, pero sutil y fríamente planificadora. Quien la conocía sabía que su cerebro funcionaba a mil por hora y que no daba puntada sin hilo. Era manipuladora sin ser malvada. Se divertía con aquella habilidad. Para ella era como un juego, una especie de apuesta personal, hacer que otros hicieran lo que ella quisiera o se sintieran como ella decidiera que debían sentirse. No usaba ese poder para nada malo, pero lo usaba con frecuencia en dosis ni letales ni inofensivas.

Conocerla te dejaba el poso de haber estado con un viejo maestro, uno de esos sabios callados que hablan bajo y sus susurros son anotados como sentencias por sus discípulos sin que él los haga por eso.. ese al que sorprendes con una sonrisa en la comisura cuando cree que nadie lo ve al haber ganado una discusión con un comentario sutil pero humillante que todos perdonan porque creen que no era su intención.


-El selfie de los Arnolfini-

No hay comentarios:

Publicar un comentario