Es injusto. Se recordará este día porque murió Maradona y sin embargo la verdadera distorsión en la fuerza que hoy se ha producido ha sido la partida de José Luis Garayoa. El mundo es un poco peor sin él. Aunque también, y esa es la buena noticia, es mucho mejor gracias a su paso por aquí.
Por menos de lo que hizo José Luis Garayoa se han organizado desfiles y llenado el cielo de confetis lanzados desde los rascacielos para conmemorar cosas menores comparadas con su vida. Del paso de José Luis Garayoa por la tierra deberían hacerse canciones y estudiarse en los libros. Llenamos las horas de debates absurdos y polarizantes buscando nombres que poner a las calles de nuestras ciudades que no ofendan a nadie, y teníamos el suyo disponible. Debería ser recordado por las generaciones y puede que mañana ya no sea sino una ola en la arena.
Pero estoy seguro de que no será así. No porque nadie oficialmente ordene su memoria como obligatoria inventando un día dedicado a él, sino porque deja tanto amor en el mundo que es imposible que el tiempo lo borre de tantas y tantas personas en cuyo recuerdo queda su sonrisa. Con la medalla de Navarra o hacer el saque de honor en el Zorrilla no vale.
Lo conocí en los noventa. Era ya entonces el padre agustino que murió hoy. Se le veía como ligeramente falto de aire aquí. Fuera de su lugar. Deseando volver cuanto antes a primera línea con los suyos. Y sin embargo sonreía y era feliz como solo los santos pueden llegar a serlo. Su postura era la del misionero. Hacíamos bromas con eso. La pobreza era su medio, su alegría, su vocación y su esperanza. En una ocasión lo secuestraron en Sierra leona por hacer aquello a lo que se dedicaba y estuvo a punto de morir de una manera horrible. Vio jugar a la pelota a sus captores con la cabeza de otro de los rehenes. Así me lo contó él mismo. Y sin embargo los amaba mientras me lo relataba. Y era sincero. Y no lo hacía por obligación ni cumplimiento de ningún voto, ni por mera piedad condescendiente mal entendida, sino desde el corazón. Tuvo al verdadero Jesús como guía en cada momento. A ese Jesús que se encarna de cuando en cuando en hombres así demostrando a los escépticos su existencia. En sus debilidades humanas también, en sus aciertos divinos sobre todo. En su darse constante. Decir constante últimamente está sobrevalorado y suele hacerse de manera hiperbólica. No es su caso. Su darse sí era constante. Desde hace muchas décadas y cada minuto del día. Si respeto el hecho religioso, más allá del respeto que me merece la creencia íntima de cada ser humano, es por José Luis Garayoa. Él sí era la Iglesia en la que creo. La del amor. La de la humildad y el trabajo por quien no puede luchar por sí mismo. La de la coherencia valiente que queda fuera del alcance de los que somos cobardes para llevar a las últimas consecuencias el mensaje en el que creemos. Es por él también, en su memoria, que desprecio tanto a quienes manchan algo que mi amigo tan bien personificó,
Aprendí de él un sentido práctico, radical, activista y militante del término "cielo". Hablaba desde la modestia sencilla, el trabajo y la sonrisa eterna. Sonrisa que iba plantando a su paso, cultivando felicidad de otros y regándola para que creciera fuerte. José Luis era el amor.
Hoy ha fallecido la mejor persona que he conocido nunca. No es una forma de hablar ni una exageración hagiográfica. Es la única descripción que se me ocurre. José Luis era un hombre BUENO con mayúsculas. Y eso son palabras mayores. Garayoa jugaba en otra liga de la bondad y la calidad humana, en una a la que los demás no llegaremos ni soñándola.
Me llamaba su amigo y jamás habrá ningún timbre que ostente con mayor orgullo.
Ojalá esté con su Dios y todo sea como él creía.
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