sábado, 9 de enero de 2021

EL DON


Para ver el sol en los días nublados me hice piloto,
para elevarme sobre las nubes en su busca.
Y para verlo brillar sobre los pinos
construí un torre mas alta que el bosque
a la que subirme siempre.

El don es volar. No ver las ciudades debajo de tan alto que vuelas. Ver sólo campos de nubes. Contradecir tu esencia. Elevarte ingrávido. Estar donde nadie más está. Donde les es prohibido al resto. Perder el sentido de la verticalidad y vivir en las verdaderas tres dimensiones. Moverse por el aire. Hacer las líneas rectas. Volar sobre las cimas y las cuerdas. Donde se pensaba que estaban los dioses. Saberte el privilegiado que eres. Poder elegir subir un poco más todavía, la dirección absoluta y axial en que moverse. Ser la desconexión y el olvido por un momento. Estar solo aquí arriba. Dueño de todo.

Lo sublime es el segundo en que rompes el hilo con el suelo. El segundo primero en que flotas y asciendes. En el que, por miles de veces que lo hayas hecho, sientes de nuevo el agradable vuelco en el estómago de quien se separa de la tierra retando a la gravedad. Es la sensación de ser un dios y un elegido que doma con sus alas el mundo prohibido a los demás y rompe en cada despegue el cordón umbilical. El dueño de la gigantesca fuerza que te empuja y está bajo tu dominio. El único que puede sentir esa sensación de control total en el instante.

El don es olvidar durante ese tiempo el suelo al no tener otro que el blanco debajo de ti y el azul fascinante encima. No tener otra preocupación que el horizonte. Separarte de todo lo que no sean tus sensaciones. Saberte poderoso y diferente, elegido para estar en ese mundo vedado al resto que es el aire. Especial. 

Es saborear el poema hecho de jirones. Entender que todo el camino que te llevó aquí mereció la pena por este momento que nadie más sabe como sabe.

Volar es el don.

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