Cuanto daño ha hecho Twitter. No solo ha creado una forma de comunicar de manera inmediata lo que a alguien se le pasa por la cabeza, sino que ha construido toda una estructura de actuación en general ante la vida a la que nos estamos acostumbrando sin darnos cuenta. Bueno, exagero, igual adjudicarle a Twitter toda la culpa es demasiado. También pasa lo mismo con Instagram con sus fotos del instante (¿Y como tiene el valor de decirlo alguien que tiene un blog que se llama idas de pinza? Misterios de la incoherencia humana).
Bromas aparte el tema de fondo es real. Vivimos en la era de la ocurrencia, de la idea feliz, de la descontextualización de las acciones. Se me ocurre.. pues lo hago. Sin contexto, solo porque es buena idea. Suelta. Por si misma. Sin relación con otras acciones. Ya no hay planes, estrategias. visiones globales. La política, el marketing, la actuación diaria de las organizaciones humanas (desde las más pequeñas hasta las del gobierno global) funcionan a base de medidas puntuales, de iniciativas que se le ocurren al Trump, al Puigdemont o al concejal de urbanismo del Ayuntamiento de Madrid de turno en ese momento y las dicta para que sean llevadas a cabo, y además de manera inmediata. Sin pensar en las consecuencias, sin formar parte de un plan mayor, sin perseguir objetivos determinados tras el estudio de las necesidades. Es más importante, eso si, que tenga un nombre molón a que sirva al fin correcto.
Se trata más de ir apagando fuegos según surjan, de dar respuesta a problemas, que de ir alcanzando metas de manera intencionada. La antelación, la previsión ha dejado paso a la improvisación. La dirección de personas se entiende como la sucesión de instrucciones a medida que se le ocurren a alguien en lugar del cumplimiento de tareas ordenadas hacia la consecución de un resultado. Y eso pasa en todos los ámbitos; la empresa, familia, la vida personal, la gestión en el trabajo, la de la res pública..
Es esta una era de activismo en el peor de los sentidos. Una cultura de prueba y error. De hacer. Hay que estar haciendo algo, lo que sea, aunque no vaya a ningún lado. No parar. A fogonazos, a golpes de iniciativa que a alguien se le ocurre en el momento, de meras respuestas a problemas en lugar de orientación al objetivo previamente trazado y formando parte de un todo. Y lo que es peor, sin tener en cuenta a menudo como esas decisiones afectan a las personas. Una era en que hay que estar a la última, probar lo que se lleva, hacer lo que está de moda más que aplicar las herramientas adecuadas a cada caso. En que se piensa más en el método que en el objetivo (He oído que hay una forma nueva de hacer esto, pues vamos a hacerlo así). Las instrucciones, las directrices, las lineas, las acciones.. carecen de contexto. No hay estrategia. Lo reactivo ha eliminado a lo proactivo. Eficiencia frente a Eficacia. Tenemos por buen gestor al que aborda las cuestiones según surgen y lo hace bien, no a quien planea su actuación en el tiempo. A los bomberos más que a los prevencionistas. Al buen improvisador antes que al actor que se prepara el papel, se forma, estudia.. Al cliché del latino frente al del alemán. A quien puede decir que se han hecho muchas cosas aunque no tengan conexión entre ellas no a quien dice que ha hecho las que se proponía hacer. Valoramos más al buen rapero generador de rimas momentaneas que al estratega que mima su texto. Y la improvisación claro que tiene su papel, y es divertida, y consigue más resultados que estar parado o indeciso, que duda cabe, pero no se debe confundir con la eficacia. Me aterra cada vez que oigo de alguien que es "muy ejecutivo".
La planificación es magia pura. Con ella se puede conseguir prácticamente todo, pero hay que pagar el precio de la tranquilidad, de la dedicación, de la antelación, de la previsión... Del tiempo. Y ser consciente de que no es sagrada, de que se hace en la mayor parte de las ocasiones para salirse de ella ante la incidencia. Eso es la flexibilidad. Y está bien. No confundir con la falta de dirección. En términos de resultados es mil veces más efectivo un plan que la sucesión de medidas puntuales descontextualizadas por muy buenas y felices que sean. La casualidad solo funciona como el reloj parado que da dos veces al día la hora exacta. A veces, pero solo eso. Aunque sepa muy bien cuando es así. La pregunta no debe ser ¿Cual es el problema? (Y menos ¿Qué me apetece o me pide el cuerpo?) sino ¿Qué necesidad hay?¿Qué queremos conseguir?. Y para conseguirlo nada comparable a un buen análisis de la realidad previo a acometer un plan de acción, del estudio de los recursos con los que se cuenta para su uso rentable y no solo su gasto mientras siga habiendo, del buen dimensionamiento de hasta donde se puede llegar para no quedarnos cortos ni pasarnos de ambiciosos, de las necesidades, de los fines, del establecimiento y la selección de prioridades, de la formulación de objetivos, de la correcta asignación de responsabilidades, de la acertada temporalización, la gestión de recursos al servicio del plan (o mejor dicho de sus metas), su ejecución, dirección y coordinación, evaluación continua y final orientada a la mejora del siguiente proyecto, etc. Sin ello no se habría llegado a posar una nave en un cometa, o a poner el pie en la luna, o a escribir El Señor de los Anillos, o a rodar Ciudadano Kane , o construir la catedral de Burgos, o a desembarcar en Normandía aquel 6 de Junio..
Nada comparable, en definitiva, a un buen plan.
Y ya.
Es esta una era de activismo en el peor de los sentidos. Una cultura de prueba y error. De hacer. Hay que estar haciendo algo, lo que sea, aunque no vaya a ningún lado. No parar. A fogonazos, a golpes de iniciativa que a alguien se le ocurre en el momento, de meras respuestas a problemas en lugar de orientación al objetivo previamente trazado y formando parte de un todo. Y lo que es peor, sin tener en cuenta a menudo como esas decisiones afectan a las personas. Una era en que hay que estar a la última, probar lo que se lleva, hacer lo que está de moda más que aplicar las herramientas adecuadas a cada caso. En que se piensa más en el método que en el objetivo (He oído que hay una forma nueva de hacer esto, pues vamos a hacerlo así). Las instrucciones, las directrices, las lineas, las acciones.. carecen de contexto. No hay estrategia. Lo reactivo ha eliminado a lo proactivo. Eficiencia frente a Eficacia. Tenemos por buen gestor al que aborda las cuestiones según surgen y lo hace bien, no a quien planea su actuación en el tiempo. A los bomberos más que a los prevencionistas. Al buen improvisador antes que al actor que se prepara el papel, se forma, estudia.. Al cliché del latino frente al del alemán. A quien puede decir que se han hecho muchas cosas aunque no tengan conexión entre ellas no a quien dice que ha hecho las que se proponía hacer. Valoramos más al buen rapero generador de rimas momentaneas que al estratega que mima su texto. Y la improvisación claro que tiene su papel, y es divertida, y consigue más resultados que estar parado o indeciso, que duda cabe, pero no se debe confundir con la eficacia. Me aterra cada vez que oigo de alguien que es "muy ejecutivo".
La planificación es magia pura. Con ella se puede conseguir prácticamente todo, pero hay que pagar el precio de la tranquilidad, de la dedicación, de la antelación, de la previsión... Del tiempo. Y ser consciente de que no es sagrada, de que se hace en la mayor parte de las ocasiones para salirse de ella ante la incidencia. Eso es la flexibilidad. Y está bien. No confundir con la falta de dirección. En términos de resultados es mil veces más efectivo un plan que la sucesión de medidas puntuales descontextualizadas por muy buenas y felices que sean. La casualidad solo funciona como el reloj parado que da dos veces al día la hora exacta. A veces, pero solo eso. Aunque sepa muy bien cuando es así. La pregunta no debe ser ¿Cual es el problema? (Y menos ¿Qué me apetece o me pide el cuerpo?) sino ¿Qué necesidad hay?¿Qué queremos conseguir?. Y para conseguirlo nada comparable a un buen análisis de la realidad previo a acometer un plan de acción, del estudio de los recursos con los que se cuenta para su uso rentable y no solo su gasto mientras siga habiendo, del buen dimensionamiento de hasta donde se puede llegar para no quedarnos cortos ni pasarnos de ambiciosos, de las necesidades, de los fines, del establecimiento y la selección de prioridades, de la formulación de objetivos, de la correcta asignación de responsabilidades, de la acertada temporalización, la gestión de recursos al servicio del plan (o mejor dicho de sus metas), su ejecución, dirección y coordinación, evaluación continua y final orientada a la mejora del siguiente proyecto, etc. Sin ello no se habría llegado a posar una nave en un cometa, o a poner el pie en la luna, o a escribir El Señor de los Anillos, o a rodar Ciudadano Kane , o construir la catedral de Burgos, o a desembarcar en Normandía aquel 6 de Junio..
Nada comparable, en definitiva, a un buen plan.
Y ya.
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