lunes, 13 de septiembre de 2021
ASEPSIA
sábado, 11 de septiembre de 2021
EL COFRE VERTICAL
Al contrario que mi padre yo nunca fui un lector empedernido, pero, como hijo único, al fallecer heredé su biblioteca. Por ello durante años nunca la hice caso. Me limité a vivir en aquella casa, mi casa ahora, y a limpiar el polvo de los libros de cuando en cuando. Nunca tuve necesidad de ojearlos o abrirlos. Eran sólo decoración.
Luego a la casa llegó Ana, con quien compartía esa cierta desafección hacia la lectura y las ganas de formar juntos una familia. Así que después vino Andrés, y Jorge más tarde.
Andrés creció y se hizo un adolescente brillante, inteligente y curioso. Un buen día a sus once años posó la mirada sobre aquella biblioteca de una manera que nunca la había mirado. Yo estaba allí y puedo describir el momento exacto pues me fijé al llamarme la atención su comportamiento. Lentamente se levantó del sofá y se dirigió al mueble en el que descansaban todos aquellos libros desde hacía décadas sin que nadie los tocara salvo para limpiar de polvo sus lomos. Giró la cabeza para leer los títulos, luego alargó su brazo, me miró pidiendo permiso, y al asentir yo, tomó uno de aquellos tomos y se lo llevó donde estaba.
Al cabo de unos minutos su gesto volvió a sorprenderme. Al pasar las páginas de entre ellas recogió algo que había allí. Una pluma brotó entre sus dedos. Una pluma hermosa de pálidos colores. De ella pendía una tarjetita minúscula colgante de un hilo como las usadas para clasificar viejos ejemplares en los museos. Andrés la miraba fascinado y me miró a su vez con una interrogación en los ojos. No sabía qué contestarle. Me aproximé y compartimos durante unos segundos la extrañeza. En la pequeña cartulina se leía por un lado una fecha y en su envés rezaba escrito a mano con letra de hormiga "Este día fui feliz. Mi mejor amigo salió del coma tras el accidente".
La curiosidad quedó en mera anécdota durante unos días. Lo comentamos en la comida y nos olvidamos hasta pasadas las jornadas, cuando Andrés acabó la novela y la dejó en su estante de vuelta dándolo relevo por la siguiente. Porque de las páginas centrales del nuevo libro esta vez cayó algo al suelo al manipularlo. Se trataba de un calendario de 1959. Uno de publicidad de una tienda de pinturas cuyo único espacio en blanco estaba ocupado por la letra de mi padre. "Hoy 23 de abril de 1959 he conocido a la mujer que será mi esposa".
Aquello nos hizo pensar lógicamente que había más de un recuerdo de mi padre en aquellos libros.
Durante aquel verano la familia adoptó, como hobbie y curiosidad al principio, como pasión luego y como aglutinante familiar emocional finalmente, la sagrada misión de buscar en aquellos cientos de libros cada uno de esos recuerdos. Porque efectivamente en cada libro había al menos uno. A veces era dinero, en ocasiones facturas o tickets, entradas de cine, meras cartulinas, recortes de prensa, billetes de tren, pasajes de avión, postales y cartas,.. Pero en todos ellos, invariablemente, mi padre había escrito un recuerdo feliz que así se había conservado cuidadosamente, casi en secreto, en espera de que Andrés un día descubriera el tesoro.
Mientras lo hacíamos nos inventamos un juego; Éramos piratas en busca de un tesoro y cada vez que alguno de nosotros encontrábamos un nuevo detalle escondido entre las páginas de uno de los libros cantábamos a voz en grito juntos "Jo, jo, jo.. la botella del ron." Hablábamos con términos marineros de abordajes y garfios. Llegamos a disfrazarnos en alguna ocasión para hacerlo más divertido.
Cuando acabó el verano teníamos ante nosotros, esparcidos por la alfombra del salón, sobre las mesas y el alfeizar de la ventana cientos de aquellos recuerdos. Así nos dimos cuenta de que mi padre había estado haciendo aquello cada día de su vida. Recopilando recuerdos felices a razón de uno diario. No estaban ordenados de ningún modo. No había razón lógica para la distribución por mucho que lo intentáramos entender. No se trataba de los temas, ni de la paginación. No había relación entre la fecha y el tomo en que se había enterrado. Mi padre simplemente había usado sus libros como almacén de recuerdos aleatoriamente. En aquellas páginas había una vida entera. Y había sido una vida feliz a la vista de la gran cantidad de recuerdos hermosos que había ante nuestros ojos. La repasamos juntos durante esos días. Nos emocionamos a menudo sentados en círculo en el suelo rodeados de libros y objetos que ordenábamos cronológicamente tratando de reconstruir sus días, sentimientos y vivencias. Luego, al acabar, con respeto devolvimos cada recuerdo a su página y cada libro a su balda en espera de que en el futuro alguien volviera a paladear el placer que nosotros habíamos sentido abriendo aquel cofre del muerto, aquel baúl del tesoro.
Y ya.
viernes, 10 de septiembre de 2021
EL INTERVALO LÚCIDO
(Borrador para un cuento)
Basil era un intelectual de la muerte, un estudioso del
fin de la existencia y un profesional competente en su trabajo. El Estado le
había confiado la honrosa tarea de acabar con los peores criminales y se
aprestaba a sus funciones con dedicación. Años atrás, cuando había tenido que
salir de su país, había decidido cambiar la grafía de su nombre para hacerlo
más cómodo a sus nuevos compañeros de la noche bohemia parisina. De este modo
Vasily se convirtió en Basil.
Siempre le había fascinado la forma en que la vida se termina, y de entre todas las cosas que rodean esos momentos especialmente le interesaban las relativos a su duración. Daba por sentado que todo aquello que le habían contado de niño acerca de rápidas ejecuciones sin sufrimiento eran meros eufemismos piadosos para no torturar la mente infantil. Nunca creyó que de verdad su abuelo falleciera sin dolor y de manera inmediata cuando lo fusilaron. Estaba seguro de que esas personas sufrían durante sus últimos momentos en una extraña conciencia doliente de que se estaban yendo para siempre. Con el tiempo trasladó tal pensamiento a todos los moribundos fuera cual fuera la forma de su muerte. Ni los quemados en la hoguera morían antes asfixiados que abrasados, ni quién caía desde una gran altura perdía el conocimiento antes de golpear contra el suelo. Estaba seguro de que sabían lo que les sucedía. Y se preguntaba cuanto duraba ese periodo. Nadie se iba como en las obras de teatro, en la guerra había visto morir a muchos y sabía que era aquel un proceso lento.
Desde que era consciente se venía preguntando cuánto duraban los últimos estertores agónicos de un ahogado y lo que tardaba en dejar de pararse el corazón de un ahorcado. De manera casi obsesiva leía sobre ejecuciones para ilustrarse y mejorar en su oficio. Había sentido especial admiración por la guillotina hasta enterarse de los experimentos del Doctor Beaurieux que demostraron que los reos condenados seguían conscientes durante casi medio minuto desde que era separada del tronco su cabeza.
Y sobre todo se preguntaba por la consciencia en esos
segundos finales. ¿Sentirían igual quienes morían? ¿Qué les daría tiempo a
pensar en ese tiempo? ¿Era miedo lo que acompañaba a todos ellos al final? ¿Les alcanzaba para despedirse? ¿Para ponerse a bien con su Dios y limpiar sus almas?
Leía ansioso todo lo que sobre el particular caía en sus manos con la piadosa intención de aplicarlo luego en el cadalso con sus clientes. Relatos de pestañeos post mortem, anécdotas y sucedidos más o menos creíbles, macabros o rocambolescos sobre miradas asombrada desde las puertas del más allá a sus verdugos, etcétera.
..continuará.
(Casi dos años después encuentro este texto de Dul Pérez Paredes en Internet que complementa al mío:
"Ricky tenía el hábito de obsesionarse con mierda de lo más rara. Su última obsesión fue tan jodida que al principio no pude asimilarla. Parece ser que los historiadores omitieron un efecto temporal de la decapitación: después de la separación de su cuerpo, el decapitado puede escuchar, ver, hacer expresiones faciales y comunicarse.
viernes, 3 de septiembre de 2021
EL SÍNDROME ISMAEL SERRANO
(Ismael Serrano ensayando su cara de hostiable)
Ismael Serrano quería ser Sabina como Sabina quería ser Dylan. Quería ser cantautor, hacer canción protesta, ser poeta de clase..
La diferencia entre ellos (aparte de su manifiesta incapacidad como músico y letrista) es que Sabina y Dylan respondían a la ética de la canción protesta porque surgieron en un momento y lugar en los que tenían motivos sobrados para protestar. Aute cantaba al alba de los fusilados por el franquismo, Serrat retaba al régimen haciéndolo en catalán, Dylan daba banda sonora con voz desgarrada y reconocible a la lucha por los movimientos civiles y a la rebelión contra una guerra injusta en Vietnam, Victor Jara en Chile, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés..
Ismael Serrano sin embargo fue un quiero y no puedo, un remedo trasnochado y sin talento de Joan Baez en tío y de Chamberí. Un cantautor con problemas del primer mundo que como no tenía motivos para la protesta añoraba los de otros en el pasado. Y para hacerlo adoptaba la estética musical (ya que no podía la ética) de la nostalgia pacifista de los 70; Contra Franco se vivía mejor, papá cuéntame otra vez cómo corrías delante de los grises y todo eso.
Hace una década, a la sombra del 15M (que sí tenía motivos para la indignación y la protesta) surgió un movimiento estético a cuyos líderes se les fue la mano con la emoción de sentirse en un Woodstock a la española. Y se lo terminaron creyendo así que apostaron por convertirse en movimiento ético haciéndose agente político. Pero al igual que Ismael Serrano aquello sólo era una pose, un mayo del 68 impostado nostálgico de la primavera del amor, con esa nostalgia de lo que nunca jamás les sucedió tan bien cantada por Sabina (que pronto se distanció de ellos), esa añoranza de lo que no vivieron y les hubiera gustado experimentar solo que con las garantías y derechos actuales, la libertad de expresión de ahora y sin que los grises les pegarán (o al menos no muy fuerte para poder enseñar los cardenales en la reunión del comité de la fácul y presumir ante las chicas de héroes de la revolución).
Dicen hablar por abuelos de los que no se acordaron en vida y que no querrían que hablaran en su nombre (ya lo hicieron ellos cuando tocaba) y menos para volver a enfrentarnos. Para ello nos han dividido entre fachas y ellos, han resucitado a un Franco al que todos teníamos ya olvidado y han hecho bandera y prioridad de cosas tan importantes y urgentes como cambiar los nombres de las calles quitando los de perfectos desconocidos, que gracias a su gestión volvieron a ser recordados.
Y han hecho todo esto con la crueldad de la juventud. Sin piedad. Sin tener en cuenta las consecuencias. Sin matices ni moderación. A saco. Desde el adanismo dogmático de creerse los liberadores de una sociedad necesitada de salvación, en posesión de una verdad que les asombra no veamos los demás tan clara como ellos. Déspotas ilustrados que se creen que deben sustituirnos paternalmente en nuestra capacidad de decisión dada nuestra ignorancia de cómo son de verdad las cosas, que han traído de nuevo el fanatismo discriminador mediante la falacia de lo correctamente político, la recuperación del inquisidor y el chivato o acosador que todos llevamos dentro, y la eliminación del opositor en las redes a falta de poder echar al mar al divergente que es lo que les gustaría. Y lo que es peor; nos han vuelto a enfrentar y a recuperar las dos españas que tanto nos costó superar. Y a falta de problemas reales, que la transición, el progreso y la socialdemocracia a la europea habían conseguido que sólo fueran recuerdos del pasado, se inventaron otros que hasta su llegada no existían; como la infelicidad por la falta de una república idealizada inexistente, o hacernos hablar un lenguaje absurdo e inventado contra toda lógica, o la opresión de los pueblos gallego, andaluz, vasco o catalán frente al tirano centralista, o la necesidad de criminalizar a los hombres de manera preventiva.
Por su necesidad estética de sentirse soldados de una guerra de clases que ya no existía, de tener sus propias trincheras guerracivilistas, volvemos a estar enfrentados de nuevo los españoles. Como añoraban carreras ante los grises y gases lacrimógenos han contribuido a hacer el aire irrespirable y han alimentado al gólem del enemigo necesario para justificar su existencia. Ese es el pecado que menos les perdono; por su capricho dieron razón de ser al oponente que sin ellos no hubiera surgido ni existiría.
Dejadnos tranquilos. No le pidáis a papá que os lo cuente otra vez porque si lo hacéis os dirá que él ya no estaba en ese entonces que habéis idealizado, que él ya estaba en una España que se modernizaba a pasos agigantados gracias a haber dado el paso ejemplar de la concordia y al trabajo de los que de verdad sí se la jugaron ante los grises y en la cárcel o peor, no como vosotros que disfrutáis del privilegio de la queja lastimera impostada porque vivís en un estado de derecho que otros (a los que ahora hacéis de menos) construyeron.
Sois muy pesados.
Y ya.