No conocía al comensal que me habían puesto al lado pero mi sentido arácnido debería haber saltado ante las evidentes señales de alarma. Algo tenía que haberme puesto sobre aviso cuando vi que se quitaba la chaqueta, se aflojaba la corbata y se arremangaba. En cualquier caso por mucho que hubiera echado a volar la imaginación nunca hubiera alcanzado a siquiera acercarme en mis peores pesadillas a lo que vino después. Las más altas cotas de vulgaridad iban a ser superadas con creces; Durante las siguientes dos horas pidió varias veces que le volvieran a recitar la carta antes de decidirse, voceó de lado a lado de la mesa en que estábamos reunidos castigando mi oído y el del resto de personas que trataban de disfrutar de su comida, sus carcajadas zafias resonaban en las paredes, hizo un par de bromas desagradables al personal, especialmente al femenino, pidió el vino de la casa y primeros "para compartir al medio por no dar de ganar a estos piratas", según dijo. No contento con eso untó con fruición de su plato y en el colmo de la falta de elegancia lo hizo de la fuente común en que nos habían servido en la mesa la carne ¡para luego ofrecerla a otros comensales como si fuera lo más normal del mundo "rebañar" de manera compartida!.
Para más inri su conversación giró durante todo el rato sobre herencias de personas a las que yo no conocía. Luego resultó que para él también eran ajenas, y en alguno de los casos incluso el causante aún no había siquiera fallecido.
Cuando ya no daba crédito a lo que estaba viendo me sorprendió con la nueva batería de groserías que el individuo me tenía reservadas. Casi me caigo de espaldas cuando para hacer hueco a la tercera vez que se levantaba para repetir, cogiendo de las fuentes de otras partes de la mesa y volviendo con su plato lleno a su lugar, ¡vacío sus sobras en mi plato ya vacío y en espera de ser retirado!. Tras ello, desabrochándose ostentosamente el cinturón a los postres, se palmeó la panza satisfecho y requirió del camarero con tono soez y a voces unos palillos "para mi y para estos señores". A continuación repartió los que disimuladamente le habían traído lanzándolos sobre la mesa en la creencia sincera de que los demás éramos igual de toscos que él y hacíamos uso de estos elementos tras las comidas. Se ve que en su mundo aquello era lo ordinario, nunca mejor dicho.
Insistió finalmente en que cada uno se pagara lo suyo, pagó por separado, repasó detalladamente la cuenta y pidió un par de aclaraciones antes de hacer el abono correspondiente. Y no solo no dejó propina sino que ridiculizó que los demás lo hiciéramos.
- ¿Eso es todo?- preguntó el juez cuando terminé de hablar
- Si señoría -respondí.
- Bien, puede irse.
- ¡Pero señor juez! -gritó el abogado de la acusación.
- No veo el más mínimo indicio de delito -contestó cortante al exabrupto-. Es evidente que estamos ante un acto de legítima defensa de manual.
y ya.
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