martes, 25 de marzo de 2025

EL RAYO VERDE

 

Hasta que no lo vi con mis propios ojos siempre creí que era una leyenda que circulaba entre marineros, una excusa para un relato de Julio Verne. El rayo verde, ese último destello que se puede apreciar por unas décimas de segundo justo en el momento exacto del ocaso sobre un horizonte de mar despejado, es una buena metáfora de la muerte. Si se nos concediera un último rayo verde en forma de cuestión "¿Fuiste feliz?" la mayor parte de la gente no podría contestar que sí. Y me pregunto qué otra razón de ser tiene la existencia si no es poder contestar afirmativamente a esa pregunta final.

Cosa distinta es la razón por la que quien dijera que lo fue pudiera decirlo. En todos los casos sería cuestión de las expectativas. Habrá quien mire atrás y vea una vida plena y satisfecha. Habrá quien mire su personal balanza y en ella pesen más los buenos momentos que los malos y eso le satisfaga. Habrá quien vea logros y metas alcanzadas. Quien vea recuerdos de risas y alegrías. Quien mida su éxito vital en deberes y obligaciones cumplidas, en hijos bien criados, en aportaciones a la humanidad, en herencias dejadas,. Cada cual tiene su propio rayo verde.

Y es curioso que no sea único sino diverso, y que lo que a uno le suponga la medida de su vida para otro no sea absolutamente nada. Que quien cifre la intensidad de su rayo verde en las riquezas obtenidas pueda no valorar en lo más mínimo la cantidad de amigos que le lloren cuando no esté. Y al revés.

Y ya.


viernes, 21 de marzo de 2025

LONDON STYLE

 

"I've seen things, you people wouldn't believe."
Blade Runner 


Los humanos me llaman ARKO, tengo ocho años, que para un perro no es mala edad, y a lo largo de estos años he aprendido que decir mi nombre tiene distintas entonaciones y se usa con distintas intenciones. No recuerdo dónde ni cuándo nací pero es evidente que me separaron pronto de mi madre y del resto de la camada. Mis primeros recuerdos son de una pareja joven en un piso. Creyeron que tener en una casa de ciudad un cachorro enérgico de una raza nerviosa, necesitada de ejercicio, estímulo y reto, y criada durante siglos para el trabajo era buena idea. Pronto se dieron cuenta de que no era como otras razas ni como otros perros, y que mis necesidades superaban lo que ellos podían darme. No duré mucho en su casa. No se si reconocería su olor si pasara junto a ellos, seguramente algo me traería recuerdos sin que yo supiera de qué. Ojalá que encontraran al perro que les encajara mejor que yo. Pero a mi me vino bien. Como en alguna parte habían oído que mi raza tenía una cierta predisposición para el trabajo policial pensaron que regalarme a la policía para que ellos me dieran un nuevo hogar era una opción a valorar. Los que luego serían mis compañeros en el cuerpo me recibieron genial. Me hicieron trabajar muy duro los primeros años en un periodo de adiestramiento que no me dio más que satisfacciones. Allí fui muy feliz.

Se que hay quien puede no entenderlo pero para mi dormir en mi chenil oyendo los ladridos de todos mis demás hermanos al irnos a acostar al anochecer era la felicidad. Esperar que el sol entrara cada mañana por la parte de arriba de la puerta metálica, el calor a veces, el frío otras, el ajetreo del comienzo de la jornada, sentirme útil y querido, el plato de bolas de pienso para comer, tener una misión, cumplir las órdenes, ver la satisfacción en mi adiestrador cuando encontraba el reclamo escondido en un ejercicio, tener una finalidad, servir a un fin. Creo que no dejé de mover la cola en todo aquel tiempo.

El primer año aprendí los comandos básicos: atender a mi nombre, ir cuando se me llamaba, andar junto a mi adiestrador al paso, parar, sentarme, ir a por algo y traerlo, ladrar solo cuando se me ordenaba, tumbarme.. Notaba que mis instructores me miraban atentos estudiando mis habilidades y mis inclinaciones. Luego aprendí a centrarme a pesar de las distracciones, a ir en un vehículo, a quedarme quieto hasta recibir el comando de moverme y esperar..
La segunda etapa fue más específica y aprendí a rastrear y diferenciar olores que resultaban de interés para ser policía y separarlos de otros que no importaban, a dejar lo que estuviera haciendo por cumplir una orden sin tardar,.. Al final de aquel año nos separaron en grupos según nuestras predisposiciones y facilidades. Hubo quien no siguió y fue descartado, pero yo no. Algunos compañeros fueron a entrenar para rescate de víctimas de accidentes, o como elementos de defensa, otros para detectar explosivos, drogas,.. Alguien había visto en mí potencial para seguir rastros humanos como la sangre o encontrar cadáveres en catástrofes. Fue un periodo muy intenso de entrenamiento en el que mi adiestrador estuvo muy satisfecho con su elección pues según decía nunca había visto a un perro distinguir el rastro humano de otros rastros biológicos animales como lo hacía yo. Fueron muchas horas de buscar restos enterrados, entre piedras, bajo chatarra,..  Se me daba genial.

Cuando me consideraron terminado el periodo de adiestramiento como perro de rescate de cadáveres y seguimiento de restos biológicos. empezó realmente mi trabajo. Mi especial habilidad en muchas misiones reales me valió el reconocimiento de mis superiores. Los agentes que trabajaron conmigo siempre presumieron de mi expediente de resultados y me especial talento. Esa etapa ya en serio duró varios años. Los mejores de mi vida.

En ese tiempo tuve la desgracia de ver muchos muertos que encontré siguiendo el particular olor que los cadáveres tienen, vi muchas desgracias, inundaciones, accidentes, catástrofes de todo tipo,.. Recuerdo especialmente la vez que encontré en un vertedero el rastro de unos niños que habían desaparecido un mes antes, también el hallazgo de un cuerpo que su asesino había escondido en una cueva de un monte apartado.. Era bueno diciendo en qué maleteros habían transportado muertos, donde analizar en busca de sangre seca aunque la alfombra estuviera lavada, en qué habitación se había dado una muerte violenta,..

Hasta que un día llegó la lesión. Trataron de salvar mi cadera pues me consideraban especialmente valioso. Me operó uno de los mejores veterinarios que había en esa especialidad. Mi adiestrador confiaba en que me curara y un día volviera a ser la estrella del servicio que siempre había sido. Mientras tanto con mi cojera no era útil.
Pero el tiempo pasó y ni cuando me llevó a su casa mejoré. Seguí cojeando puntualmente. No tanto como para no ser un magnífico perro pero lo suficiente para no poder estar en la élite a la que pertenecí una vez. Además me hacía mayor ya con 7 años.

Con gran tristeza anunciaron en las redes sociales y en las protectoras especializadas que me tenían que retirar del servicio y poner en adopción. Y a pesar de que soy el perro más guapo del mundo no hubo respuesta y pasé un año entre la casa de mi adiestrador y la vuelta al chenil. Aquello se me hizo insoportable. Oír cada mañana a mis compañeros ladrar para salir al entrenamiento o a las misiones y quedarme solo allí sin poder servir para lo que fui una vez el mejor fue muy duro. Verles subir a los coches patrulla y alejarse mientras me quedaba en la base inútil. Lo que primero fueron solo síntomas de aburrimiento se convirtió en melancolía y al final en depresión. Y dejé de comer, y como no me movía apenas en mi cuarto me empecé a anquilosar a pesar de los cuidados de los agentes. Y perdí peso, y alegría y ganas de seguir adelante. Y me afectaba al carácter y estaba irascible y me lamía obsesivamente provocándome heridas que me hacían menos apetecible para la adopción. Y enfermé de tristeza.

Hasta hace unos meses. Porque un día llegaron ellos dos con su perra LAINI y me llevaron de paseo y me dejaron oler el cariño que desprendían, y me prometieron que me iban a hacer correr y volvería a mover la cola y a sacar la lengua satisfecho tras el esfuerzo, y que me propondrían retos y estímulos, que me darían órdenes y esperarían que las cumpliera. Y me dieron de comer y me llevaron con ellos a su casa. Y cumplieron su palabra.

Y me despedí de la que había sido mi casa durante tantos años para ir a otra ciudad, y de mis compañeros caninos y humanos, que solo tenían grandes palabras mientras me decían adiós tras tanto tiempo de servicio juntos. Hoy habrá en mi viejo chenil otro perro policía. Tal vez un cachorro que esté aprendiendo las pautas básicas. Cada mañana se abrirán las puertas metálicas en las que se pasa frio o calor según la época pero sobre todo se espera el nuevo día para que te den de comer y te hagan sentir útil. Puede que lo eche de menos un tiempo, pero ahora vivo otra vida. Ahora LAINI y yo somos los únicos perros de la casa y todo son atenciones para nosotros. Y yo hago sentirse orgulloso a mi nuevo humano. Lo noto. Se ufana admirado al verme hacer cosas que me enseñaron hace años y que para mi son sencillas. Y me esconde el juguete y hago como que me cuesta encontrarlo para que crea que me ha puesto un problema difícil. Y me siento a su lado cuando se detiene sin que me lo diga y miro al frente orgulloso en pose heroica y viril. Y cuido de mi humana y de mi nueva compañera, una vieja gruñona que me recibió marcando territorio pero con la que formo una hermosa pareja. Y recuerdo la cantidad de veces que hice mi parte en momentos difíciles con los otros policías y pienso !Qué coño! Me lo he ganado. Y entonces a la puerta de la cabaña en el campo, donde vivimos, me dejo acariciar, doy un par de vueltas a sus pies, gruño de manera apagada y me tumbo a su vera dejando que se acabe el día..

Y ya.


lunes, 17 de marzo de 2025

UNA FORMA DE MIRAR EL MUNDO

Antes que ninguna otra cosa era curioso. A pesar de que hacía algunos años que peinaba ya canas miraba a su alrededor como si fuera la primera vez que viera cada elemento que lo componía. Nunca se cansaba de aprender. Quería saberlo todo de todo y todo campo le interesaba. Había sido así desde que empezara a dar sus primeros pasos y no dejó nunca de serlo. Cada nueva cuestión que se le presentaba era una puerta que se abría a su hambre de conocimiento casi obsesiva. De crío leía entradas de enciclopedias por orden alfabético como otros leían cómics. Preguntaba inquieto cada duda que le pasaba por la cabeza. Y eran miles cada día. Constantemente. Toda su vida miró los anaqueles de las bibliotecas con una mezcla de tristeza por no tener vidas para leer todos aquellos libros y felicidad por tener tanta información junta y a su alcance. Luego la llegada de Internet fue un regalo para él. De todo quiso saber siempre algo más. Jamás se conformó con un conocimiento superficial y ahondaba investigando en mil y un temas diversos hasta niveles que alguno pudiera considerar de experto en muchos de ellos, porque aunque no se especializó en nada fue especialista en muchas cosas. 

Valoraba las buenas conversaciones por encima de todas las cosas. De ellas sacaba siempre lecciones y nuevos aprendizajes que le llenaban de plenitud y colmaban temporalmente sus ansias hasta la siguiente. Le gustaban porque le abrían nuevos horizontes y le generaban nuevas preguntas. Mundos nuevos que explorar, que fue siempre lo que más le gustó. 

Le recuerdo siempre consultando algo en su ordenador o leyendo un libro. Todo le resultaba asombroso y estaba eternamente agradecido por no saber casi nada de casi nada. Eso le daba la oportunidad de descubrirlo con ojos nuevos. Porque siempre miró el mundo con ojos de niño. Hasta el final. A lo único que no miró con curiosidad ninguna cuando por fin llegó fue a la muerte.

Y ya.

domingo, 2 de marzo de 2025

LA MÁQUINA DE LOS INSTANTES FELICES

 

Después de muchas pruebas Druna por fin había conseguido que su invento funcionara. Había creado una máquina que se alimentaba de momentos felices. Aunque estaba en fase inicial funcionaba muy bien. El siguiente reto en el que tenía que centrarse era el almacenamiento. Su máquina usaba como combustible los instantes de felicidad de las personas pero estos tenían que haber sido recientes para que el recuerdo tuviera la suficiente energía. Había logrado transformar felicidad en potencia, pero los recuerdos se iban con las personas cuando estas morían o se olvidaban de sus memorias alegres así que tenía que darse prisa en alimentar su máquina con ellos antes de que caducaran.

En su investigación Druna se había dado cuenta de la fuerza gigantesca que encerraba la felicidad cuando esta se producía y que esta se concentraba en microunidades llamadas instantes, momentos e incluso periodos. Eran pequeñas explosiones que su scanner detectaba y señalaba en el plano de la ciudad como lucecitas que Druna corría a recoger rápidamente por las calles antes de que se desvanecieran. El premio era alto porque cuando por fin daba con una reciente la energía que desprendía alimentaba la batería de su máquina para varios días. Lo mejor que tenía aquel tipo de nueva energía era que no esquilmaba nada. No necesitaba quitar nada de su felicidad al sujeto, solo aprovechaba la explosión de potencia que esa felicidad producía. De hecho descubrió que compartir con sus pilas humanas, como las llamaba, esos momentos de felicidad a ella misma le producía también minicargas que aprovechaba conectada a su máquina.

Cuando su máquina se descargaba sin visos de una recarga fuerte en un futuro inmediato Druna simplemente se paseaba por los jardines recogiendo minicápsulas en forma de sonrisas maternas, niños cuyos padres soltaban la bici y pedaleaban solos por primera vez y risas cristalinas infantiles. Los jardines con columpios eran una apuesta segura en esos casos. 

Una cuestión la tenía preocupada; cuando las personas fallecían se llevaban tal cantidad de energía en sus recuerdos que lo consideraba un desperdicio energético insoportable. Se decía que debía hacer algo al respecto. No era tolerable esa cantidad de pérdida. Tampoco le parecía justo que la gente se olvidara con  tanta facilidad de lo que le había hecho feliz un día. Aquel era un lucro cesante inaguantable desde el punto de vista potencial.

Se propuso estudiar esa cuestión y probar un par de ideas que le rondaban la cabeza. Mientras tanto, como cada día, con su mochila-batería a la espalda salió aquella mañana a la ciudad a recoger su carga diaria. A las pocas horas, mirando la pantalla vio como una pequeña lucecita se encendía a cuatro manzanas de donde estaba. Se trataba de lo que llamaba una explosión de nivel 7, una de las buenas, así que se apretó las cinchas y corrió hacia allá. Cuando llegó al portal aprovechó un hueco de una vecina que salía en ese momento y atenta a su detector en la mano subió corriendo por las escaleras hasta el cuarto sin esperar que llegara el ascensor por la urgencia de la captura. Ante la puerta llamó con insistencia. Le abrió un vejete en bata. Sin siquiera permitirle reponerse de la sorpresa, Druna le encasquetó en la cabeza el sombrero de absorber felicidad y como un vampiro bueno le chupó la energía de su sonrisa sin quitársela. El abuelete, aun con su cara de felicidad iluminándole el rostro, se sentó exhausto y sorprendido en su sillón. Todavía tenía entre las manos el álbum de fotos de sus nietos que estaba mirando cuando Druna llamó a la puerta. 

Y ya.