lunes, 8 de febrero de 2016
HOMENAJE AL ESCOCÉS DESCONOCIDO
El El mochilero viajaba con el corazón en un puño. Su actitud nerviosa llamó la atención de los únicos ocupantes del vagón junto a él. Saltaba a la vista que era uno de esos españoles que no se manejan con soltura en el idioma. Y eso, en plena campiña inglesa en dirección a Escocia, no facilitaba las cosas. Se levantaba constantemente a comprobar el equipaje, paseaba arriba y abajo por el pasillo, miraba preocupado por la ventanilla.
Solo unas horas antes había cogido a la carrera un tren de cercanías desde el aeropuerto en Heathrow hasta el centro de Londres. Aquello recortaba significativamente su ya de por sí pobre presupuesto para aquel viaje. Su peripecia había comenzado el día anterior y ya era un desastre completo. Nada había salido como llevaba meses planificando. Y todo por una idiotez minúscula y enorme a la vez. Un detalle de los que arruinan un viaje.
Si te hubieras fijado lo habrías visto atacado corriendo entre la gente por las calles de una ciudad legendaria, enorme y desconocida con su macuto cargado a la espalda. Un lugar en el que hubiera pasado horas, días semanas, extasiado. Pero no podía. Buscaba la estación de King´s Cross al otro extremo de la urbe. Desde allí salía en pocos minutos el tren a Edimburgo. Frenético parecía huir de algo pero sólo quería llegar a tiempo a un tren. Entre carreras miraba un mapa cogido en un mostrador de información sin poder detenerse más que para mirar a un lado y otro en algunas esquinas hasta identificar su siguiente referencia. Acababa de pasar por encima del Támesis viendolo desde el vagón lamentando no poder quedarse a saludarlo. Sabía que se lo estaba perdiendo, que no estaba disfrutando de la experiencia, pero no podía pararse a lamentarlo. Tenía que coger aquel tren a la fuerza. Era su única posibilidad de alcanzar a sus amigos. Su corazón latía a mil por hora. Llevaba haciéndolo así desde 24 horas antes. Cosas que únicamente se hacen con algo más de 20 años.
Un día antes estaba pletórico y feliz. Encantado. Por fin se iba a cumplir su sueño de ir con sus colegas a Escocia. Todo era perfecto. Habían llegado viajando los cuatro juntos hasta Madrid y de ahí a Barajas. Estaban en la fila de embarque. Ya les tocaba a ellos. Y entonces aquella señorita al pedir los DNIs lo miró y le comunicó que no podía subir al avión. El muy idiota había olvidado repasarlo antes del viaje y estaba caducado. El mundo se le vino encima. El resto de pasajeros en la fila apremiaba para embarcar. La señorita pedía que se retiraran a un lado. Hubo que tomar decisiones precipitadamente aunque había poco que decidir. Ellos partirían. Él compraría otro billete para el día siguiente perdiendo el que ya tenía, volvería a su ciudad a 200 kilómetros de allí, trataría de conseguir que le renovaran el DNI, volvería y trataría de alcanzarles en el circuito contratado. Una locura en cuyo éxito nadie creía, pero era lo único que se podía hacer.
Pero salió bien. Lo que pasó en esas 24 horas daría para una entrada del blog en si misma así que lo resumiremos diciendo que lo logró. Y allí estaba. Sin apenas un euro ya pues sus amigos se habían llevado el dinero del viaje y sólo tenía el de bolsillo que acababa de terminarse con aquel billete a Edimburgo. Y entonces se materializó el desastre; Del cerrado acento del revisor terminó deduciendo que le decía que había sacado mal el billete de tren y le faltaba dinero que debía pagar en ese momento o bajar. Le entraron ganas de llorar. Ya se veía en medio de Gran Bretaña, sin dinero y sin posibilidad de alcanzar a sus amigos. Pero los milagros suceden. Uno de aquellos jóvenes que eran con él los únicos ocupantes del vagón y que habían estado mirando al español desde hacía una hora se acercó y se ofreció a pagar la cantidad que faltaba apiadándose de su estado de nerviosismo. Y luego, una vez se hubo ido al siguiente compartimento el funcionario para seguir su rutina sin importarle lo que acababa de suceder ante sus ojos, le ofrecieron sentarse junto a ellos. Él chapurreó en su inglés infame agradecimientos eternos y respondió contando su historia a sus preguntas y a su curiosidad. Aquellos ángeles salvadores se identificaron como estudiantes escoceses que volvían a casa y con la naturalidad de la espontaneidad juvenil se hicieron cargo de la situación desde ese momento. Ese español estaba en su país y era una especie de obligación de anfitriones ¡Benditos fueron! Le tranquilizaron haciéndole saber que no había motivo para preocuparse, que llegaría a tiempo, que el hotel al que iba estaba localizado y que lo acompañarían en cuanto llegaran aunque fuera tarde y hubiera caído ya la noche. No solo eso. Cuando tocaron su destino miraron el reloj sonrientes y le comentaron que habían llegado antes de tiempo y que según sus cálculos sus amigos aún no habrían llegado por lo que él estaba en Edimburgo antes que ellos. ¡¡Había tiempo para invitarle a unas cervezas!!
El mochilero estaba asombrado con aquella hospitalidad hacia un desconocido en problemas. Les seguía a medias entre maravillado y agradecido, disfrutando, ahora si, con tranquilidad, la experiencia. Estaba en Edimburgo, unos escoceses de su edad le iban a invitar a unas pintas en lo que hacían tiempo para acompañarle luego a su hotel donde alcanzaría a sus colegas. Había tenido éxito en su empresa casi imposible y se lo debía a ellos y a su propia locura inconsciente que se negaba a creer que aquello no fuera a salir bien. Conoció durante ese rato lugares a los que el turista no va habitualmente, se rió y escuchó tocar gaitas en directo sentado en bancos de madera de un viejo pub en uno de los close (*) de la ciudad. Estaba en la gloría y no quería que aquello acabara. Subieron por escalones escondidos hacia Advocate´s close, pasearon por la Royal Mile hasta el castillo, Victoria Street arriba y abajo, Grassmarket, Princess Street, el monumento a Scott,.. Luego, con naturalidad cercana de viejos amigos le acompañaron hasta la puerta del hotel donde le dejaron. El Apex. Allí se despidieron. Un par de abrazos a dos de ellos, uno más fuerte a un tercero que con un último guiño y mientras se alejaba levantó la mano derecha a modo de saludo. Tenía el pulgar sobre el meñique y los tres dedos centrales levantados. Entonces el mochilero lo entendió todo. Sobre su propia mochila una gran flor de lis mundial les delataba como hermanos.
Nunca se habían visto antes. Jamás lo he visto tras aquello. No recordaría su cara siquiera. Pero aquel tipo fue mi hermano durante cuatro horas y hoy se lo agradezco de este modo. Luego entré y pregunté en recepción si mis amigos habían llegado ya y recibí una negativa así que pedí las llaves de la habitación que tenía reservada y me di una ducha. Tras ello miré por la ventana. Desde ella se veía enfrente sobre la colina el castillo. Abajo la plaza en cuyo suelo queda aún la marca adoquinada del lugar donde se ahorcaba a los presos siglos atrás. Cuando por fin nos reencontramos sus palabras fueron simplemente "¿Ya estás aquí? Vamos que ya están dando la cena." La vida puede ser maravillosa cuando eres joven y alocado.
Los días siguientes fueron geniales. Ya sí lo que había soñado y tal como lo había planificado. Pero aquel primer día de mi peripecia tendrá para mi un sitio especial en el recuerdo. El del miedo y la angustia, el del disfrute de la sorpresa y la improvisación, el sabor especial de una miniaventura y el agridulce sabor de la inseguridad y el aroma de la confianza en uno mismo. El de la buena gente. El de la felicidad y la plenitud. El de la juventud.
Años después me pasaría de todo en mis viajes. Es lo que tienen, que están llenos de experiencias vitales e intensas. En una ocasión volví a perder al grupo con el que viajaba y atravesé Israel en taxi (kibutz incluido) en su persecución hasta que al llegar a un punto de control a la entrada en territorio palestino en Belén el taxista me avisó de que a partir de ahí él ya no pasaba y hube de hacerlo andando dirigiéndome a unos soldados poco amistosos en una garita antiterrorista con alambradas, en otra nos escoltaron por Egipto varios convoyes policiales, en varias he tenido problemas en fronteras de un montón de países (algún día dedicaré un monográfico a mis penurias en los puestos fronterizos),.. pero de ninguna guardo tan buen recuerdo y sabor de boca como de la hospitalidad de aquel escocés que me salvó de mi mismo y del desastre de mi primer viaje importante.
Gracias.
(*) Pasajes y patios típicos de Edimburgo dentro de las manzanas alejados de los circuitos turísticos pero en pleno centro histórico a los que solo los locales suelen acudir.
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