lunes, 2 de febrero de 2015

LA OTRA CARA (Hoy no se va a reír nadie)


Dewanee (La locura)

Hace unos días este 
canto a la vida me llenó por completo. Somos unos desagradecidos con el tiempo y las coordenadas que nos han tocado vivir. Deberíamos besar por cada sitio que han pisado nuestros días, dar gracias por cada segundo de existencia. 

Cuando en la antigüedad se describía el paraíso, el walhalla, el destino soñado, sus sumos sacerdotes hubieran aceptado nuestras condiciones de vida como parte de esa descripción. Nuestros mundos y nuestras vidas, esas de las que nos quejamos, son exactamente lo que muchos anhelan desde tierras lejanas. Lo que para otros sería el cielo es mi vida ordinaria y no tengo derecho a la queja. Antes al contrario, debo un continuo agradecimiento a quien queramos; a nuestros dioses, a nuestros antepasados, a nuestra historia.. Elige tú y yo daré las gracias.

Y sin embargo pasados los días tengo una sensación encontrada. Aunque firmo cada palabra de aquel texto también siento que estamos retrocediendo en muchos aspectos. Hacía mucho que no se veía tal grado de crueldad a nuestro alrededor. Si aquellas letras eran una oda optimista y un gigantesco gracias a la vida, también me sugieren la otra cara. La de la desesperanza y la oscuridad. La reflexión gris de este personal blues del horror.


Porque el jardín de las delicias también está pintado por detrás.

Vivo en un mundo lleno de maldad y odio. Con mayúsculas. En el que se ha retrocedido varios siglos. Derechos que eran absolutos se han convertido en renunciables monedas de cambio, contraprestaciones ante los mercados a los que estamos dispuestos a ceder a pesar de lo que costó conquistarlos. Mis hijos vivirán peor de lo que yo he vivido y no recuperarán, no llegarán a conocer, un estado del bienestar y una época de calidad de vida que yo tuve la suerte de disfrutar. 

Me desayuno con un rostro que sin pestañear desde su rictus informativo me comunica que el día anterior, mientras yo estaba jugando con mis hijos o haciendo el amor, a unos miles de kilómetros una población entera era pasada a cuchillo. Literalmente. Como en las cruzadas hace mil años. Sin piedad. Hombres, mujeres y niños. Más de dos mil. Uno tras otro. Viendo venir la muerte. Viendo como se asesinaba a su lado a su madre o a su hermano. Y sabiendo que tras ellos iba él. En Méjico desmembran a un hombre, cuyo único pecado es ayudar a los jornaleros, y reparten sus restos por el camino a su pueblo para que todos sepan quien manda y cómo se las gasta. Unos malnacidos encierran en una jaula a un soldado que cumplía órdenes y lo queman vivo mientras lo graban, lo ruedan, lo escenifican, lo editan, lo producen y lo proyectan. Y estas cosas horribles suceden en un mundo en que no se hace todo lo posible por evitarlas por cochinos intereses económicos.
Es este un sitio asqueroso que ha vuelto atrás decenas de años en el respeto a la vida. En el que lo que lo que se había ganado parece no importar a nadie. Mis hijos se han acostumbrado a tener por normal que se entre en un colegio y se mate de un tiro en la cabeza a decenas de niños de su edad solo por ser de otra religión, o por haber visto un partido de fútbol en la televisión, a que unos señores cada diez o quince días vistan de naranja a otro, le pongan en el desierto de rodillas y le corten el cuello en directo ante una cámara. A que haya gobiernos cuyos funcionarios estén torturando a alguien ahora mismo, mientras lees estas líneas, y todos miremos para otro lado en la esperanza de que no nos llegue aquí la mierda. Hemos olvidado el significado de las palabras horribles al desgastarlas. Hablo de matanzas, de torturas, de violaciones.. Vemos a un hombre recorrer las calles polvorientas con un todo-terreno y un altavoz. Grita la norma sagrada inviolable. Se detiene de pronto. Baja del vehículo llama a un hombre y le reprende diciendo que corrija a su esposa por su desvergüenza al ir por la calle sola. Él le mira aterrado a la espera de su decisión. Una decisión que se ejecuta en el momento si es la que teme. Es el mismo hombre que vio ayer arrojando desde una torre a otro ser humano atado de pies y manos sólo por ser homosexual. Miles de personas cada día tiene que abandonar lo que hasta el día anterior era su hogar, donde crecieron, donde enterraron a sus padres, donde criaron a sus hijos y esperaban morir. Los malvados lo son hasta de aspecto. No esconden su maldad. Nadie les hace frente. No se ocultan. Y nos distraemos con la frivolidad para no mirar a la cara a la realidad, a la violencia y a la maldad. Para no sentirnos mal. Por comodidad. Lo llamamos lejanía o distancia y se llama cobardía.

No es allí sólo, tras extrañas y ajenas fronteras. EL Bosco no era español pero Goya sí. Y nadie retrató mejor que él nuestros propios horrores. A pocos metros del borde de nuestras carreteras hay mujeres atadas a camas infectas de clubes de carretera pagando con su cuerpo una deuda contraída con engaños. Y seguimos nuestro camino haciendo chanza de los luminosos. El hombre del saco ha vuelto a las calles para llevarse a nuestros niños de los parques y acabar con su inocencia y con su vida entre estertores y gritos horribles. O venderlos, o llevarlos a otro país para que les mutilen su sexualidad, o extirpen sus órganos. La esperanza de una vida mejor muere en el mar de las pateras o en el alambre de las vallas. Hombres que no merecen ese nombre golpean a sus parejas hasta dejarlas sin sentido o sin vida para superar sus propios complejos de hijos de puta. Eso pasa en tu ciudad. Seas quien seas. Y lo peor es que lo sabes.


Las pinturas negras y los aguafuertes de los desastres de la guerra no son extranjeros ni lejanos. Tienen nuestros apellidos, nuestro ADN. Están en nuestra propia tierra.

Hoy el mundo me ha parecido un sitio fuera de control, apocalíptico, tétrico, oscuro, ingobernable y tenebroso. Me he asomado a él como con una nueva mirada. Y me ha espantado lo que he visto. Tengo miedo de abrir el periódico. No entiendo lo que está pasando. Es como si viviera en un sitio que me es ajeno. Me muevo como flotando, viéndolo todo desde el aire con los ojos de un observador externo y horrorizado. No reconozco lo que veo. No me prepararon para esto, y menos para tenerlo a mi lado, en mi ciudad, en mi barrio.
Leo sucesos que me dejan blanco de horror y que antes solo imaginaba lejanos en el espacio y bajo condiciones extremas.
Aún recuerdo un mundo no hace tanto en que no había madres que ayudaban a sus novios a violar a sus hijas de 4 años de las maneras más horribles que puedan imaginarse, en el que no se tiraba por las escaleras del metro a una mujer para violarla inconsciente luego, o se aprovechara para robar el bolso a alguien mientras otro miserable, desconocido para el primero, la está violando. Un tiempo no tan distante en que no se entendía como normal tener que estar prevenidos en una ciudad porque se esperaba para ese día el desembarco de cerca de 1000 bestias consideradas altamente peligrosas. Y no me refiero a gente chunga, sino a exmilitares curtidos en conflictos reales con antecedentes por violaciones grupales y agresiones salvajes en otros encuentros deportivos. Un tiempo en que era imposible imaginarse a tres personas atacando por la calle a otro y comiéndole literalmente la cara.
Son todas noticias que me encuentro hoy en el periódico al abrirlo. No es una metáfora. No es una forma de hablar.
Es como si de pronto me hubiera dado cuenta de que no es normal. De que estas cosas no son normales por mucho que las veamos a diario. De que las aceptamos con indiferencia anestesiada de drogados ya que está claro que se han escapado de nuestro control individual y que no podemos hacer nada por evitarlas. De que están ahí y lo único que podemos hacer es esperar que no nos alcancen. Rezar, confiar que no nos toque a nosotros o a los nuestros. Es como si de pronto me hubiera dado cuenta de que suceden cosas tan horribles que no puedo soportarlas y además no puedo evitar que sucedan.
Pienso que no envidio a quienes bregan cada día con esa dimensión que hasta ahora había conseguido mantener a distancia suficiente, quienes la tocan y conviven con ella: médicos, jueces, policías, trabajadores sociales,.. ¿Cómo lo aguantan?
Siento como si nada de lo que a mi me sucede en mi mundo fácil tuviera importancia. Como si ninguna de mis cuitas y mis preocupaciones tuvieran la más mínima relevancia comparada con el sufrimiento de tantas personas. Niños.. tantos niños.. Como si esa tragedia horrorosa fuera la realidad y el mundo y el tiempo en que yo vivo fueran irreales.
¿Qué le está pasando al mundo?¿Cuándo nos acostumbramos a esto sin darnos cuenta?¿Tan gradual ha sido?
¿Acaso siempre ha existido este nivel de maldad y horror pero nos pillaba lejos y no queríamos reconocerlo?¿Es que ya ha llegado a nuestro mundo y viene para quedarse?
¿Estaba ahí a nuestro lado y vivíamos sin verlo en nuestra burbuja? ¿Es que la maldad y el horror se han hecho mayores y alcanzado cotas que no se veían más que en escenarios extremos? ¿Cómo y cuándo vino el miedo? ¿Lo trajeron otras gentes?¿Estaba en nosotros y ha despertado? ¿Estaba despierto y activo pero mis padres supieron ocultármelo hasta que de adulto me di cuenta por mi mismo?
No puedo dejar de pensar, horrorizado, que entre la facilidad para el acceso a las noticias que hoy día tienen mis hijos con sus tablets y móviles y el nivel de estas noticias que hoy leo, este es su mundo normal. Lo que para mí a su edad era impensable por extremadamente horroroso es su día a día, su mundo real. Y eso me da mucho miedo.

Mañana probablemente lloverá de nuevo. Y el agua correrá limpiando la suciedad de las aceras como la vida sigue. Pero yo hoy necesitaba detenerme un momento. Para dar las gracias, pero también para maldecir. 
La hipnótica y fascinante horripilancia de la realidad, esa que hace precisamente bella  la esencia de ser humano, volverá a ser regla a pesar de ser extraordinaria. Y por si alguna vez lo olvidamos el coronel Kurtz se nos aparecerá en sueños para recordarnos quien somos y el horror que llevamos dentro. Ese Jano bifronte que es la única verdadera divinidad pues somos nosotros mismos, esa personalidad múltiple que escondemos muy dentro en nuestro interior, entre dos aguas. Entre el bien y el mal.
Los tristes con contrato temporal y los ciclotímicos tenemos derecho a nuestro pesimismo. Este es un mundo maravilloso y un tiempo del que estar agradecido. Pero también es una puta mierda. Que nadie se sienta obligado a compartir mi estado de ánimo pero hoy no me apetece ser feliz. Disculpen si no me levanto.

Y ya.




1 comentario:

  1. Estimado y admirado Ford Fairlane:

    El mundo solo es un lugar, un escenario. No es bueno ni malo per se. Todas las cosas que Vd. ha descrito son ciertas. Suceden. Pero otras maravillosas, también. Y en mayor número, en proporción de 1 a 10000000. Trivilialicemos y veremos las cosas en su justa dimensión.

    Por otra parte, la mayor parte de los problemas que enumera, son de unos terroristas, no tiene nada que ver con otra cosa. No debemos bajar los brazos, al mal se le combate. Es precisamente el hecho de ver las cosas sin luchar la que nos convierte en víctimas. Hay que dar un puñetazo encima de la mesa e intervenir o, si se prefiere, aceptar el mal sin luchar pero sin sufrir por él.

    No comparto para nada el pesimismo económico. Sus hijos vivirán peor que Vd. solo si no hacen nada para vivir mejor que Vd. No depende de ningún gobierno, depende de ellos y de las armas con las que Vd. les dote como padre. El bienestar no lo da el estado. El bienestar sostenible lo crea el individuo con su esfuerzo, con su inteligencia y con su talento. No tienen Vd. que salvar a la humanidad, solo ayudar a sus hijos a que se salven, si quieren.

    La Sexta ha logrado algo que parecía imposible: culpar al gobierno de turno (ZP antes, Rajoy ahora, quien sabe mañana) de los desahucios, de los muertos, de los parados y de todo mal. No es justo ni verdadero. Queda bien, eso sí. Pero es falso. Cada uno es dueño de su destino y esclavo de sus decisiones. Las hipotecas no las firmé yo, las firmaron ellos solitos. Imprudencia. Consencuencias.

    Pero eso es lo de menos. Lo más importante, en mi opinión, es entender profundamente que todo lo que sucede es parte de la perfección aunque nuestra mente limitada no lo entienda. Solo nos queda ayudarnos unos a otros y, en la medida de lo posible, ser individuos y no parte de la masa. Cada cual a su ritmo. Cada cual su camino.

    Y con una sonrisa, cuando sea posible.

    Suyo siempre.

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