miércoles, 30 de septiembre de 2015

LOS QUE MIRAN A TRAVÉS DE LOS CRISTALES


Me ha dicho mi psicólogo que estáis ahí aunque no os vea, aunque no os haya visto nunca. Y me ha recomendado que os mire a la cara y reconozca por una vez vuestra existencia. Que va a a ser bueno para mi a pesar de que no veo cómo ni en qué me puede beneficiar hacerlo. Ha insistido en que lo haga aunque solo sea un momento así que ahí voy. Lo haré con estas letras. Merecéis al menos que me dirija una vez a vosotros. O no. No me importa.

Siento no veros. No haberos visto nunca. No estaros viendo ahora. ..

¿Pero a quien trato de engañar? No. No lo siento en absoluto. Esa es precisamente la base de mi existencia.

Os cruzáis conmigo por la calle. Voy ocupado. Siempre voy ocupado. Hago cosas importantes que no entenderíais (¡Que me importa en realidad si las entenderíais o no las entenderíais!) No me he parado nunca a pensar si hay o no más gente aparte de mi, de nosotros, así que no voy a empezar ahora. 

Tengo esa mirada que os molesta. Esa que os pasa por encima. No. En realidad os atraviesa. Los demás no existís. Tal es mi grado de abstracción. Miro a lo lejos a través de vosotros. Me estorbáis un poco en mi mundo. Sería un mundo mejor sin vuestra existencia. Bueno, en realidad da igual si estáis o no en él. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Supongo. Lo que no quiero es tener que cruzarme con vosotros, ni tener que veros ni tener que recordar vuestra presencia. Me incomodáis. No sois transparentes del todo. No puedo ver del todo a través vuestro y eso me molesta. Sois un poco más opacos de lo que me viene bien. Pero poco. No os necesito en mi realidad. No os necesito en absoluto. 

Es mi mirada la del que pisa fuerte queriendo impresionar a otros (vuestra opinión ni siquiera es relevante). Es la del que habla por el móvil de algo super importante y mira a través vuestro, con mirada de distancia, como si no estuvieseis. Porque para mi no estáis. No sois nadie. De ser algo seríais objetos así que sois nada. Sois aire, cristal, espacio sin cosa alguna que me aporte. Es la mía la mirada de quien no le importa estar tan solo que sus miradas atraviesen a la gente normal y solo vea a aquellos a los que su cerebro selecciona por ser de su interés por algún motivo. Es la mirada de quien usa a la gente como si fueran cosas. De quien no empatiza. La mirada del vendedor volcado en una venta. La del cazador. La del asesino centrado en su presa. La mirada del rico. La mirada del poderoso. La del egoísta. La del maleducado. La del desconsiderado. La del niño mimado. La del psicópata.

Mi mirada es más hiriente aún que la mirada de la superioridad. Esa al menos os concede el derecho a la existencia. Aunque sea para recordaros que vuestro sitio está allí abajo. La mía no es siquiera la mirada del que os valora en menos, es más poderosa aún. Es la de quien no os ve siquiera. De quien mira a través vuestro como si fuerais un cristal. 
Es la mía la pulida y perfeccionada mirada de la indiferencia.

Ahí estamos. Muy arriba. Ajenos a vosotros de tan elevados. Por encima de las escalas celestes. Buscadnos mucho mas arriba que los querubines y las potencias, justo por encima de los arcángeles. Unos niveles más allá de los orgullosos y de los arrogantes. Sobre los altivos.

No os menospreciamos. Es que no os tenemos en cuenta. No tenéis importancia para nosotros. No existís en nuestra realidad ni en nuestras prioridades. No contáis. No sois.  
No os despreciamos. Es peor. Os ignoramos. Ni siquiera existís para nosotros. No se siquiera por qué os estoy dirigiendo estas palabras en segunda persona. Tengo que reservar la segunda persona para la gente que sí que cuenta, aunque esa generalmente se conjuga de usted.

Si tenéis suerte por un momento os veremos como un recurso. Tal vez como algo de lo que sacar ventaja de algún tipo; un elemento que usar, un cliente tal vez, un trabajador.. Pero lo más seguro es que nunca ocupéis en nuestras mentes ni un solo segundo, porque si no estáis en nuestro nivel no existís, no interesáis, sois meros "elementos" del paisaje.

Se que lo habéis sentido. Habéis visto mi mirada alguna vez, pero yo no vi la vuestra. No os vi siquiera. Os sentisteis ninguneado por unas décimas de segundo. Os pasé a través. Sin tocaros. Sin veros. Sin que importarais. Se lo que sentisteis hacia mi en ese momento. Envidia. Rencor. 

Somos los que no bajamos al detalle de los gastos, los que no escatimamos (porque a menudo el dinero no es nuestro), los que tenemos partida de representación, los que no hablamos nunca de dinero salvo en los grandes negocios, los que invitamos con la tarjeta de la empresa, los que no damos ni una vuelta y bajamos directamente al parking, los que no concebimos ni una estrella menos de cuatro ni comer si no es en restaurante conocido, los que vamos en linea recta sin apartarnos (ya se apartan los otros). Los que van con prisas, los que solo salimos por el centro, los que no respetamos nada salvo a nosotros y a los nuestros, que son los que nos interesan. Los que creemos que los principios son algo obsoleto, los que servimos al dinero y al poder aunque creemos que ellos nos sirven a nosotros. Somos los que enseñamos a nuestros hijos desde pequeños que sólo nos relacionamos entre nosotros. Los que preguntamos en qué trabajan los padres de sus amigos. Los que competimos en pertenencias. Somos aquello que vosotros queréis ser y os conformáis con que al menos algún día lo sean vuestros hijos aun sabiendo que probablemente no sea así. Y os duele que hayamos nacido ya con ello. Somos los que bajamos del coche y no nos moja la lluvia, los que pisamos moqueta, los que hablamos entre nosotros solamente. Los que no pasamos nada a limpio y sin embargo luego está pasado. Los que cerramos negocios en comidas, viajamos en avión en bussines 15 horas a la semana. Los que necesitamos manifestar nuestro poder periódicamente de algún modo y a la soberbia llamamos influencia. Definitivamente somos la gente guapa. Los protagonistas.

Los que tenemos una vida que merece ser vivida, no como la vuestra: la de la gente que no nos importa. Los cristales que no vemos.






jueves, 24 de septiembre de 2015

SIN A.V.I.S.A.R



"La primera regla del club de la lucha es que no se habla del club de la lucha"

Andrés era un estudiante cualquiera de bachillerato. Respondía al tipo de lo que siempre se había llamado un empollón. Además era un poco enclenque, leía libros sin parar, coleccionaba minerales, era un friky de Mortadelo y Filemón, jugaba con las palabras (hacía sudokus, siglas, crucigramas..)  y era un programador aficionado bastante potable para su edad.

La idea se le ocurrió el día en que en el instituto aquel abusón le había zarandeado humillándole en público. Y lo que era peor para su orgullo: Lo había hecho tirándole al suelo a los pies de Ana.

Tenía que vengarse, pero tenía miedo del abusón. No podía dejar que supiera que había sido él quien se vengara. Además sabía que no tenía ni el valor ni la fuerza para hacerlo. Solo contaba con su inteligencia. Y la usó. Ese día, de la manera más inocente, nació algo que traería en jaque a las autoridades durante años, pero en ese momento Andrés no podía imaginar siquiera la maquinaria que estaba poniendo en marcha ni las consecuencias de su gesto. Años después, ya con edad para tener responsabilidad penal y aun habiéndose alejado hacía tiempo de su propia creación a la vista de los desastrosos resultados para evitar que se le responsabilizara de nada, hubo de responder en varias ocasiones ante un juez y dar explicaciones. Las demandas agotaron su fuerza y sus ahorros. 

Sin embargo en el momento en que empezó todo aquello era imposible de prever.

Esa tarde de regreso a casa se puso ante el ordenador y creó "SIN AVISAR". Se trataba de una web y una app para móvil que ponía en contacto de manera anónima a estudiantes entre si. Hasta ahí nada extraño. Sin embargo el objetivo de la iniciativa si lo era. A.V.I.S.A. fue el juego de palabras irónico que se le ocurrió: Agencia de Venganzas Intercambiables y Sicarios Amateur.

La idea era sencilla. Existía una tabla de niveles. De más bajo a más alto. 5 eran molestias menores del tipo burlarse en público, tirar la bandeja en el comedor o dejar caer tinta en el libro. 4 correspondía a deshinchar ruedas de bici o robar algo medianamente valioso. 3 era el ostracismo de sacar de los grupos de whatsapp o no hablar, acusar ante la dirección del instituto.., 2 podía ser una patada en el juego del patio, extender un rumor de algún tipo entre la comunidad, quitarle la ropa en las duchas, facilitar que le pillaran copiando.. y así hasta insultos, dejar algo comprometedor en la casilla y avisar en dirección anónimamente, vídeos divulgados, pintadas y grafittis ofensivos, palizas de patio,.. Tú te dabas de alta en uno de los niveles. Con ello estabas diciendo hasta donde estabas dispuesto a llegar en tu "oferta" de acción, pero a la vez estabas indicando el nivel de la acción que estabas demandando. La aplicación ponía en contacto mediante mensaje anónimo a dos personas dispuestas a un mismo nivel de venganza y entonces ya se podían intercambiar los destinatarios de la misma. De ese modo cada uno se encargaba de la del otro y nadie podría relacionarle con el acto concreto pues podría tener una buena coartada.

En pocas semanas funcionaba a toda máquina. Traspasó rápidamente fronteras y alumnos de otros institutos se apuntaron. Luego fueron de toda la ciudad. Surgieron figuras como los abusones que se ofrecían a llevar a cabo venganzas de otros por dinero sin contravenganza a cambio. El bulling organizado que la aplicación promovía pronto se convirtió en un problema serio. Las autoridades educativas hubieron de tomar medidas pero no se pudo atajar.

Andrés vio cumplida su venganza contra el abusón que originara todo en la forma de un acto vandálico del que le acusaron y que le costó unos días de expulsión. Aquello fue una obra de arte. No sabía quien había sido el responsable pero le quedó agradecido por la finura del trabajo. A cambio tuvo que entrar en el ordenador del centro y hackear el expediente de otro alumno mandando a sus padres un aviso por mal comportamiento para darle un buen susto.
En cuanto esto estuvo hecho y él dio su venganza por cumplida y hecha su parte del trato se dio de baja del programa para alejarse de todo aquello que a esas alturas ya se le había escapado de las manos. No volvió a interesarse por su creación cuando dejó el instituto para entrar en la Universidad.

Cinco años más tarde se acordaría de ella cuando la policía fue a detenerle a su despacho. Ya ni se acordaba. Se le acusaba de complicidad en creación de banda criminal. Su página había sido usada finalmente por adultos para llevar a cabo sus particulares venganzas. A través suyo se "encargaban" trabajos de los que no pueden anunciarse en los periódicos. Bajo los eufemismos de las acciones infantiles que estaban en los niveles de su página durante ese tiempo se habían escondido encargos de venganzas de todo tipo: asesinatos de verdaderos sicarios, palizas, incendios, amedrentamientos y acosos. La web había tenido millones de visitas y las estadísticas demostraban que al menos en ese tiempo se habían materializado más de 3000 de aquellos "intercambios".

Y ya.


miércoles, 16 de septiembre de 2015

LOS QUE MIRAN A LAS GRADAS


Aquí estoy con mi chaleco fosforescente mirando al fondo sur. De pie. Van diez minutos de partido. Quedan otros 80 más el descanso si no añade nada el árbitro. Detrás de mi se desarrolla lo que para muchos es una batalla épica entre dos equipos. Las expresiones que veo así lo parecen demostrar. Parece importante para ellos. A mi me importa poco el fútbol. Nunca me ha gustado demasiado. Odio estar de pie. Odio estar sin hacer nada. Odio estar de pie sin hacer nada. No me gusta perder el tiempo pero al menos por esta vez me pagan. Han sido tantas las veces que he estado de pie sin hacer nada en mi vida que cobrar por ello es una innovación interesante.

Casi dos horas para pensar. No tengo nada más que hacer. Solo estar de pie. Me dijeron que mi función sería vigilar las gradas por si había alguna emergencia médica o algún conato de violencia, pero soy consciente de que mi misión es estar. Simplemente. Formar parte de la muralla humana que delimite el campo y quite las ganas de bajar en caso de euforia. Contener. Ya sea psicológicamente o de manera física llegado el caso.

A dos metros a cada lado hay dos desconocidos vestidos como yo. Y así, como en el espejo de un ascensor, parecen alejarse en círculo hasta el infinito a mi vera y hacia mi espalda. ¿En qué estarán pensando? Echo miradas fugaces de reojo con el rabillo. El de mi derecha parece inquieto. Mira de lado de vez en cuando. Me lo imagino futbolero. Seguro que está pugnando por volverse descaradamente. Lo tenemos prohibido. Si es como me imagino será una tortura para él.

¿Que fue de Winona Rider? No se por qué me ha venido precisamente ahora a la cabeza. Me aburro. Miro el reloj con disimulo. No han pasado ni cinco minutos. Hay niños excitados con sus padres en las gradas. Novias que no soportan el fútbol acompañando en su afición a sus parejas. Caras aburridas embutidas en sus bufandas. Aisladas, ignoradas pero presentes en sus vidas de una u otra forma. Una se muerde las uñas. No creo que sea por el resultado a juzgar por su expresión. A su lado su novio se levanta y grita algo a alguien en el campo. Vuelve a sentarse y se dirige a ella. Es guapa. La comenta la jugada como si a ella le interesara. Ella sonríe. Quiere mostrar un interés que no tiene. Otras chicas disfrutan el espectáculo. Les hay de todos los tipos. Me fijo en sus caras, en sus ropas, en sus ademanes. En sus bocadillos envueltos en papel albal. En las que tengo más cerca. Al otro lado de la valla. Enjaulados. ¿O soy yo el que está dentro de la jaula? No me ven. Miran a través mío, o por encima, o por el hueco que dejamos mis compañeros y yo entre nosotros. Soy invisible. Algunos se aburren, otros se enervan. Saltan, gritan, animan, insultan. Los de arriba son como figuritas de un Belén. Alejados. Son para mi en este instante más una masa que personas. Colores. Uniformidad. Cánticos. No entiendo nada de esta pasión. Pero algo debe tener para que cincuentamil personas se reúnan en el mismo sitio a hacer esto. Cincuentamil personas juntas en un mismo sitio son muchas personas. Si fueran malos del ISIS se podría tirar una bomba y matarlos a todos a la vez. Solucionado el problema. Y a mi con él. ¿Que coño digo? Esta soledad es muy mala. Te hace pensar chorradas.

Gol. Los gritos me anuncian que al otro extremo del campo acaba de pasar algo. La gente se exalta. Se abrazan los desconocidos entre ellos. Es este un mundo curioso, con su curiosa liturgia. Dos ejércitos de aficionados sentados y levantándose alternativamente mirando a sus héroes en la arena. Nerviosos, agitados, sufrientes, inquietos. Deben ver algo que yo no veo. Literalmente. Estoy de espaldas a la gloria del enfrentamiento. 

Llueve ligeramente. Seremos unos cientocincuenta los que como yo miramos a las gradas abstraídos de lo que pasa detrás nuestro. Mojándonos por treinta euros. Cada uno con su historia. Con la suma de horas de "nohacernada" que hacemos entre todos se podrían preparar unas oposiciones. Con lo que van a ganar solo hoy los que corren detrás de mi persiguiendo una pelota viviría bien toda su vida una familia en Sierra Leona. 

Nadie piensa en nosotros. Somos meras comparsas del espectáculo. Fosforitas velas humanas en la tarta de esta fiesta. Parte del paisaje. Hoy con estos pensamientos equilibro la balanza. Ya hay alguien que ha dedicado diez minutos de su existencia a pensar en vosotros. En nosotros. A pensar en las personas que componen esta cadena, no en los eslabones impersonales que parecemos y a los que no merece la pena, al parecer, dedicar ni un segundo. La venganza es dulce, Y siempre llega. Jajajaja..
No somos protagonistas de nada. En absoluto. Somos la delgada linea amarilla que separa a los verdaderos protagonistas: el público, los jugadores. En la escala del estadio somos la casta de los intocables, los parias. Nos situamos justo por debajo de los chavales que recogen las pelotas que salen del campo. En este curioso ecosistema vamos a continuación de utilleros, camilleros y prensa. Por los insultos puede parecer que los árbitros estén incluso por debajo, pero no. Ellos al menos son visibles. Reciben insultos. Son objeto de atención. Nosotros somos nada. Es absurdo pero me da por pensar que en el otro extremo alguien como yo a su vez me da la espalda.  

Somos los que miran a las gradas. 

Entonces pienso que no hay ninguna diferencia entre los que están a mi lado y los que están mirando el partido. Ambos somos la infantería de la vida. Los anónimos.

Somos la norma, la media, la mediana. Somos la moda. La masa consumidora. Los millones por pequeñas comisiones en el banco. Los que pagan el whatsapp. Los que vamos en el metro y en el autobús. Los que preferimos cobrar en negro. Los que entendemos al que se corrompe pues haríamos lo mismo en  su lugar. O ya lo hacemos en el nuestro. Las estadísticas sin nombre. El ejército de los que lo intentaron. El target de los técnicos de márketing. Los que se alegran cuando pierde el equipo contrario. Los que se presentan a las oposiciones a cartero y no las aprueban pero salen en los datos que dicen que por cada aprobado ha habido cien presentados. 
Somos los que llegan justos a fin de mes, los que se endeudan para pagar el aparato de los dientes de sus hijos o la boda de sus hijas. Los que no queremos ser contados en las filas de los desheredados de la tierra ni ser los pobres. Los que soñamos con tener una casa en propiedad para dejársela a nuestros hijos. Los que tenemos canal plus aunque no haya para comer. Los que ponemos faldones de tunning a nuestro BMW comprado con el sueldo de albañil con veinte años. Los que no tenemos libros en casa pero sí hipotecas y soñamos con un pellizco con que tapar agujeros. Los que piden las sobras para el perro.
Somos los que poblamos en la historia las religiones del mundo. Los que somos manejados y a veces preferimos serlo para no pensar demasiado. Los que nos dejamos polarizar sin sentido crítico. Los que nos sentimos bien solo entre los nuestros. Somos los viscerales. Los que nos dejamos guiar por las tripas y decimos que por eso somos más intuitivos e instintivos. Los que tenemos prejuicios y creemos que están justificados cuando nos decimos que normalmente acertamos.
Somos los que no verán nunca su nombre escrito en ninguna parte importante, los que no cumplen sus sueños, los que pueblan las playas en verano, la clase media, los que no viven en el centro, los soldados en los ejércitos, los obreros en las fábricas, los parados fumando por parejas sin hablarse a la puerta de los bares (porque somos los que todavía fumamos), los que ya no tenemos derecho a subvenciones por estar en el medio y no ser de los unos o los otros, los indecisos en las elecciones y los que lo tienen claro. Somos los estafados por las operadoras de telefonía. Somos los llamados por las teleoperadoras a la hora de comer. Somos las teleoperadoras. Esos de los que se dice con desprecio "Pues ese tiene el mismo derecho al voto que tú". Somos los mediocres. Y muy a gala. Somos los que creemos que no podemos ser otra cosa.

Somos los chonis, los cutres, los ordinarios y vulgares. Los que nos partimos la caja viendo las de Torrente. Los que jugamos al mus. Definitivamente no somos gente guapa. Somos los que compramos en Navidad sidra el gaitero y esas peladillas que nadie se come nunca. Somos los curritos, las marujas, los que ven sálvame de lux, los que leen el marca. Somos las audiencias. Somos los pescadores, los cazadores, los que van en verano al pueblo de la abuela, los que disfrutan en los encierros. Los que de viejos alimentamos gatos en un parque. Somos los perdedores. Somos los abuelos felices de ver a sus nietos en un columpio. Los que pagamos las multas sin recurrirlas. Nuestro plato favorito es una buena paella. Nunca hemos jugado al ajedrez ni falta que hace.

Somos las que se refugian en el cariño de un perrito a falta del de unos nietos que nos vengan a visitar. Somos los que no perdonamos un vinito antes de subir a casa a comer. Los que miramos de reojo a la vecina deseando la mujer del prójimo. Los de "sábado, sabadete..". Los que saludamos en el rellano. Los que pasamos desapercibidos. Somos nuevos ricos que no tienen un duro. Los que depositamos nuestras esperanzas en que sean nuestros hijos los que cumplan nuestras aspiraciones porque nosotros no pudimos o no supimos. Los que esperamos que llegue por fin el viernes pero a un viernes sigue otro, y luego otro, y otro.. Los cofrades en Semana Santa. Los que no creemos en un Dios injusto pero tememos el infierno.
Somos los que no vamos a museos pero estamos ahí, en los cuadros. Los que nos ahogamos en la balsa de la Medusa buscando un futuro mejor, rezamos el ángelus en los campos a los que hemos arañado terrones secos, los que salimos silencioso y cansados de la fábrica, los que seguimos salvando la barricada a una mujer con el seno desnudo cuando ya estamos hartos y no podemos más, los que sujetamos las lanzas mientras los poderosos se dan la mano educádamente en el cuadro de Velazquez tras ganar sus batallas y enterrar a nuestros muertos. Somos los que sabemos por nuestros abuelos lo que puede ser el hambre. Somos los actores secundarios de sus películas.

Somos los simples. Los que no entendemos que alguien se pueda comer tanto el tarro. El séquito de los imperantes. El asfalto por el que circulan. Los que llevamos a sus hijos al colegio y les limpiamos las piscinas. Los que hacemos comentarios racistas que empiezan siempre por "yo no soy racista pero.." por miedo a no se qué o simplemente por llenar el vacío de las conversaciones intrascendentes. Los que nos gustan los toros o no. Los que se quitan la chaqueta en las bodas. Los que calculan el coste del regalo según sea el menú al que te inviten. Los que se duchan en el gimnasio pero para no gastar en casa. Los que hablamos de otras personas y no de ideas ni de conceptos. Los que tenemos vidas anodinas pero son nuestras vidas y tenemos que vivirlas día a día como cualquiera. Los que nos sentamos a la puerta de la casa del pueblo a ver pasar la vida mientras envejecemos y morimos. Los que envidiamos. Los que leemos el As o el Hola para ver cómo son otros de felices. Los que nos conformamos. Los que tenemos suficiente con una cerveza con amigos. Los poco ambiciosos. Los que nos quejamos. Los que sacamos al final las castañas del fuego. Los valientes y los cobardes. Los que puestos a prueba sorprendemos. Somos mi padre y mi madre.

Ahí estamos. Desde aquí abajo os veo. Me rodeáis gritando. Enardecidos. Sois miles. Somos millones. No os dejéis distraer de lo importante. No seamos parte del espectáculo y de la distracción. Dejemos de mirar hacia arriba como si hubiera alguien por encima de nosotros. Como si otros tuvieran que solucionarnos algo. Miremos a nuestro lado. Mirémonos entre nosotros. Somos los verdaderos protagonistas. A ver si un día caemos en ello. Somos los que no tenemos nada salvo todo el poder. Nos necesitan para mantener sus mercados. Somos los compradores de todo. Somos las mayorías. Los que cambiamos gobiernos. 

No hay ninguna diferencia entre los que están a mi lado y los que están mirando el partido. Somos la gente.

Fin del primer tiempo.

Y ya.

domingo, 13 de septiembre de 2015

NO TENGO TIEMPO QUE PERDER


Tengo mucho que hacer. Tengo que cumplir sueños, hacer proyectos, llevarlos a cabo, viajar, escribir, pensar, charlar con amigos, reír a carcajadas, esperar la sonrisa de mis hijos, mirarles abobado mientras crecen, sentir orgullo por sus logros, acompañarles en su educación, acabar mi última novela, dar clase, jugar, comer, leer, querer a mi familia, recordar momentos agradables, mirar la lluvia en el cristal, recorrer y explorar mi tierra, sentirme valorado, implicarme en causas que lo requieran, hacer bien mi trabajo, intentar publicar mi último libro, ir más al cine, atender mi blog, ser un hombre político, un ciudadano responsable, vigilar mi honradez y mi peso, hacer ejercicio, alimentar mis colecciones, aficiones y hobbies, disfrutar de mi cabaña de madera en el bosque, subir montañas para ver desde allí el mundo que a quien no sube se le niega, admirar una obra de arte, admirar otra, ..y otra, ..y otra, ver a U2 en directo, seguir escribiendo, hacerme un tatuaje, una buena barbacoa con mi gente, dejarme lamer por mi perra en mi cabaña de madera en el bosque mientras hago una barbacoa con amigos y mis hijos juegan alrededor, tener ataques de nostalgia y echar de menos mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, paladear un whisky de Malta, dejarme llevar donde quiera la moto, hacer fotografías, ver paisajes, refugiarme a veces en mi tristeza, conocer gente que me aporte, debatir con personas inteligentes, filosofar, aprender, amar, escribir más, volver a escribir, releer algo que me gustó hace años, meterme con el coche por los caminos, observar animales, acampar, encender fuego para cocinarme lo que voy a comer, ir a un museo, tener todo el sexo que pueda, vadear otra vez un río, seguir las ventas de mis libros, pasear por el centro, indignarme ante la injusticia y ante la estupidez, cubrirme de soledad a veces, contestar cartas, mirar el mar, las estrellas, respirar aire puro, el viento en mi cara, superarme, tener retos, ir un día al Himalaya, a Cabo Norte en moto, reírme con Bugs Bunny y el Pato Lucas o la Pantera Rosa, seguir buscándome, construyéndome, perfeccionándome, puliéndome, honrar a mis padres, esforzarme cada día en ser la buena persona que soñé ser y el adulto que enorgullecería al niño que fui, dudar de mi, andar por sendas apartadas, volver a oír “El muro”, a ver “El club de los poetas muertos”, consultar un término en una enciclopedia, escuchar a mi conciencia, ser activo con aquello en lo que creo, volverme a leer todo Tintin y todo Asterix y todo Corto Maltés, y todas las tiras de Mafalda y de Dilbert, la saga entera de Cosmos de Carl Sagan, ir a París sin que llueva, repetir Roma aunque llueva, volar, oír recitar poesía hasta llorar, la banda sonora de "El ultimo mohicano", visitar el D´Orsay, navegar, desenterrar una botella que escondí en Escocia, saltar en un concierto hasta dejar la voz, probar a qué sabe dejar que la rabia escape alguna vez sin controlarla, perdonar, ir a Yosemite, hacer que mis padres estén orgullosos de mi, asegurarme de que me quiera mucha gente, de que me echen de menos si falto, pero no mucho, apasionarme, gritar a pleno pulmón, abrir los ojos de asombro, seguir cultivando mi curiosidad, releer a Kipling, descubrir a Chaucer, volver a bucear, tirarme en parapente, conocer personalmente a alguien a quien admirar, esperar a que alguien se decida a sacar una buena versión moderna de Sherlock Holmes en cine, volver a la Tierra Media periódicamente, hablar inglés con fluidez, tener sobre mis hombros a mi nieta algún día, bailar rock´n roll de nuevo, tomar una cerveza con un viejo amigo al que hace mucho que no veo, escribir otro libro, y otro, y otro, volver a Chamonix y a Zermatt y ver de nuevo los Alpes, ir de nuevo al Lago Ness pero esta vez en moto, estar sentado tranquilo ante mi chimenea, repasar fotos viejas, recorrer el mundo por atajos, escuchar los sonidos de la noche, llorar a los que se fueron, trepar, meterme en lagunas heladas.. Tengo que vivir. Tengo que ser feliz. Tengo que ser yo.

No puedo perder mi tiempo. No tengo tiempo que perder.





viernes, 4 de septiembre de 2015

TRES PARES DE OJOS



Hubiera pagado lo que le hubieran pedido.

Le brillaban los ojos en una curiosa mezcla entre excitados por la lascivia y vidriosos por las tres copas que llevaba ya encima a esas alturas. Hacía seis meses de su divorcio y ocho que no mojaba. Estaba más cachondo que un mandril en celo, y ya se sabe que los póngidos en ese estado son el sumum de la lujuria.

Había ligado. El hotel estaba estratégicamente situado una manzana más allá de la discoteca en la que se organizaban fiestas para singles. Y allí estaban ellos frente el mostrador de recepción. Ella estaba ligeramente achispada pero cuando Carlos le había propuesto pasar de las palabras a los hechos había aceptado con un gesto silencioso y cómplice mirándole a los ojos sin pensar más. Al fin y al cabo aunque ambos jugaran aquel juego de coqueteos y resistencias para eso habían ido a la discoteca. Y ella pensaba en el sexo al menos tanto como él o más en esas últimas semanas.
A cualquiera que les hubiera mirado en ese momento les hubiera recordado a dos adolescentes a punto de hacer algo malo. Silencios y miraditas cómplices entre ellos y luego al suelo. Tengo cuarenta y dos años, se dijo. Parezco gilipollas.

Ella tenía ligeramente corrido el rímel y casi borrado el pintalabios. Él había sido muy fogoso en la oscuridad bajo la escalera de la discoteca. Sus ojos miraban desde el vapor del alcohol. Eran unos ojos marrones y cotidianos a los que había querido sacar juego con el maquillaje para aquella noche. Sin darse cuenta los entrecerraba para mirar pues era miope y coqueta, así que no llevaba las gafas que solía vestir. Desde la segunda fila de dejar hacer a Carlos las gestiones para coger habitación para unas horas reflejaban un ligero rubor de vergüenza ante el recepcionista del hotel. Eran ojos que decían que estaba pensando en el qué pensarían aquellos otros. Pensó que no llevaban equipaje y que se les notaba mucho. Pensó en sus amigas, a las que acababa de dejar en la discoteca entre mares de envidia. Pensó en aquel tío. Un desconocido hasta hace una hora. Pensó en si misma. Y todo eso pasó por sus ojos y su mirada para quien hubiera estado atento a verlo.

Los ojos del buitre habían brillado desde el primer instante. Según entraron por la puerta giratoria del hotel había reconocido el tipo y se había activado su instinto. Este paga lo que le pida, se había dicho. 
Eran ojos de mentira. Ojos de careta de profesional aséptico a quien no le afecta para qué vayan a usar la habitación sus clientes. Ojos tras los que la máquina de calcular beneficios funciona a toda velocidad. 
Aquellos ojos miraron la pantalla que le arrojaba las tarifas y vio que la cantidad que les debía cobrar era de 60€.

- Serán 100€ - dijo sin pestañear.

Ella se alarmó ante el precio. Mujer. Sabia y práctica hasta en medio del punto y la excitación vio que era muy caro y tirando disimuladamente de la tela de la manga de la camisa de Carlos le conminó sin palabras frunciendo el ceño en una mirada disimulada que señalaba la puerta a que se fueran de allí. Pero Carlos no podía dejar escapar aquella oportunidad. No lo dudó ni un instante. Ni siquiera había oído la cifra. Hubiera pagado lo que le hubieran pedido como el recepcionista sabía. 

Los ojos del buitre brillaron codiciosos sabedores de que iba a aceptar y asomó una ligera sonrisa de saberse ganador de su auto apuesta íntima cuando le vio sacar la cartera y tenderle la tarjeta de crédito. Por un momento la sonrisa se mantuvo en la comisura de los labios contaminando su asepsia profesional. Aún aleteaba allí cuando les contempló mientras entraban en el ascensor con mal disimulo. Sabía lo que iba a ver a continuación en una de las pantallitas azuladas que tenía bajo el mostrador. Desde el ángulo cenital de la pequeña cámara de la que no se habían percatado le mostraba en escorzo picado a dos personas que no podían más y que en cuanto se cerraron las puertas se besaron y acariciaron con ansia y codicia. Luego el ascensor se paró y ella se arregló la ropa rápidamente por si se cruzaban con alguien de camino a la puerta de la habitación. Y salieron de su campo de visión. 
Era todo tan predecible.. Siempre era igual...En ese estado somos como verracos..Hubiera tenido que pedir 110€.. Los hubiera pagado, seguro, se decía para sí en la soledad de su recepción aquella noche.

Y ya.