Aquí estoy con mi chaleco fosforescente mirando al fondo sur. De pie. Van diez minutos de partido. Quedan otros 80 más el descanso si no añade nada el árbitro. Detrás de mi se desarrolla lo que para muchos es una batalla épica entre dos equipos. Las expresiones que veo así lo parecen demostrar. Parece importante para ellos. A mi me importa poco el fútbol. Nunca me ha gustado demasiado. Odio estar de pie. Odio estar sin hacer nada. Odio estar de pie sin hacer nada. No me gusta perder el tiempo pero al menos por esta vez me pagan. Han sido tantas las veces que he estado de pie sin hacer nada en mi vida que cobrar por ello es una innovación interesante.
Casi dos horas para pensar. No tengo nada más que hacer. Solo estar de pie. Me dijeron que mi función sería vigilar las gradas por si había alguna emergencia médica o algún conato de violencia, pero soy consciente de que mi misión es estar. Simplemente. Formar parte de la muralla humana que delimite el campo y quite las ganas de bajar en caso de euforia. Contener. Ya sea psicológicamente o de manera física llegado el caso.
A dos metros a cada lado hay dos desconocidos vestidos como yo. Y así, como en el espejo de un ascensor, parecen alejarse en círculo hasta el infinito a mi vera y hacia mi espalda. ¿En qué estarán pensando? Echo miradas fugaces de reojo con el rabillo. El de mi derecha parece inquieto. Mira de lado de vez en cuando. Me lo imagino futbolero. Seguro que está pugnando por volverse descaradamente. Lo tenemos prohibido. Si es como me imagino será una tortura para él.
¿Que fue de Winona Rider? No se por qué me ha venido precisamente ahora a la cabeza. Me aburro. Miro el reloj con disimulo. No han pasado ni cinco minutos. Hay niños excitados con sus padres en las gradas. Novias que no soportan el fútbol acompañando en su afición a sus parejas. Caras aburridas embutidas en sus bufandas. Aisladas, ignoradas pero presentes en sus vidas de una u otra forma. Una se muerde las uñas. No creo que sea por el resultado a juzgar por su expresión. A su lado su novio se levanta y grita algo a alguien en el campo. Vuelve a sentarse y se dirige a ella. Es guapa. La comenta la jugada como si a ella le interesara. Ella sonríe. Quiere mostrar un interés que no tiene. Otras chicas disfrutan el espectáculo. Les hay de todos los tipos. Me fijo en sus caras, en sus ropas, en sus ademanes. En sus bocadillos envueltos en papel albal. En las que tengo más cerca. Al otro lado de la valla. Enjaulados. ¿O soy yo el que está dentro de la jaula? No me ven. Miran a través mío, o por encima, o por el hueco que dejamos mis compañeros y yo entre nosotros. Soy invisible. Algunos se aburren, otros se enervan. Saltan, gritan, animan, insultan. Los de arriba son como figuritas de un Belén. Alejados. Son para mi en este instante más una masa que personas. Colores. Uniformidad. Cánticos. No entiendo nada de esta pasión. Pero algo debe tener para que cincuentamil personas se reúnan en el mismo sitio a hacer esto. Cincuentamil personas juntas en un mismo sitio son muchas personas. Si fueran malos del ISIS se podría tirar una bomba y matarlos a todos a la vez. Solucionado el problema. Y a mi con él. ¿Que coño digo? Esta soledad es muy mala. Te hace pensar chorradas.
Gol. Los gritos me anuncian que al otro extremo del campo acaba de pasar algo. La gente se exalta. Se abrazan los desconocidos entre ellos. Es este un mundo curioso, con su curiosa liturgia. Dos ejércitos de aficionados sentados y levantándose alternativamente mirando a sus héroes en la arena. Nerviosos, agitados, sufrientes, inquietos. Deben ver algo que yo no veo. Literalmente. Estoy de espaldas a la gloria del enfrentamiento.
Llueve ligeramente. Seremos unos cientocincuenta los que como yo miramos a las gradas abstraídos de lo que pasa detrás nuestro. Mojándonos por treinta euros. Cada uno con su historia. Con la suma de horas de "nohacernada" que hacemos entre todos se podrían preparar unas oposiciones. Con lo que van a ganar solo hoy los que corren detrás de mi persiguiendo una pelota viviría bien toda su vida una familia en Sierra Leona.
Nadie piensa en nosotros. Somos meras comparsas del espectáculo. Fosforitas velas humanas en la tarta de esta fiesta. Parte del paisaje. Hoy con estos pensamientos equilibro la balanza. Ya hay alguien que ha dedicado diez minutos de su existencia a pensar en vosotros. En nosotros. A pensar en las personas que componen esta cadena, no en los eslabones impersonales que parecemos y a los que no merece la pena, al parecer, dedicar ni un segundo. La venganza es dulce, Y siempre llega. Jajajaja..
No somos protagonistas de nada. En absoluto. Somos la delgada linea amarilla que separa a los verdaderos protagonistas: el público, los jugadores. En la escala del estadio somos la casta de los intocables, los parias. Nos situamos justo por debajo de los chavales que recogen las pelotas que salen del campo. En este curioso ecosistema vamos a continuación de utilleros, camilleros y prensa. Por los insultos puede parecer que los árbitros estén incluso por debajo, pero no. Ellos al menos son visibles. Reciben insultos. Son objeto de atención. Nosotros somos nada. Es absurdo pero me da por pensar que en el otro extremo alguien como yo a su vez me da la espalda.
Somos los que miran a las gradas.
Entonces pienso que no hay ninguna diferencia entre los que están a mi lado y los que están mirando el partido. Ambos somos la infantería de la vida. Los anónimos.
Somos la norma, la media, la mediana. Somos la moda. La masa consumidora. Los millones por pequeñas comisiones en el banco. Los que pagan el whatsapp. Los que vamos en el metro y en el autobús. Los que preferimos cobrar en negro. Los que entendemos al que se corrompe pues haríamos lo mismo en su lugar. O ya lo hacemos en el nuestro. Las estadísticas sin nombre. El ejército de los que lo intentaron. El target de los técnicos de márketing. Los que se alegran cuando pierde el equipo contrario. Los que se presentan a las oposiciones a cartero y no las aprueban pero salen en los datos que dicen que por cada aprobado ha habido cien presentados.
Somos los que llegan justos a fin de mes, los que se endeudan para pagar el aparato de los dientes de sus hijos o la boda de sus hijas. Los que no queremos ser contados en las filas de los desheredados de la tierra ni ser los pobres. Los que soñamos con tener una casa en propiedad para dejársela a nuestros hijos. Los que tenemos canal plus aunque no haya para comer. Los que ponemos faldones de tunning a nuestro BMW comprado con el sueldo de albañil con veinte años. Los que no tenemos libros en casa pero sí hipotecas y soñamos con un pellizco con que tapar agujeros. Los que piden las sobras para el perro.
Somos los que poblamos en la historia las religiones del mundo. Los que somos manejados y a veces preferimos serlo para no pensar demasiado. Los que nos dejamos polarizar sin sentido crítico. Los que nos sentimos bien solo entre los nuestros. Somos los viscerales. Los que nos dejamos guiar por las tripas y decimos que por eso somos más intuitivos e instintivos. Los que tenemos prejuicios y creemos que están justificados cuando nos decimos que normalmente acertamos.
Somos los que no verán nunca su nombre escrito en ninguna parte importante, los que no cumplen sus sueños, los que pueblan las playas en verano, la clase media, los que no viven en el centro, los soldados en los ejércitos, los obreros en las fábricas, los parados fumando por parejas sin hablarse a la puerta de los bares (porque somos los que todavía fumamos), los que ya no tenemos derecho a subvenciones por estar en el medio y no ser de los unos o los otros, los indecisos en las elecciones y los que lo tienen claro. Somos los estafados por las operadoras de telefonía. Somos los llamados por las teleoperadoras a la hora de comer. Somos las teleoperadoras. Esos de los que se dice con desprecio "Pues ese tiene el mismo derecho al voto que tú". Somos los mediocres. Y muy a gala. Somos los que creemos que no podemos ser otra cosa.
Somos los chonis, los cutres, los ordinarios y vulgares. Los que nos partimos la caja viendo las de Torrente. Los que jugamos al mus. Definitivamente no somos gente guapa. Somos los que compramos en Navidad sidra el gaitero y esas peladillas que nadie se come nunca. Somos los curritos, las marujas, los que ven sálvame de lux, los que leen el marca. Somos las audiencias. Somos los pescadores, los cazadores, los que van en verano al pueblo de la abuela, los que disfrutan en los encierros. Los que de viejos alimentamos gatos en un parque. Somos los perdedores. Somos los abuelos felices de ver a sus nietos en un columpio. Los que pagamos las multas sin recurrirlas. Nuestro plato favorito es una buena paella. Nunca hemos jugado al ajedrez ni falta que hace.
Somos las que se refugian en el cariño de un perrito a falta del de unos nietos que nos vengan a visitar. Somos los que no perdonamos un vinito antes de subir a casa a comer. Los que miramos de reojo a la vecina deseando la mujer del prójimo. Los de "sábado, sabadete..". Los que saludamos en el rellano. Los que pasamos desapercibidos. Somos nuevos ricos que no tienen un duro. Los que depositamos nuestras esperanzas en que sean nuestros hijos los que cumplan nuestras aspiraciones porque nosotros no pudimos o no supimos. Los que esperamos que llegue por fin el viernes pero a un viernes sigue otro, y luego otro, y otro.. Los cofrades en Semana Santa. Los que no creemos en un Dios injusto pero tememos el infierno.
Somos los que no vamos a museos pero estamos ahí, en los cuadros. Los que nos ahogamos en la balsa de la Medusa buscando un futuro mejor, rezamos el ángelus en los campos a los que hemos arañado terrones secos, los que salimos silencioso y cansados de la fábrica, los que seguimos salvando la barricada a una mujer con el seno desnudo cuando ya estamos hartos y no podemos más, los que sujetamos las lanzas mientras los poderosos se dan la mano educádamente en el cuadro de Velazquez tras ganar sus batallas y enterrar a nuestros muertos. Somos los que sabemos por nuestros abuelos lo que puede ser el hambre. Somos los actores secundarios de sus películas.
Somos los simples. Los que no entendemos que alguien se pueda comer tanto el tarro. El séquito de los imperantes. El asfalto por el que circulan. Los que llevamos a sus hijos al colegio y les limpiamos las piscinas. Los que hacemos comentarios racistas que empiezan siempre por "yo no soy racista pero.." por miedo a no se qué o simplemente por llenar el vacío de las conversaciones intrascendentes. Los que nos gustan los toros o no. Los que se quitan la chaqueta en las bodas. Los que calculan el coste del regalo según sea el menú al que te inviten. Los que se duchan en el gimnasio pero para no gastar en casa. Los que hablamos de otras personas y no de ideas ni de conceptos. Los que tenemos vidas anodinas pero son nuestras vidas y tenemos que vivirlas día a día como cualquiera. Los que nos sentamos a la puerta de la casa del pueblo a ver pasar la vida mientras envejecemos y morimos. Los que envidiamos. Los que leemos el As o el Hola para ver cómo son otros de felices. Los que nos conformamos. Los que tenemos suficiente con una cerveza con amigos. Los poco ambiciosos. Los que nos quejamos. Los que sacamos al final las castañas del fuego. Los valientes y los cobardes. Los que puestos a prueba sorprendemos. Somos mi padre y mi madre.
Ahí estamos. Desde aquí abajo os veo. Me rodeáis gritando. Enardecidos. Sois miles. Somos millones. No os dejéis distraer de lo importante. No seamos parte del espectáculo y de la distracción. Dejemos de mirar hacia arriba como si hubiera alguien por encima de nosotros. Como si otros tuvieran que solucionarnos algo. Miremos a nuestro lado. Mirémonos entre nosotros. Somos los verdaderos protagonistas. A ver si un día caemos en ello. Somos los que no tenemos nada salvo todo el poder. Nos necesitan para mantener sus mercados. Somos los compradores de todo. Somos las mayorías. Los que cambiamos gobiernos.
No hay ninguna diferencia entre los que están a mi lado y los que están mirando el partido. Somos la gente.
Fin del primer tiempo.
Y ya.
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