viernes, 4 de septiembre de 2015

TRES PARES DE OJOS



Hubiera pagado lo que le hubieran pedido.

Le brillaban los ojos en una curiosa mezcla entre excitados por la lascivia y vidriosos por las tres copas que llevaba ya encima a esas alturas. Hacía seis meses de su divorcio y ocho que no mojaba. Estaba más cachondo que un mandril en celo, y ya se sabe que los póngidos en ese estado son el sumum de la lujuria.

Había ligado. El hotel estaba estratégicamente situado una manzana más allá de la discoteca en la que se organizaban fiestas para singles. Y allí estaban ellos frente el mostrador de recepción. Ella estaba ligeramente achispada pero cuando Carlos le había propuesto pasar de las palabras a los hechos había aceptado con un gesto silencioso y cómplice mirándole a los ojos sin pensar más. Al fin y al cabo aunque ambos jugaran aquel juego de coqueteos y resistencias para eso habían ido a la discoteca. Y ella pensaba en el sexo al menos tanto como él o más en esas últimas semanas.
A cualquiera que les hubiera mirado en ese momento les hubiera recordado a dos adolescentes a punto de hacer algo malo. Silencios y miraditas cómplices entre ellos y luego al suelo. Tengo cuarenta y dos años, se dijo. Parezco gilipollas.

Ella tenía ligeramente corrido el rímel y casi borrado el pintalabios. Él había sido muy fogoso en la oscuridad bajo la escalera de la discoteca. Sus ojos miraban desde el vapor del alcohol. Eran unos ojos marrones y cotidianos a los que había querido sacar juego con el maquillaje para aquella noche. Sin darse cuenta los entrecerraba para mirar pues era miope y coqueta, así que no llevaba las gafas que solía vestir. Desde la segunda fila de dejar hacer a Carlos las gestiones para coger habitación para unas horas reflejaban un ligero rubor de vergüenza ante el recepcionista del hotel. Eran ojos que decían que estaba pensando en el qué pensarían aquellos otros. Pensó que no llevaban equipaje y que se les notaba mucho. Pensó en sus amigas, a las que acababa de dejar en la discoteca entre mares de envidia. Pensó en aquel tío. Un desconocido hasta hace una hora. Pensó en si misma. Y todo eso pasó por sus ojos y su mirada para quien hubiera estado atento a verlo.

Los ojos del buitre habían brillado desde el primer instante. Según entraron por la puerta giratoria del hotel había reconocido el tipo y se había activado su instinto. Este paga lo que le pida, se había dicho. 
Eran ojos de mentira. Ojos de careta de profesional aséptico a quien no le afecta para qué vayan a usar la habitación sus clientes. Ojos tras los que la máquina de calcular beneficios funciona a toda velocidad. 
Aquellos ojos miraron la pantalla que le arrojaba las tarifas y vio que la cantidad que les debía cobrar era de 60€.

- Serán 100€ - dijo sin pestañear.

Ella se alarmó ante el precio. Mujer. Sabia y práctica hasta en medio del punto y la excitación vio que era muy caro y tirando disimuladamente de la tela de la manga de la camisa de Carlos le conminó sin palabras frunciendo el ceño en una mirada disimulada que señalaba la puerta a que se fueran de allí. Pero Carlos no podía dejar escapar aquella oportunidad. No lo dudó ni un instante. Ni siquiera había oído la cifra. Hubiera pagado lo que le hubieran pedido como el recepcionista sabía. 

Los ojos del buitre brillaron codiciosos sabedores de que iba a aceptar y asomó una ligera sonrisa de saberse ganador de su auto apuesta íntima cuando le vio sacar la cartera y tenderle la tarjeta de crédito. Por un momento la sonrisa se mantuvo en la comisura de los labios contaminando su asepsia profesional. Aún aleteaba allí cuando les contempló mientras entraban en el ascensor con mal disimulo. Sabía lo que iba a ver a continuación en una de las pantallitas azuladas que tenía bajo el mostrador. Desde el ángulo cenital de la pequeña cámara de la que no se habían percatado le mostraba en escorzo picado a dos personas que no podían más y que en cuanto se cerraron las puertas se besaron y acariciaron con ansia y codicia. Luego el ascensor se paró y ella se arregló la ropa rápidamente por si se cruzaban con alguien de camino a la puerta de la habitación. Y salieron de su campo de visión. 
Era todo tan predecible.. Siempre era igual...En ese estado somos como verracos..Hubiera tenido que pedir 110€.. Los hubiera pagado, seguro, se decía para sí en la soledad de su recepción aquella noche.

Y ya.

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