lunes, 9 de noviembre de 2015

LA EXPRESIÓN DE EUGENIO

Deuteronomio 5.21.

Hoy lo he vuelto a ver. Hacía semanas. Al principio me ha costado reconocerle pero era él. Vestía distinto más cuando me he parado en el paso de cebra en cuya esquina estaba apoyado no he tenido dudas. No podría confundir esa expresión viscosa y repugnante.
Él no me ha visto. Estaba ocupado mirando como él mira. Con esa mirada suya tan atenta. Abstraida de lo demás. Eso me ha permitido fijar en mi retina, durante los cuatro segundos que he estado delante suyo, su actitud y sobre todo su gesto.

Había visto mil veces esa expresión en su rostro. No podía equivocarme. Siempre fue muy reconocible. Es la misma que la del magistral Toni Leblanc en la primera de Torrente haciendo de padre miserable, La de Caderous en el Conde de Montecristo, la de Smeagol al convertirse en Gollum, la de Homer Simpson. 
La del viejo verde. La del putero baboso. La de la avaricia y el deseo insano. 
Era la que tenía en la cara cuando se asomaba desde la zanja para mirar las piernas de las señoras al pasar con la esperanza de ver algo prohibido. El rostro cutre de la lascivia. La misma que seguro tuvo hace mil años en el rostro un dominico acariciando a un niño recién llegado al seminario; Unos ojillos malignos medio cerrados como tramando algo mientras mira al objeto de su deseo taladrándolo. 
La acompañaba una boca torcida en un gesto característico. Con la punta de la lengua asomada por la comisura sonriente. Una sonrisa desagradable. 
Era la suya, lo ha sido siempre, una mirada torva y sucia. La de quien desnuda a alguien y le asoman a los ojos las intenciones. Una expresión silenciosa. Nunca decía nada al cubrirse con ella el rostro. Y eso era lo peor. 
Es la de Eugenio una expresión que no necesita espectadores ni público. No está hecha para la conversación. Es un monólogo de mirada. Es una a la que le sobran los demás. No existen. Solo su dueño y su objetivo. No la hace para la grada. Ni para él mismo. Solo es reflejo de su alma y de su pensamiento impuro en ese instante. 

Pero quien le ve ahí parado con esa expresión en el rostro mirando a lo lejos siente algo negro dentro.

Dicen las malas lenguas que a Eugenio le ha tocado un pellizco en la lotería. Ya no se le ve por la obra. Hoy vestía pantalón verde de pana, un barbour, bufanda y gorra de paño de marca para tapar su calva al frío de la calle. Iba bien afeitado. Estaba a la puerta de un colegio privado. Apoyado con descaro en la esquina frente al paso de peatones. Miraba sediento a las madres que dejaban a sus hijos a primera hora. 
No hacía nada. Sólo eso. Miraba. Y su expresión era la misma que cuando sin decir nada, seguía con la mirada desde el andamio a las chicas pasar de camino a las facultades por debajo de él. 

Hoy me ha dado mucho asco la expresión de Eugenio. La del que está, en ese preciso instante, incumpliendo el noveno mandamiento. La de quien está consintiendo pensamientos y deseos impuros. La de quien está codiciando la mujer del prójimo.

¡Pero hombre Eugenio disimula un poco! Que todos hemos deseado a la vecina del tercero pero no dejamos que se nos note tanto. 

Y ya.


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