martes, 29 de diciembre de 2015

PESADILLAS EUGENÉSICAS


La predicción genómica cambió el mundo. Junto a la rueda, la imprenta e Internet pasó a ser considerado en los manuales de historia como uno de los hitos tecnológicos más importantes de la evolución de la humanidad. Nada fue igual desde su aparición. Conceptos que hasta ese momento habían sido inamovibles hubieron de replantearse. Las posibilidades eran infinitas.

La capacidad de conocer con antelación los caracteres genéticos que una persona iba a tener en el futuro supuso la mayor revolución conceptual de todos los tiempos. Nunca más fueron necesarias las cárceles. Las sociedades eran perfectas. Estaban formadas únicamente por los sujetos a los que se dejaba nacer por reunir las condiciones mínimas exigidas en su mapa mitocondrial. No existían predisposiciones al delito ni enfermedades apenas. El gasto sanitario se redujo a la mínima expresión. Las patologías más graves que siempre habían afectado a la humanidad desaparecieron. Literalmente. Dejaron de aparecer al detectarse precózmente e impedirse el nacimiento de descendencias contaminadas con el mero potencial. Sólo cabían las llamadas "posibilidades 0" en lo hereditario. El propio sistema político se adaptó. Se abandonó la obsoleta idea de la democracia siendo sustituida por un gobierno de los más capacitados desde la cuna. El análisis fenotípico previo sobre los padres evitaba siquiera la necesidad eugenésica de abortos ya que solo se concebían los individuos previamente permitidos. 

Cierto es que los más ricos, como siempre, fueron los más beneficiados pues podían pagarse los tratamientos de antelo-modificación de ADN para que sus hijos sí reunieran esos requisitos. Así que eran quienes podían tener descendencia. No era problema. El aumento de la población había alcanzado límites insoportables y se convenció a las comunidades de la riqueza de otras posibilidades alternativas a la paternidad. La robótica se había desarrollado de manera ingente y también la idea de trabajo por cuenta ajena era un recuerdo. El ocio imperaba. Fue una etapa fructífera para la cría de animales de todo tipo, las mascotas, los veterinarios.. La humanidad tuvo el tiempo suficiente para dedicarse al conocimiento y la investigación sin tener que preocuparse de la supervivencia diaria. Un momento de lujo que permitió crecer a la filosofía y la ciencia. El sexo se desvinculó definitivamente de toda relación con lo reproductivo ya que se generalizó la fecundación externa. Con el tiempo el propio concepto de la propiedad fue desapareciendo ya que cualquiera podía tomar en todo momento lo que necesitara. La reducción demográfica pacífica trajo consigo un periodo de tranquilidad y de recursos excedentes.

Carentes del poder que sobre las personas habían tenido históricamente las religiones estas desaparecieron tal como se habían conocido hasta la fecha. El pecado, con cuyas penas amenazar a sus infractores, se extinguió. El hombre se sintió dios. Se supo dios.
La nueva religión fue el diseño genético a la carta. Hizo desaparecer las imperfecciones a las que llamábamos malformaciones. Desde el cáncer a la calvicie. La población se hizo estéticamente homogénea, con apenas posibilidad de distinguir a unos individuos de otros al estar todos creados bajo los mismos parámetros fenotípicos. Los valores morales se unificaron bajo el manto de la aceptación y el consenso. No hicieron falta prácticamente leyes y la autoridad a la que se permitía el uso legítimo de la fuerza dejó de existir por innecesaria. No cabía siquiera el concepto de conflicto o delito.

La humanidad, desencantada y ociosa, sin horizontes motivadores, miró a las estrellas en busca de nuevos retos. Y nos convertimos en un virus para el cosmos, al que exportamos nuestra homogeneidad y pureza. 
Cuando llegamos a sus mundos otros nos llamaron Ángeles y hasta Dioses cada vez que nos descuidábamos y aparecíamos ante ellos durante nuestra invasión perezosa. Mientras, nuestra indolente y aburrida misión de vigilancia se desarrollaba lentamente. Lo llamamos inmortalidad.

Y ya.

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