"When I was seventeen it was a very good year"
-Frank Sinatra-
Cuando con diecisiete miraba al futuro próximo a medias soñando y a medias planeando deseaba ser periodista. Buscaba cómo estudiar una carrera que no había en mi ciudad y a la vez conjugarlo con la imposibilidad económica de costeármela. Mis padres (especialmente mi madre) sabía de ambas cosas. Por entonces en una ocasión ella y una amiga visitaron a una vidente y mi madre la preguntó por mi futuro. Recuerdo que llegó a casa esperanzada porque la pitonisa le había dicho que había visto un viaje en tren y una ciudad con mar. Ella, como yo, depositó durante un tiempo sus esperanzas de ver cumplido mi sueño en aquella visión. Recuerdo que tratábamos de hacerla encajar en la situación, y conectábamos la posibilidad de estudiar en Barcelona a donde se llegaba sobre vías y donde yo tenía familia que tal vez me acogiera.
También recuerdo que años después escribí sobre ese viaje que nunca se hizo cuando publiqué mi primer libro. Era uno de los relatos que contenía y ya entonces en aquellas líneas volqué la metáfora del simbolismo de aquel tren y aquel viaje y su significado en mi vida, así que no volveré a repetirme. Varias veces he escrito sobre viajes muy importantes para mi. Es una fuerte imagen cargada de miles de significados en mi pensamiento. Escribí en verso sobre el viaje del que era mi mejor amigo cuando por entonces se fue a intentar cumplir su sueño a Cartagena (otro viaje en tren y otro sueño que no pudo ser), escribí sobre los que años después hice yo, sobre viajes reales e iniciáticos,...
Hace poco esa figura del viaje metafórico me iluminó de pronto y adquirió un nuevo sentido sobre el que no había pensado hasta ese momento; El del viaje de la paternidad. Desde que tengo uso de razón siempre quise ser padre tal vez precisamente en espera de momentos como el que estaba viviendo mientras me asaltaba aquel pensamiento conduciendo por una autopista hacia el este. Pensaba en otro viaje. El que me lleva hacia mi ocaso, que espero esté lejos (ojalá. Me queda mucho por ver) pero que ya está más cerca que el de mi amanecer. El del tiempo que pasa... Y ese pensamiento me llegó al darme cuenta de que en ese instante estaba llevando a mi hijo en su propio viaje a una ciudad con mar a estudiar lo que quería.
Y me dio por pensar en mi madre y en su visita a aquella bruja con su amiga 33 años atrás. Y en los sueños que se cumplen y en los que no pero fueron buenos sueños. Y en los que fueron sus sueños, y en cómo miraba a sus hijos con esa mezcla entre el miedo y la esperanza que luego se me puso a mí en la mirada cuando fui padre como se nos pone a todos los padres por mucho que serlo hubiera sido siempre nuestro mayor deseo. Y en que espero no haberla decepcionado con cómo he usado la vida que me dio. Y en mi propio sueño cumplido de ver a mi hijo, al que veía por el retrovisor ajeno a todo aquello que en ese instante me pasaba por la cabeza, hacerse un hombre bueno. Mirar como, recién dejados a su vez sus propios diecisiete, iba mirando por la ventanilla y a lo que miraba era al futuro en la metáfora de los campos pasando ante sus ojos. Y en los sueños que poblarían su cabeza mientras devorábamos los kilómetros y que yo desconocía porque es ley de vida. Y en lo que esa vida le tenía reservado en la esperanza de que fuera al menos tan feliz como yo lo había sido hasta ese momento en que pensaba en todo aquello.
Y ya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario