Se hacían llamar "ratas" y aquello había empezado simplemente como un reto entre adolescentes. Igual que años atrás la prueba de hombría había consistido en estampar tu firma de grafitero a la mayor altura posible ahora la machada era llegar lo más abajo que se pudiera en el subsuelo y durar allí.
La partida empezaba a la puerta de un garaje de un edificio de oficinas o viviendas. Cuando la puerta se abría para dejar pasar al vehículo que salía el grupo entraba corriendo antes de que la puerta se cerrara tras ellos. Allí en la oscuridad la prueba consistía en bajar por las rampas del parking hasta el último piso del sótano y luego dispersarse, esconderse tras las columnas, bajo los coches..
Entre ellos había auténticas leyendas. Algunos rumores hablaban de un tal Ran en Barcelona que tenía como marca personal un -7, que en la jerga era un piso siete de un subterráneo de un parking de una gran superficie. Otros hablaban de una chica a la que llamaban "Lahini" que ostentaba el record de duración "bajo tierra" con un 3D (tres días) en un -3 de un rascacielos de Madrid.
El mecanismo era simple. Uno la quedaba y había de encontrar a los demás. La única regla era el silencio absoluto, pasar desapercibidos. Ningún vecino o usuario debía enterarse de su presencia ni del desarrollo del juego. Y por supuesto no debían ser pillados por los seguratas de algunos edificios. La partida entre ellos era lo de menos. Era divertido saber que aquellas personas que en el subterraneo se creían solas mientras se disponían a tomar su coche para salir al acabar la jornada o descargaban las bolsas del mercado con los pies a pocos centímetros de su cara, se habrían dado un buen susto si hubieran sabido que ellos estaban allí. A su lado. Tras ellos. A sus pies. Tan cerca que los podían haber tocado.
No era su intención crear ese pánico. No eran gamberros ni vándalos. Y menos delincuentes. Eran jugadores. No se buscaba hacer destrozos, dejar pintadas, rayar coches como marca de alcance en el subsuelo,.. Nada de eso. La adrenalina no se disparaba en ellos por el daño que potencialmente podían infligir a unas supuestas víctimas, sino por llegar a la mayor profundidad posible y salir luego, por el riesgo de ser pillados, por el reto de no poder salir si las puertas se cerraban, por la duración del juego en sí misma.
Cuando los primeros casos de aquel nuevo divertimento se empezaron a conocer sin embargo se generó una cierta psicosis en la ciudad. Ya nadie quería bajar solo al garaje y siempre se sospechaba que entre las sombras y los silencios se escondían partidas de jugadores. Las empresas de circuitos cerrados hicieron su agosto, se puso de moda que el personal de seguridad hiciera su ronda por los aparcamientos, se extendió la costumbre de tener la luz siempre encendida y las facturas de electricidad de las comunidades de vecinos se dispararon.
Pero para aquellas ratas urbanas eso fue un acicate antes que un freno en su gran partida, Los equipos de jugadores se multiplicaron y crecieron en número de participantes. Los vecinos avisaban inmediatamente a la policía cuando veían a la veintena de chavales entrar en el parking de su casa. La persecución a oscuras huyendo de los agentes se convirtió en parte del juego mismo. Esconderse, salir aprovechando la apertura de la puerta para que ellos entraran, huir, correr entre los coches aparcados, quedarse muy quietos, en silencio, mientras pasaban a su lado buscándolos... era emocionante.
Se especializaron. Había ratas que jugaban en los parkings, en la red de alcantarillas, en sótanos, en pasillos de trasteros..
Pero todo acabó cuando una empresa decidió hacer dinero con la iniciativa y abrió el primer aparcamiento lúdico con coches falsos, vigilantes que eran parte del personal de la atracción del nuevo parque temático, apagones imaginarios.. Empezó a aparecer calzado "técnico" para esta nueva modalidad "deportiva", publicaciones especializadas, se ofrecieron contratos a los principales líderes de estos grupos urbanos para anunciar ropa diseñada a drede para sus practicantes, para ir a dar charlas sobre esta práctica a núcleos marginales..
En pocos meses, en cuanto se dieron cuenta de que se les estaba manipulando con intención comercial, la tendencia desapareció. Algunos grupos menores se resistieron, pero en breve lo hicieron. Como si de un ejercito disciplinado se tratara se disolvieron. Se diluyeron. Pasaron a hacer otras cosas. Se aburrieron en cuanto no estuvo prohibido.
De todo aquello ya hace mucho.
Sin embargo.. aun hoy, años después, a veces cuando bajo al garaje a coger el coche creo oír un movimiento tras una columna, noto un imperceptible sonido tres filas más allá, oigo una respiración jadeante apagada de quien acaba de pegarse una carrera antes de tirarse al suelo para esconderse. Suelo pensar que ha sido imaginación mía, pero en ocasiones miro con cierta complicidad bajo el vehículo esperando encontrar la cara sonriente de uno de mis antiguos amigos para decirle guiñándole el ojo: ¡¡Te pillé!!
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