lunes, 24 de noviembre de 2014

LO QUE PUEDEN HACER UNOS TOBILLOS FINOS


Élmer Cóchrane es un mujeriego. De estos hay dos tipos: los seductores y los adictos. Quienes controlan la situación y los que se repiten que lo tienen controlado. Élmer es de los segundos. Pierde los papeles por un par de tobillos finos al final de unas piernas largas. Vendería a su madre si se lo pide una belleza con las palabras adecuadas, en el tono exacto... o aun sin palabras si la solicitud va implícita en el aleteo de unas pestañas, está hecha en la penumbra de un rincón o de un par de whiskies, o conlleva una promesa aunque sea imaginaria. Es de esos tipos que aún no se han arruinado por una mujer, pero sabe que lo harán algún día.

Nunca las entendió (¿Quien lo hace?). Es de los que sólo acierta lo que piensan cuando se equivoca. Simplemente se siente atraído por ellas como la polilla por la luz. Solo que él no muere, solamente se quema y pasa a la siguiente farola.


A veces se siente culpable porque su conciencia le habla desde el púlpito que los jesuitas le instalaron en el alma en la infancia. Le dice que las trata como objetos. Pero no le deja ver que el usado es él. Siempre lo ha sido. En el fondo es su ego masculino el que le habla para salvar su orgullo haciéndose creer un donjuan. En cualquier caso ambas sensaciones, la culpa y el autoengaño, pasan pronto y son sustituidas por la mera lascivia.


No tiene remedio. Volvería a caer aunque supiera seguro que le iban a volver a manejar. De hecho seguramente se haya acostumbrado tanto a eso que caiga más fácilmente si sabe a ciencia cierta que le van a manipular. Puede que lo busque. Y así extiende su engañosa cola de pavo real en la barra del club cada jueves, lanza sus redes y dispara sobre todo lo que tenga las curvas suficientes. Sin darse cuenta de que efectivamente es engañosa y realmente son sus propias redes.

Ni siquiera lo hace por fanfarronería pues es reservado respecto a sus conquistas. Los muchachos en el local de Stan dicen que es por miedo a que un marido celoso le parta un día todos los huesos de las manos, pero yo creo que, sin ser valiente, nunca se ha parado a pensar siquiera en ello tal es su grado de dependencia y su necesidad de su dosis semanal. No es fuerte salvo en apariencia. Es tan débil ante la tentación que a veces esta ni siquiera existe y se la tiene que crear.

Élmer es un mujeriego con mala suerte pues nunca aterriza en la mujer adecuada. Ninguna de sus tres ex esposas lo debió ser a la vista de la experiencia. Todas ellas conocían sus devaneos (la tercera de hecho fue uno de ellos para las dos primeras) y aún así le usaron un tiempo hasta que se dieron cuenta de que no podían cambiarle.

Las mujeres de Élmer (Y hablo de todas ellas, y no solo de sus esposas) siempre han tenido eso en común; Querer cambiarle. Creer que podían coger a un Élmer, moldearlo a su antojo y luego devolver a un Élmer distinto. Pero es lo único en su vida en lo que no se dejó manejar y siempre ha sido el mismo idiota sin cambiar un ápice, el mismo mujeriego impenitente que vendería su alma por unos labios desconocidos siempre que al final de la linea negra de sus medias de cristal ella tuviera los tobillos finos y no hablara demasiado.

Hoy ejecutan a Élmer en la silla. Le van a freír por una mujer. El muy idiota hizo todo lo que ella quiso solo por la esperanza de recoger un día el fruto de lo que sembraba, el cumplimiento de la vaga promesa que entre sus dientes perfectos se deslizaba como la lengua de la serpiente que se encerraba en aquel cuerpo tan lleno de simetría en sus ondulaciones. Ella sabía lo que se hacía. Siempre lo supo. Siempre lo saben. 


Ella lo llevaba escrito en la cara. Cualquiera lo hubiera visto. Cualquiera menos Élmer, que no veía nada más en ella excepto que al final de unas piernas largas como la eternidad tenía los tobillos más finos que nunca había visto. Y nunca le importó que pisara los charcos sucios con tanta soltura.




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