jueves, 3 de abril de 2014

HACER EL PAYASO

Apenas podía contener la risa. Había hecho aquello mas de mil veces y sin embargo no podía evitar reírse. Todo en aquella situación era absurdo. Allí estaba aquel tipo esposado a su mesa y él no podía disimular su risa floja. Dos vasos de cristal de pequeño tamaño tintinearon cuando Mulligan abrió su cajón del escritorio con la esperanza de lograr que el detenido relajara un poco la seriedad del rictus. Guardando en él su revolver recién abandonada la sobaquera, tomó la petaca que allí estaba y llenó ambos poniendo uno de ellos frente al sujeto a la vez que bebía lentamente del suyo. Era la enésima vez que el teniente tomaba declaración a un acusado, pero la primera que lo hacía en aquellas circunstancias.

Y es que bajo los círculos lentos del ventilador del techo, claramente insuficientes siquiera para remover el empalagoso calor de aquella tarde en la comisaría, sudaba a mares aquel individuo. Lo mismo que le pasaba a "Loco" Mulligan, solo que a él se le veían los cercos bajo los tirantes y al tipo era imposible apreciarle mancha alguna bajo aquel extraño aspecto, pues era aquello, y no el calor, lo llamativo de la situación.


Un nuevo ataque de risa estalló en los labios de Mulligan que trataba de tenerlos cerrados tras el vaso que le ayudaba a disimular el aire que llenaba sus carrillos. Aquello hizo que el whisky barato saliera despedido en todas direcciones cuando la carcajada contenida exigió salir. Los papeles del escritorio se mancharon.


- ¿Le parece gracioso?-inquirió el esposado.

- No, no.. perdone.. seamos profesionales.

El tono de dignidad y aplomo contrastaba claramente con la boca de la que aquellas palabras surgían. Una boca grande y roja pintada sobre una cara maquillada de blanco y coronada por una estrambótica peluca gigante de rizos naranjas. Una boca que descansaba bajo una nariz de plástico rojo bombero enorme. Una boca cercana a una flor de pétalos azules que había al lado del hombro de su propietario, en la solapa de la chaqueta de cuadros ridículos que solo podía describirse como gigantesca. Como gigantescos eran los zapatones que, con el doble del tamaño de cualquier pie real, pisaban en su puntera los pies de Mulligan bajo la mesa.


Nuevamente tuvo que contener la risa el teniente que volvió a aflojarse la corbata para disimular. Seamos profesionales, se repitió mentalmente, mientras introducía en el rodillo el formulario oficial y la hoja de calco preparándose para escribir en la antigua máquina que había sobre su escritorio..


- A ver ¿Por donde empezamos?...mmmm... si, aquí.. veamos .... ¿Profesión?


Y ya no pudo más y se descojonó de risa.





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