Según iba avanzando por la acera paralela a la fila de taxis a la salida de la terminal del aeropuerto iba pidiendo por favor que le tocara uno normal. Ella sabía que los había. La habían hablado de ellos sus amigas. Los había visto algunas veces e incluso en una ocasión había cogido uno de sus taxis. Disimuladamente iba mirando con el rabillo del ojo a aquellos sujetos de pie a la puerta de sus coches o en pequeños corrillos a la espera de su turno. El vuelo no había sido tranquilo y no había tenido oportunidad de dormir más que a pequeñas siestas de esas que te dejan más cansado de lo que estabas. La dolía la cabeza. Solo quería llegar a casa y acostarse. Rezaba que el que le tocara fuera normal. No como el último que había "disfrutado". Cada carrera es una nueva aventura, se decía para darse ánimos. Tampoco pedía un adonis elegante y educado que la enamorara. La bastaba uno mínimamente competente y que no se tomara libertades. Uno correcto. Un conductor de taxis no tiene porque ser nada más. Ni nada menos.
En cuanto vio al que le había tocado en suerte supo que había tenido todo menos eso. Con la ventanilla bajada fumaba en el interior del coche mientras ojeaba una revista de tías en pelotas. Alicia trató de hacer un movimiento extraño. Quiso colarse pero "para atrás" dejando pasar disimuladamente al siguiente viajero para evitarse la experiencia. Pero no coló. El yupi que iba tras ella se dio cuenta de la maniobra y con un elegante "No. Por favor. Insisto." dejó que ella viviera aquel momento todo para si.
Nada más subir al vehículo le vino a la nariz la mezcla de sudor y olor a tabaco que se reconcentraba en el habitáculo y se hacía rancio en la tapicería de los asientos. El taxista no se molestó en disimular y en un entrenado movimiento se aupó sobre sus nalgas apoyando los puños en su sillón para mirar por el retrovisor a ver si con esa pasajera tenía suerte y mientras se colocaba desplazándose por el asiento de atrás la veía las bragas. Como Alicia se dio cuenta y recogió la minifalda tradujo su decepción en un gesto descuidado con el que dejaba la revista abierta de par en par sobre el asiento del copiloto mientras preguntaba con voz desagradable ¿a donde?
Ella dio una dirección cercana a su vivienda. No la suya exacta. No llevaba más que un bulto de mano y no la importaba andar los 20 metros hasta la vuelta de la esquina. Con aquel tipo de babosos era mejor no decir nunca donde vives... Y se preparó para lo que sabía que venía a continuación.
Fueron veinte minutos hasta el centro. Un infierno. No todos los taxistas son psicólogos precisamente y no se dan cuenta de cuándo necesitas y cuándo no necesitas conversación. Por alguna extraña razón algunos de ellos creen que forma parte de sus obligaciones hablar. Y no digo hablar contigo. Digo hablar. Otro curioso fenómeno que había notado Alicia era el de que o bien pensaban que todos los pasajeros que cogían tenían que ser forzosamente de su ideario político o, lo que era más probable, les importaba un bledo si no lo eran. Más equivocados estarían ellos. Si a eso le añades que los comentarios no solían ser precisamente moderados tienes todas las papeletas para un minimitin sobre lo mal que va todo, lo presionado que está el pequeño autónomo que se ve obligado a hacer trampas a la agencia tributaria porque si no, no se puede vivir, lo chupones que son los demás.. y si me apuras uno o dos comentarios machistas, uno racista contra la emigración y un exabrupto futbolero sectario..
Mientras tanto, Alicia ya se sabía la jugada, el ojo experto del chófer estaría intentando averiguar si era o no de Madrid para darle un pequeño paseito de recreo cortesía de la casa.
-¿Por donde te llevo guapa? es que igual la M30 está más atascada. Pero por donde tú me digas, eh..
(¿Cómo que por donde yo le diga?¿Le tengo que decir cómo hacer su trabajo? Por un momento se imaginó al piloto del avión del que acababa de bajar diciendo desde cabina por los altavoces "¿Por dónde quieren que les lleve?")
Mientras su boca sugería un itinerario rápido y corto que le demostró que no había nada que hacer en su intento de darla una ruta turística por el foro, la mente de Alicia no hacía más que repetirse "que acabe esto cuanto antes".
A su llegada al destino el simpático conductor no hizo el más mínimo gesto de ayudarla con la maleta de mano, ni con la puerta. Murmuró el precio y se quejó de lo grande del billete (que no lo era tanto), extendió de mala gana el ticket que Alicia pidió y salió disparado.
¡Victoria!- Pensó Alicia aliviada -prueba superada.
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